19 Agosto 2008
MUCHO RESPETO. El abogado Daniel Truffat entregó a Maffía el libro que escribieron en su homenaje. LA GACETA / ENRIQUE GALINDEZ
¿Borges era un metafísico o un literato? Esta misma pregunta formuló el viernes el jurista Daniel Truffat respecto de Osvaldo Maffía, a quien le rindieron un merecido homenaje por su trayectoria en el Colegio de Abogados. “¿Es uno de los más grandes dogmáticos del Derecho Concursal argentino que cuando joven hacía filosofía por hobby o es uno de nuestros más grandes filósofos del derecho que, por casualidad, se le da por reflexionar a partir de nuestra materia?”, inquirió.
La pertinencia de la pregunta de Truffaut se advierte cuando hay que entrevistar a Maffía, toda una aventura intelectual. “Hoy impera una vocación por las falsas generalizaciones y sustancializadora, de la que soy enemigo, y yo no tengo posibilidades de sintetizar”, alerta.
Las aclaraciones que formula ante cada pregunta denotan que es enemigo de las imprecisiones en la misma dimensión en que es excelente amigo de la ironía y de la palabra bien tratada. A los 87 años, va a su estudio todos los días a las 6 de la mañana y se queda hasta las 13, mientras que a la tarde estudia en su casa. “Cuando uno cree que más domina una disciplina, más dudas e inquietudes aparecen. Es una creciente y continuada apertura”, afirma. Y luego aclara que ahora está disfrutando plenamente de la profesión. “Tengo contacto con abogados y contadores y, cuando me informan que tienen un problema que consultarme, yo les digo: ‘que sea complicado, porque sino no me interesa’”, bromea.
Cinco años de Medicina
Aunque tampoco le gusta hablar sobre su vida privada, rememora que nació en General Rodríguez, provincia de Buenos Aires, y cuando terminó el bachillerato se le planteó el problema acerca de qué iba a estudiar. “Me gustaban muchas cosas, Filosofía, Literatura, Historia, Medicina y Derecho. Excepto algo que tuviera que ver con la Matemática, me era indiferente seguir alguna de aquellas carreras. Opté por Derecho, por la sola razón de que no había necesidad de asistir a trabajos prácticos; es decir, me limitaba a estudiar, porque en esa época no había cursos de promoción sin examen, y luego me presentaba a rendir”, recuerda.
Aunque eligió el sendero jurídico por razones de “comodidad momentánea”, como él mismo define, siguió interesándose por las otras disciplinas, lo cual se trasluce en su abrumadora cultura. No sorprende que haya enseñado 11 años Filosofía del Derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA), materia que, según confiesa, le sirve aún para detectar rápidamente los errores de razonamiento. Pero sí es novedad que haya cursado cinco años de la carrera de Medicina. “Después el asunto de la residencia y de la guardia, me frenó mucho, además de que no pensaba ejercer. Entonces, ya trabajaba mucho como abogado. Estaba casado y tenía cuatro hijos. Fue sólo un gusto”, dice.
-A muchos les sorprende el cuidado por el lenguaje que se advierte en sus libros.
-Si uno no se siente atraído por un texto tiene que hacer un esfuerzo muy grande para leerlo. Me satisface mucho algo bien escrito, y me choca algo mal escrito. Es una cuestión hasta estética, pero no en el sentido de arte sino en el sentido de sensibilidad, que es el origen griego de la palabra estética: algo que nos choca o que nos atrae. No es nada particular ni meritorio.
-¿Qué lo llevó a profundizar en el Derecho Concursal?
-Eso no lo puedo contestar, porque no tengo la menor idea de por qué. Sólo me fui inclinando y me fue gustando cada vez más todo lo que fuera la quiebra.
En ese momento, Maffía le traslada la pregunta al jurista Ariel Dasso, que seguía la entrevista con LA GACETA con la devoción propia del discípulo. Dasso comenta que originariamente a él le gustaba el Derecho Societario y que en 1977 escribió en la revista La Ley un artículo sobre calificación de conducta. Con gran sorpresa, recibió una nota de Maffía, que decía: “bienvenido al club de los poquitos”.
-Es decir que podría haber optado por otras ramas...
-No sé si es posible explicar las razones de una vocación porque, si no hay explicaciones, no perdamos tiempo con eso de que “me gustó por esto o por aquello”. Yo no sé por qué. Me parece que uno se siente más bien atraído por algo. (Martín) Heidegger dice que, de alguna manera, lo buscado le da la orientación al que busca. En cierta forma, lo buscado lo está llamando, lo va atrayendo. Soy un poco escéptico sobre buscar explicaciones para algo que no es de índole racional. A veces, algunos aprovechan esto para contar cosas que quieren decir, o que quieren que queden escritas o que se oyan, pero auténticamente uno se encuentra con una vocación.
Aquellos maestros
Maffía cuenta que, cuando era estudiante en la UBA, había grandes maestros, como Rafael Bielsa, una autoridad en Derecho Público, o Marcos Satanovsky, en Quiebras. El jurista descree de que algún caso que afrontó profesionalmente una vez que se recibió haya sido fundamental para el desarrollo de su vocación. “Si fuera así, algo tan determinante, lo recordaría. Yo atendía a los clientes de un contador. En una ocasión, a este lo designaron síndico de una quiebra, pero era una quiebra rasposa (sic), no un concurso preventivo. Yo miraba el expediente, le dictaba un escrito, pero en forma tan intrascendente, tan aburrida, tan rutinaria, que no puedo decir que eso me haya mostrado el camino, como le sucedió al Dante”, argumentó.
Por razones de espacio, Maffía se niega a contestar qué cambió en el Derecho Concursal desde que él comenzó a frecuentarlo, hasta ahora. “No me animo a resumir en pocas palabras esa evolución o transformación de parte de un todo más amplio, el Derecho Empresarial. En Europa, desde hace 40 años no se habla de Quiebras ni de Concursos Preventivos, sino de Derecho de la Empresa en Crisis. Un autor italiano dice: ‘como afirman los franceses, se trata del problema de la empresa. Cultivamos el Derecho de la Empresa en dificultades, y una parte es el Concurso’”, explica. Imprevistamente, con signos de cansancio, corta: “basta, es suficiente”. Entonces, da por terminada la entrevista con una cita del poeta Almafuerte: “quisiera yo que se recuerde que ya es un don de Dios tener un sueño”. Dasso acota que es un cierre de películas.
La pertinencia de la pregunta de Truffaut se advierte cuando hay que entrevistar a Maffía, toda una aventura intelectual. “Hoy impera una vocación por las falsas generalizaciones y sustancializadora, de la que soy enemigo, y yo no tengo posibilidades de sintetizar”, alerta.
Las aclaraciones que formula ante cada pregunta denotan que es enemigo de las imprecisiones en la misma dimensión en que es excelente amigo de la ironía y de la palabra bien tratada. A los 87 años, va a su estudio todos los días a las 6 de la mañana y se queda hasta las 13, mientras que a la tarde estudia en su casa. “Cuando uno cree que más domina una disciplina, más dudas e inquietudes aparecen. Es una creciente y continuada apertura”, afirma. Y luego aclara que ahora está disfrutando plenamente de la profesión. “Tengo contacto con abogados y contadores y, cuando me informan que tienen un problema que consultarme, yo les digo: ‘que sea complicado, porque sino no me interesa’”, bromea.
Cinco años de Medicina
Aunque tampoco le gusta hablar sobre su vida privada, rememora que nació en General Rodríguez, provincia de Buenos Aires, y cuando terminó el bachillerato se le planteó el problema acerca de qué iba a estudiar. “Me gustaban muchas cosas, Filosofía, Literatura, Historia, Medicina y Derecho. Excepto algo que tuviera que ver con la Matemática, me era indiferente seguir alguna de aquellas carreras. Opté por Derecho, por la sola razón de que no había necesidad de asistir a trabajos prácticos; es decir, me limitaba a estudiar, porque en esa época no había cursos de promoción sin examen, y luego me presentaba a rendir”, recuerda.
Aunque eligió el sendero jurídico por razones de “comodidad momentánea”, como él mismo define, siguió interesándose por las otras disciplinas, lo cual se trasluce en su abrumadora cultura. No sorprende que haya enseñado 11 años Filosofía del Derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA), materia que, según confiesa, le sirve aún para detectar rápidamente los errores de razonamiento. Pero sí es novedad que haya cursado cinco años de la carrera de Medicina. “Después el asunto de la residencia y de la guardia, me frenó mucho, además de que no pensaba ejercer. Entonces, ya trabajaba mucho como abogado. Estaba casado y tenía cuatro hijos. Fue sólo un gusto”, dice.
-A muchos les sorprende el cuidado por el lenguaje que se advierte en sus libros.
-Si uno no se siente atraído por un texto tiene que hacer un esfuerzo muy grande para leerlo. Me satisface mucho algo bien escrito, y me choca algo mal escrito. Es una cuestión hasta estética, pero no en el sentido de arte sino en el sentido de sensibilidad, que es el origen griego de la palabra estética: algo que nos choca o que nos atrae. No es nada particular ni meritorio.
-¿Qué lo llevó a profundizar en el Derecho Concursal?
-Eso no lo puedo contestar, porque no tengo la menor idea de por qué. Sólo me fui inclinando y me fue gustando cada vez más todo lo que fuera la quiebra.
En ese momento, Maffía le traslada la pregunta al jurista Ariel Dasso, que seguía la entrevista con LA GACETA con la devoción propia del discípulo. Dasso comenta que originariamente a él le gustaba el Derecho Societario y que en 1977 escribió en la revista La Ley un artículo sobre calificación de conducta. Con gran sorpresa, recibió una nota de Maffía, que decía: “bienvenido al club de los poquitos”.
-Es decir que podría haber optado por otras ramas...
-No sé si es posible explicar las razones de una vocación porque, si no hay explicaciones, no perdamos tiempo con eso de que “me gustó por esto o por aquello”. Yo no sé por qué. Me parece que uno se siente más bien atraído por algo. (Martín) Heidegger dice que, de alguna manera, lo buscado le da la orientación al que busca. En cierta forma, lo buscado lo está llamando, lo va atrayendo. Soy un poco escéptico sobre buscar explicaciones para algo que no es de índole racional. A veces, algunos aprovechan esto para contar cosas que quieren decir, o que quieren que queden escritas o que se oyan, pero auténticamente uno se encuentra con una vocación.
Aquellos maestros
Maffía cuenta que, cuando era estudiante en la UBA, había grandes maestros, como Rafael Bielsa, una autoridad en Derecho Público, o Marcos Satanovsky, en Quiebras. El jurista descree de que algún caso que afrontó profesionalmente una vez que se recibió haya sido fundamental para el desarrollo de su vocación. “Si fuera así, algo tan determinante, lo recordaría. Yo atendía a los clientes de un contador. En una ocasión, a este lo designaron síndico de una quiebra, pero era una quiebra rasposa (sic), no un concurso preventivo. Yo miraba el expediente, le dictaba un escrito, pero en forma tan intrascendente, tan aburrida, tan rutinaria, que no puedo decir que eso me haya mostrado el camino, como le sucedió al Dante”, argumentó.
Por razones de espacio, Maffía se niega a contestar qué cambió en el Derecho Concursal desde que él comenzó a frecuentarlo, hasta ahora. “No me animo a resumir en pocas palabras esa evolución o transformación de parte de un todo más amplio, el Derecho Empresarial. En Europa, desde hace 40 años no se habla de Quiebras ni de Concursos Preventivos, sino de Derecho de la Empresa en Crisis. Un autor italiano dice: ‘como afirman los franceses, se trata del problema de la empresa. Cultivamos el Derecho de la Empresa en dificultades, y una parte es el Concurso’”, explica. Imprevistamente, con signos de cansancio, corta: “basta, es suficiente”. Entonces, da por terminada la entrevista con una cita del poeta Almafuerte: “quisiera yo que se recuerde que ya es un don de Dios tener un sueño”. Dasso acota que es un cierre de películas.
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