Juan Tríbulo: "sin actor no hay teatro"

Juan Tríbulo: "sin actor no hay teatro"

Desde que asumió el oficio creó 76 personajes y dirigió más de 18 puestas. Recordó con alegría el inicio de la Escuela de Teatro en la Facultad de Artes. "Cuanto más rico es el texto, más posibilidades le ofrece al actor para su propia creación", indicó. Se reconoce como miembro de la "guardia vieja".

30 Mayo 2011
"Mientras el cuerpo aguante, hay trayectoria para rato", afirma Juan Tríbulo, quien acaba de ser reconocido en la Fiesta Nacional del Teatro, precisamente por su larga y prolífica trayectoria. Luego de contar que siempre ha trabajado con textos de autor, responde, seguro: "es innegable que sin actor no hay teatro".

- ¿En cuántas obras participaste? 
- Esta trayectoria comienza en Entre Ríos. En mi pueblo natal, Rosario del Tala, participé en 10 obras. En Buenos Aires, segunda etapa de la trayectoria, actué en 35 espectáculos para adultos y en ocho para niños; y en la etapa actual, Tucumán, sumando el inminente estreno de "Hamelin", 23. Todo esto suma 76, es decir, la creación de 76 personajes, desde Pablo Neruda en "Ardiente paciencia", de Skármeta, hasta Albert Einstein, ("Personalmente, Einstein") pasando por Bartolomeo Vanzetti, el de "Sacco y Vanzetti", de Mauricio Kartum, sin olvidar al mensajero de "Edipo rey", a "Tío Vania", "Saverio, el cruel", o al abuelo Elías de "Dominó en casa", de Leonardo Goloboff. O el más reciente padre de "Cuestión de principios". Todo esto respecto del actor. Además dirigí obras, 10 en Buenos Aires, ocho en Tucumán, más todas las escenas, obras y creaciones colectivas dirigidas o supervisadas en el marco de las cátedras de Práctica de la Actuación de la Licenciatura en Teatro de la UNT.   

- ¿Cuál es el mejor recuerdo que te quedó? 
- Sin ninguna duda, el mejor recuerdo de toda esa trayectoria en tres capítulos es la creación de la Escuela de Teatro en la Facultad de Artes, en 1984. Recuerdo con nostalgia todo lo que dejé en Buenos Aires para hacerme cargo de ese desafío que me planteó Julio Ardiles Gray. Allá, para poder vivir de esta apasionante profesión dictaba clases de juegos teatrales en un colegio en San Isidro, trabajaba como actor en la Comedia Nacional, en televisión y en cortos publicitarios; dirigía un grupo independiente en Buenos Aires y a la Comedia Municipal de Luján. Dejé todo eso para concentrarme en la implementación de la Licenciatura en Teatro, que comenzó con la estructura de Escuela y que hoy es Departamento de Teatro. 
    
- ¿Y el peor recuerdo?
- No tengo peores recuerdos, pero siento como doloroso, a través del tiempo transcurrido, un conflicto institucional, dentro de la Escuela, provocado por la fallida inserción de un proyecto de "Comedia Nacional en Provincias". 

- ¿Pensás que el gran protagonista del teatro es el actor?
- Considero que el teatro es un arte comunitario. Es innegable que sin actor no hay teatro. Un actor puede bastarse a sí mismo elaborando un texto y autodirigiéndose. Pero esta situación es excepcional. El teatro al que adhiero, el teatro que he representado o dirigido hasta hoy es un teatro de creación conjunta. He frecuentado autores clásicos y contemporáneos, nacionales y universales. Siempre he trabajado con textos de autor: desde Shakespeare a Moliere, desde Arlt a Cossa, desde Kartum o Spregelburd a nuestros Nicolás Aráoz, Carlos Alsina o Leonardo Goloboff. Cuanto más rico es el texto, más posibilidades le ofrece al actor para su propia creación, para su propia dramaturgia, como decimos ahora. Además me reconozco como un actor de la guardia vieja, no podría dirigir y actuar en un mismo espectáculo, necesito de la estimulación, el cuidado y la orientación artística de un director. Sin los consejos puntuales de Rodolfo Graziano no hubiera podido resolver las dificultades que me proponía el mensajero de "Edipo rey"; sin las novedosas propuestas de Nicolás Aráoz no hubiera logrado la composición de Lewis Carroll, en "Alice underground", sin los estímulos vocales y emotivos que me propuso Rafael Nofal no hubiera encontrado el corazón de Jacinto en "Ulf", de Juan Carlos Gené y, finalmente, sin el estrecho trabajo creativo, sin la precisa conducción de Leonardo Goloboff no hubiéramos podido cumplir 11 años de producción teatral continua con el Equipo Dominó. 

- De la producción contemporánea, actual digamos, la mayoría de los directores o actores han sido alumnos tuyos: ¿cómo las ves? ¿Han superado al maestro en algunos casos o no? Imagino que debés tener una visión crítica de este panorama. 
-He dicho muchas veces que desde mi rol de docente de actuación teatral aprendí de mis estudiantes tanto como lo que traté de enseñar. También he dicho que sólo entregué herramientas, modos, maneras, ejercicios, propuestas, estímulos para la actuación. Soy responsable (o culpable) de las dos primeras promociones de estudiantes que pasaron por la Licenciatura en Teatro. Ellos me tuvieron como docente de primero a quinto. Volví a primer año en algún momento, pero consolidé las cátedras de cuarto y quinto donde estuve en estos últimos años, acompañado por otros colegas docentes. Creo que lo bueno de ese proceso de enseñanza-aprendizaje que implementamos en la carrera es que no los limita, no los encorseta, todo lo contrario, les propone una libertad creativa. Así es que en el amplio espectro del teatro tucumano actual pueden observarse las más variadas propuestas estéticas surgidas de egresados y estudiantes de nuestra licenciatura, entrecruzados con el rico campo teatral que ya existía antes de la creación de la Escuela. Algunas de esas propuestas no han encontrado todavía el punto de maduración pero van tras eso. Otras, en cambio, muestran solvencia artística y rigor creativo. Pero en todos los casos, transitan caminos elegidos por ellos mismos, a riesgo de acertar o equivocarse. 

- ¿A quiénes llevás en el corazón?
- Como dije al agradecer el premio en la ceremonia de entrega, durante la Fiesta Nacional de Teatro, en San Juan, la trayectoria la describe una persona pero la construye con el aporte de los otros, de los actores con que te toca compartir el escenario y con los directores, que como los maestros que me tocaron en suerte, me orientaron y me enseñaron a observarme, a conocerme para poder corregir o acrecentar lo que encontraba en mí mismo. Maestros a los que agradezco: Oscar Fessler, Patricia Stokoe, Juan Carlos Gené, Roberto Durán, Raúl Serrano, Anna Strasberg y tantos otros. Pero también esa trayectoria tiene que ver con el entrelazado de roles, el docente que alimenta al actor, que desarrolla al director, el estudioso que deviene en escritor, en investigador. Es así que se configura en esa trayectoria la posibilidad de escribir la Historia del Teatro de Tucumán, dentro de muchos otros aportes de artículos y comentarios sobre la producción de nuestro campo teatral. Y finalmente, reconocer que sin el apoyo del grupo familiar, sin su afecto y su apoyo incondicional sería todo mucho más difícil y árido. 

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios