Adiós a un grande

Adiós a un grande

Quino falleció ayer en su casa de Mendoza a los 88 años, donde se refugió tras quedar viudo. La popularidad de su obra lo había consagrado hace mucho tiempo como un ser inmortal.

Adiós a un grande

Alguna vez confesó que, de chico, no festejaba sus cumpleaños; que lo comenzó a hacer de grande, cuando su esposa, Alicia Colombo, los organizaba, siempre con música de The Beatles de fondo. Y durante mucho tiempo fue reacio a los homenajes, hasta que el peso de su nombre pudo más que su timidez y se resignó a recibir aplausos en todo el mundo.

Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino para siempre, falleció ayer, al día siguiente de que su más famosa y querida creación, Mafalda, cumpliese 56 años de su primera publicación. Era una viñeta donde la niña le pregunta a su padre si era el más bueno del mundo, y él le contesta que quizás hay otro mejor. “Lo suponía”, es el cierre de ella, yéndose. Un ejemplo de su estilo lacónico, de pocas pero lapidantes y precisas palabras; y una proyección de su personalidad reservada.

Su partida fue en su Mendoza natal, que formalizó el luto que todos los argentinos (y buena parte de los habitantes del mundo) sintieron en su corazón al conocer la noticia. Quino fue referente social a pesar de él, reservorio de las risas y de las emociones en los tiempos más duros del país, en dictadura o democracia. Sus dibujos son carne de memes, el estadío máximo que puede esperar un creador popular en tiempos de redes sociales.

CON SU ESPOSA. Quino y Alicia Colombo, que le festejaba los cumpleaños. CON SU ESPOSA. Quino y Alicia Colombo, que le festejaba los cumpleaños.

El 17 de julio cumplió 88 años y el festejo fue por internet ante la pandemia. Sus padres lo anotaron un mes más tarde en el Registro Civil: eran inmigrantes españoles, y le dieron esa sangre andaluza que se caracteriza por el humor y la ironía; y su tío, el ilustrador Joaquín Tejón, las primeras lecciones para aprender a dibujar a los tres años. Murió en su casa de Luján de Cuyo, de cara a la cordillera y cuidado por sus sobrinos (no tuvo hijos y era viudo desde hace tres años), ya totalmente ciego.

En su provincia estudió dibujo en la Escuela de Bellas Artes desde 1945, pero no terminó porque quedó huérfano; menos de una década después se instaló en la Capital Federal para empezar a publicar sus viñetas y ganarse la vida con ellas. Sus trazos ganaron espacio en semanarios como Esto Es, Leoplán, TV Guía, Vea y Lea, Damas y Damitas, Panorama, Rico Tipo, Tía Vicenta y Dr. Merengue, los más importantes de la época.

“Mundo Quino”, de 1963, fue su primer libro, y al año siguiente nació Mafalda “que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo”, según la definió. Surgió en la revista Primera Plana (hubo una aparición fugaz en Leoplán), pero la idea de contar la vida de una familia común fue precedente, como parte de una campaña publicitaria que no prosperó de la línea de electrodomésticos Mansfield, de la empresa Siam Di Tella.

EN SAN TELMO. La escultura de Mafalda recibió las ofrendas. EN SAN TELMO. La escultura de Mafalda recibió las ofrendas.

Sólo fueron nueve años de su tira más célebre, pocos en comparación a otros dibujos que ocupan décadas en diarios y revistas. Sintió alivio cuando dejó de hacerla: estar cenando en un restaurante o ir al cine o al teatro se habían transformado en imposibles por su popularidad, a contrapelo de sus deseos de privacidad. Además, eran los tiempos en que la violencia armada estaba copando todo. Y se sentía en riesgo.

El exilio ni siquiera fue una opción: era una necesidad. Mucho después, en 1988, cuando Norma Morandini preguntó cómo sería Mafalda en ese año, respondió: “nunca habría llegado a ser adulta. Ella estaría entre los 30.000 desaparecidos de Argentina”.

Italia lo albergó, mientras que su legado en dibujos eran símbolos íntimos de resistencia intelectual de muchos argentinos. Recurrir a ellos era mucho más que tratar de reírse un rato en los años de plomo. Mafalda fue la puerta de entrada al Universo Quino, mucho más amplio (y eventualmente complejo) que esa niña memorable.

Su fama ya era internacional, pero desde Milán se consolidó. A pedido de Unicef, en 1977 ilustró la Declaración Internacional de los Derechos del Niño, se sucedieron las exposiciones en decenas de países y empezaron a llegar los premios destacados: la lista comenzó en 1982, cuando el Salón Internacional de Humorismo de Montreal lo nombra Cartoonist del Año, hasta el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y ser nombrado Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa, ambos en en 2014; pasando por numerosos reconocimientos académicos, dos Konex de Platino de las artes visuales (1892 y 1992) y otro a la Trayectoria en 2012, y distinciones por su defensa de los derechos humanos. Construyó un vínculo especial con Cuba, donde se filman los “Quinoscopio”, dibujos animados de Juan Padrón a partir de sus viñetas, el mismo que realizó 104 episodios de Mafalda para la Televisión Española.

Adiós a un grande

En 2004, Ediciones de la Flor lanzó su último libro “¡Qué presente impresentable!”, que coincidió con la exposición itinerante “Quino, 50 años”, por el medio siglo de su primer dibujo humorístico profesional. Cinco años después, formalizó su retiro y dejó de publicar sus tiras dominicales en la Revista Viva, aunque esporádicamente se filtró algún nuevo dibujo suyo. Mafalda se publicó en 2012 en la Tienda Kindle de Estados Unidos en español y en las cuentas en Twitter, Facebook y Pinterest, pasoprevio hasta tener su página propia en internet.

Su obra está traducida a más de 30 idiomas, con millones de copias e innumerable cantidad de premios. Quizás el más valioso es que haya toda clase de ropa, accesorio o implemento con alguna imagen de su creación. Lo popular no paga derecho de autor, sino que inmortaliza a un creador. Y Quino, genio, maestro, grande, ya tenía esa categoría desde mucho antes que ayer.

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