La historia de Spotify y el pasado de nuestra ansiedad

La historia de Spotify y el pasado de nuestra ansiedad

Hubo un tiempo en el que no existía Spotify. Una era en la que el capricho o el deseo de escuchar una canción específica, casi de inmediato, no existía ni siquiera en la ilusiones de los más modernos. La música ya viajaba en formato digital, pero era lenta, requería de formatos físicos para su transporte y para obtener un disco había que comprarlo en un negocio o bien conseguirlo por vías ilegales. La piratería por ese entonces amenazaba con llevar a la ruina a una industria que lo había ganado todo apenas unos años antes. Y la batalla se dirimía en los tribunales, por miles y millones de dólares en juego.

Tan solo una sigla lo había cambiado todo: P2P. Hoy ese conjunto de caracteres que significa “puerto a puerto” ha quedado casi en el olvido de la mayoría, pero significó una revolución en la manera en que las personas accedían a contenidos. Era un protocolo en el que descentralizaba de verdad a Internet porque los datos quedaban realmente en manos de los usuarios. Si alguien quería un archivo podía conseguirlo en la computadora de otra persona que estuviese conectada a esa red. Una comunidad de servidores, todos hogareños, ponía patas para arriba a compañías de software, música, libros, imágenes. Todo lo que se podía digitalizar se podía compartir. Napster, eDonkey, eMule, BitTorrent, Ares, fueron algunas de las plataformas más conocidas donde surcó un infinito volúmen de archivos, haciendo volar por los aires el negocio de los derechos de autor.

Este escenario, que parece lejano pero que marcó el inicio del nuevo siglo para las tecnologías, es uno de los puntapiés de una serie que reconstruye el origen de Spotify. “Playlist” está publicada en seis capítulos recién estrenados en Netflix que exponen la intimidad de quienes diseñaron “el reproductor de música más sofisticado del mundo”, tal como lo definen sus propios protagonistas.

La serie tiene algunos puntos que podría atraer tanto a los amantes de la música como a los de la tecnología, pero se centra principalmente en un cambio en la industria cultural que se produjo no desde Silicon Valley, como en la mayoría de las innovaciones en Internet, sino desde Suecia. De hecho, la ficción es de origen sueca, tal como el propio Spotify, y está protagonizada por un elenco escandinavo en el que la historia gira alrededor de su creador, Daniel Ek, encarnado por Edvin Endre.

La ficción se organiza como una lista de reproducción en torno a sus distintos protagonistas: el visionario, el inversionista, el programador, la abogada, el presidente de la discográfica, el artista. Cada uno de sus capítulos aporta los distintos puntos de vista de una historia que tiene épica, traición pero también las contradicciones de una aventura que se muestra nacida en un garage y que llega a convertirse en el actor más importante de la industria de todos los tiempos.

Quienes vean “Playlist” quizás recuerden la trama de “The Social Network”, la película que hace diez años retrató cómo nació Facebook en manos de Mark Zuckerberg y sus compañeros de la universidad. Sin embargo, esta es una producción menos ambiciosa, con algunas fallas actorales y varios lugares comunes a los que recurre para estereotipar a sus personajes. A pesar de ello, nos regala algunas escenas que nos hacen pensar la relación que hoy tenemos con Spotify y con cualquier servicio de streaming, relación que quizás aún no hemos dimensionado. Al promediar la serie, vemos a un Daniel Ek obsesionado con la velocidad con la que tenían que cargar los temas en el reproductor. Andreas Ehn, el jefe de los programadores de la empresa le muestra que el producto era una “obra maestra”. Sin embargo, Ek muestra su enojo y le dice que “un retardo de 500 milisegundos es demasiado”. El programador le pregunta cuál sería el retardo aceptable. Ek, sin dudarlo le grita: “cero”.

Los melómanos seguirán comprando discos. Los amantes del sonido exquisito recharazán por siempre la velocidad de la música en streaming. Pero Spotify está en nuestras cocinas, en nuestros viajes en colectivo, en la cama. Ha cambiado radicalmente el consumo de una discoteca sin dimensiones, pero accesible para casi cualquier persona. “Playlist” sirve para recordarnos que había un tiempo en el que para escuchar las primeras notas de una canción hacía falta tiempo, rituales, equipos. Hoy esa ansiedad es solo un recuerdo, que cada tanto recuperamos pero que olvidamos en menos de quinientos milisegundos.

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