Juan Tríbulo: un trascendente pedazo de la historia del teatro tucumano

Juan Tríbulo: un trascendente pedazo de la historia del teatro tucumano

Juan construyó la carrera de la UNT desde la decisión de superar desafíos y precariedades. Enseñanzas para varias generaciones de artistas. Nos enseñó a preguntarnos qué más podíamos dar

UN MAESTRO. Juan Antonio Tríbulo les daba a sus alumnos libertad creativa a partir de la disciplina. UN MAESTRO. Juan Antonio Tríbulo les daba a sus alumnos libertad creativa a partir de la disciplina.

Era marzo o abril de 1984 cuando lo conocí, en el último día de inscripción para la aún nonata carrera de Teatro de la Universidad Nacional de Tucumán. Había llegado muy poco antes a la provincia, con una carpeta bajo el brazo y muchos sueños e ilusiones en la valija. Todo era precario (tan precario como ese espacio que le habían asignado en un pasillo de la entonces Escuela de Artes, llamado pecera porque era completamente vidriado) y con una buena dosis de aprender a partir del error completada con unas ganas de construir inmensas, con la conciencia de que se estaba pariendo algo nuevo.

Ese ímpetu era propio de la primera etapa de la democracia recuperada, y Juan Tríbulo lo personificaba en todo. Seguro en ese momento no sabía que, 38 años después, su legado iba a marcar definitivamente su tierra de adopción. Todo ocurría a una velocidad que impedía proyectar tanto tiempo a futuro. Sí sentía que era el momento de volver al interior: entrerriano identificado con Rosario del Tala (donde comenzó en el teatro vocacional de adolescente, para malestar paterno) y con paso por la Capital Federal que lo recibió para estudiar teatro, trabajar y enamorarse de Mariana Ezcurra (con dos hijas a cuesta antes de venirse, Celeste y Elisa, a las que se sumó Andrés en tierra tucumana) ya no daba para más.

Juan Tríbulo: un trascendente pedazo de la historia del teatro tucumano

Juan abría grandes los ojos ante cada sorpresa, y la tenía a cada minuto a su llegada. Y se tocaba la barbilla antes de hablar, cuando sentía que debía decir algo. En su carpeta había armado un plan de estudio con cupo limitado a 40 personas, propio del diseño del Conservatorio Nacional de Arte Dramático; se topó con más de 100 inscriptos y la decisión de las autoridades de que no hubiese límites. De una comisión, debió pasar a tres en cuestión de horas. Podría haber abandonado, pero siguió. En esa variopinta primera camada había teatristas de trayectoria en las tablas, interesados que iban a ver qué era, algunos que llegábamos con experiencias escénicas de cuatro o cinco años y unos cuantos recién salidos de la secundaria, sin nada de bagaje. Su primer desafío fue encontrar un punto de unión entre tanta variedad.

Cuando en 1985 se realizó el primer Encuentro Nacional de Teatro Universitario, su “Juegos a la hora de la siesta” de Roma Mahieu sorprendió en Buenos Aires, y se sintió seguro de lo que venía haciendo. Artista itinerante, deambuló con sus cursos por la Sociedad Sarmiento, las aulas de Artes y los teatros Alberdi (en plena refacción para su reapertura de entonces) y Paul Groussac. La precariedad se notaba a cada paso, pero se seguía adelante con una voluntad todo terreno.

Juan Tríbulo: un trascendente pedazo de la historia del teatro tucumano

Las clases de último turno, por la noche, duraban lo justo para que llegase a tomar el último 102 hasta el pie del cerro. En la rotonda de la avenida Aconquija lo esperaba Mariana con su Citroen 2CV para llevarlo a su casa en Horco Molle (Juan había trabajado para una fábrica de autos, pero no sabía manejar). Ese era su refugio durante sus primeros ocho años, una comunidad donde con sus vecinos universitarios armó una cofradía de afectos y relaciones que lo emocionaba.

Juan Tríbulo: un trascendente pedazo de la historia del teatro tucumano

Eran tiempos turbulentos, con discusiones políticas frecuentes que abordaban el hecho artístico de lleno. Él las dejaba transcurrir, y sumaba la suya como una voz más. Eran días donde en vez de tomar una clase, propuso que fuésemos en grupo todos hasta la casa de Rogelio Parolo (su hijo Pablo era nuestro compañero, pero la decisión excedía este hecho), luego de la bomba que le pusieron por haber proyectado una película sobre un detenido desaparecido. Eran años de protagonizar “Ulf”, de Juan Carlos Gené, con el temible fantasma de Antonio Bussi corporizado como dirigente político de primer orden en la provincia.

Su siguiente desarraigo fue cercano, en Yerba Buena: ya no iba a cambiar el verde por la ciudad. Y en el predio de la casa que compró había un contenedor metálico de mudanzas, que se transformó en su archivo personal. Franquear esa pesada puerta era entrar a un reducto lleno de papeles, recortes, guiones y fotos, una construcción personal de los recuerdos y saberes que plasmó en dos libros de referencia: “Stanislavski-Strasberg” (fruto de sus estudiosl de inicio y de su experiencia cuando estuvo becado en Nueva York) y la recopilación de su experiencia como discípulo de Oscar Fessler.

Y de allí a la computadora a escribir, y de ahí a los ensayos, y de ese lugar a las funciones, y de las caminatas alrededor de la pileta repasando la letra de “Personalmente Einstein” a hacer jardinería, y de entonces a...

Juan se prendió a nuestros corazones, y nunca se va a ir. Su nombre no es una sala en el Alberdi, sino un pedazo de historia del teatro tucumano. Nos enseñó a no estar seguros y a preguntarnos qué más podíamos dar sobre el escenario; nos dio libertad creativa a partir de la disciplina; nos alentó a seguir buscando más allá de su propia zona de confort, con experiencias distintas a las que él comulgaba; nos inculcó que sólo sintiendo emoción por un texto podíamos transmitirlo al público; nos hizo saber que el teatro era estar vivo y que valía la pena.

Un ángel particular

Rafael Nofal

Nunca supe de nadie que haya conocido a Juan y no sienta por él un afecto particular. Nunca oí hablar mal de él. Es que era un hombre bueno en todo el sentido de la palabra. Lo conocí desde que llegó a Tucumán y compartimos la docencia universitaria y el tránsito por los escenarios. En la etapa fundacional de la Licenciatura en Teatro en la Facultad de Artes de la UNT, carrera que existe solo gracias a su tesón y a las largas jornadas que le dedicó en tediosos trámites burocráticos, en el armado de la estructura de la carrera y hasta escribiendo los primeros programas de las materias que la conformaron. Cuando llevaba siete años de esa tarea le propuse volver al escenario con “ULF”, junto a la inolvidable Elba Naigeboren, ahí apareció el maravilloso actor, dueño de un “ángel” particular. Más tarde, junto a Nelson González, otro grande, protagonizaron “Sacco y Vanzetti” en mi versión con el Teatro Estable. Juntos emocionaron a miles de espectadores. Se nos va un grande del escenario, un docente generoso y fundamentalmente una buena persona. ¡Buena gira, amigo, te voy a extrañar!

Legado enorme

Teresita Terraf

Lo conocí apenas llegado a Tucumán en ocasión del proyecto de creación de la Escuela Universitaria de Teatro. Me había convocado junto al que entonces era mi pareja, el actor Pedro Sánchez, para conformar el plantel de profesores y diseñar un primer acercamiento del plan de estudio. Nuestra amistad transcurrió por varias décadas. La actividad teatral nos encontró trabajando juntos en presentaciones líricas, videos, audiovisuales, aulas, congresos, jornadas y obras de teatro. Pero sobre todo, compartiendo nuestras familias. Y en esos encuentros pude admirarlo más todavía. En el último tramo de su labor docente, diseñamos y codirigimos un proyecto de investigación que tomaba como eje el acontecer teatral tucumano. Apenas iniciado este, le llegó la jubilación. Fue entonces que propuse, ante su inminente retiro, hacerle un homenaje en el marco de las Segundas Jornadas de Investigación Teatral y allí le canté un tango que compuse para él. Pretendía dar cuenta del cariño y la admiración al gran hombre que era, a su gran amor por Mariana y sus hijos, a su devoción de abuelo, a su compromiso como actor e investigador y al legado enorme por la creación de la primera carrera universitaria de teatro del país. El frío llegó al alma con la partida de nuestro Juan.

“Llorando, no dudó”

Carlos Alsina

Fue a comienzos de 1984. Juan llegó en tren desde Buenos Aires. Venía a organizar la Escuela de Teatro de la UNT. Fui a la estación a recibirlo, como entonces dirigente de la Asociación de Actores. Se instaló con su familia en Tucumán y realizó, con creces, el objetivo propuesto. A principios de los 90, le escribí diciéndole que me parecía bueno que trabajara como actor. Aún no lo había hecho en Tucumán. Sabía que actuar era su mayor pasión. ¡Menos mal que lo hizo! Tuve la suerte de dirigirlo en “Ardiente paciencia”, “Trampa de amor”, de De Filippo, “La ópera del malandro”, de Chico Buarque-Brecht, “El sueño inmóvil”. Con esta última obra viajamos a los festivales internacionales de La Habana (1997) y Buenos Aires (1999). El día de la última función allí, minutos antes que se iniciara la obra, una empleada del Teatro San Martín porteño me dijo: “Acaban de llamar desde Tucumán. Falleció la mamá de Tríbulo”. Era mi deber darle la noticia, así fuese él quien decidiera qué hacer. Tomé coraje y se lo dije. Nos abrazamos detrás de las bambalinas y, llorando, no dudó: “No suspendemos. Arriba el telón”.

Sin muchos alardes

Jorge Alves

Fue un tipo que cubrió vacíos en Tucumán, cuando llegó para dirigir la Escuela de Teatro de la UNT. Muy sencillo, muy estudioso, acá profundizó bastante. Después de vernos dirigir, él se animó a dirigir y a actuar después de un tiempo en que ya estaba aquí. Él se dedicó muy mucho a la enseñanza, cumplía una labor muy linda, muy interesante. Ya se están viendo algunos actores, egresados que están ocupando la plaza en este momento en Tucumán. Él trabajó conmigo en “Los lobos”, fue un trabajo interesante que hicimos, él se sintió cómodo. Era un actor intuitivo, estudioso. Actuaban también Carlos Olivera, Pablo Parolo, Hugo Arana y Jorge García. El aporte de Juan ha sido muy importante para las generaciones que vinieron después. Para mí fue un tipo muy importante en la actividad nuestra, además hizo notar su presencia sin hacer muchos alardes, se hizo muy estudioso acá del teatro.

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