Los beneficios para la salud al andar en tranvía

Los beneficios para la salud al andar en tranvía

Los beneficios para la salud al andar en tranvía EL CENTRAL CÓRDOBA. A esta estación llegó el primer ferrocarril que unió a nuestra provincia con el sur del país.

Nuestra provincia se conectó al sistema ferroviario nacional en 1876 cuando llegó la línea Central Córdoba, cuya estación aún puede verse al final de calle San Martín cuando se llega a Marco Avellaneda. Por aquellos años los tucumanos tomaban contacto con esos tremendos vehículos que resoplaban, chiflaban, lanzaban humo por sus chimeneas y andaban a velocidades vertiginosas comparadas con las carretas y caballos que se usaban hasta entonces. Sin embargo, dentro de la ciudad aún persistía la tracción a sangre para el transporte público; carros, carretas, caballos y demás eran el medio de locomoción normal. Recién en 1882 se produjo la revolución en el transporte al ponerse en marcha las primeras líneas de “tramways” en San Miguel de Tucumán. Según relata Carlos Páez de la Torre (h) “un porteño, don Carlos T. Castellanos, titular de la empresa “San Carlos”, pidió al Concejo Deliberante de Tucumán, en 1882, la concesión de dos líneas de “tramway” de tracción a sangre.

La concesión le fue acordada para construir tres, “las dos primeras tiradas por caballos y una tercera a vapor”. Quedaron concretadas solamente dos líneas urbanas. Comenzaron a funcionar en la segunda mitad de 1882. Los tiraban dos caballos y tres en las pendientes, todos con cascabeles. El conductor hacía sonar una corneta en las bocacalles y la velocidad máxima era “el trote natural” de los animales, que era mansos y adiestrados.

El primer paso estaba dado. Los tucumanos aceptaron rápidamente este medio de transporte que acortaba las distancias. Los servicios crecieron y se incorporaron nuevas líneas. Pero relacionar este servicio con la higiene fue una idea del reconocido médico francés, Víctor Bruland, quien había llegado a nuestra provincia hacia 1845.

Higiene

Una nota, que llevaba su firma, en el diario El Orden, de fines de febrero de 1891, bajo el título “Higiene” señalaba que “el tramway es higiénico y civilizador en Tucumán más que en ninguna otra parte”. Y explicaba: “los médicos y principalmente los higienistas están de acuerdo sobre la acción saludable de un paseo en carruaje después de comer, pero para que el vehículo produzca su buen efecto, es preciso que los caminos, las calles sean bien niveladas y que el empedrado sea correcto, lo que estamos muy lejos de tener en Tucumán”, a la vez que alababa el servicio criticaba a las autoridades. La queja por el mal estado de los caminos, rutas y calles se mantiene en el presente. El tramway que conoció Bruland dejó de recorrer las calles en 1910 al incorporarse los tranvías eléctricos.

El médico nació en Saint-Louis en 1817, hijo de Louis Bruland y Marie Victoire Valdet, venía de una vieja familia alsaciana. Se graduó en 1838, en Montpellier. Llegó al Río de Plata en 1841, y se estableció un tiempo en Montevideo. La ciudad estaba sitiada y sirvió como cirujano de la Legión Francesa e Italiana. Eso le permitió trabar relación con el famoso Giuseppe Garibaldi. Luego pasó a Buenos Aires, donde revalidó su título y después fue hasta San Juan. Su presencia en Tucumán, que se extendió hasta su muerte, fue importante para la medicina. Junto a su trabajo profesional y su actuación durante la epidemia de cólera desarrolló una intensa actividad de divulgación científica y de educación sanitaria. “A través de artículos frecuentes y escritos con mucha franqueza, luchó incansablemente contra los curanderos. Difundió precisas recomendaciones sobre, por ejemplo, el alcoholismo y sus efectos; proporcionó múltiples pautas para una alimentación sana: la verificación del buen estado de los alimentos y la preparación adecuada de ellos; la ingestión de frutas; el cuidado del agua de bebida; la comida apta para los enfermos”, relata Páez de la Torre.

El movimiento

El médico destacaba sobre el “tramway” que “su movimiento uniforme apenas ondulatorio, facilita en alto grado la digestión, reemplaza pues perfectamente el paseo de los ricos en carruaje rodando sobre el macadam” y agregaba que “es sedante, calma la agitación nerviosa y su acción tiene explicación”. En referencia a esto expresaba que “cualquier agitación que se siente al poco de andar es notablemente disminuida, si no desaparece del todo. Es un calmante del sistema nervioso, material y moral. Al subir en el tramway la imaginación la más preocupada está distraída. Encontrarse de repente con varias personas que la casualidad os ha presentado de compañeras de viaje, la reserva de buen tono que tenéis que guardar, la circunspección que os indica tener la prudencia para que algún indiscreto no venga a fastidiar, todo hace que vuestra imaginación descanse un tanto olvidando cosas serias que os abruman”.

En cuanto al tema “civilizador” manifestaba “la clase trabajadora sin tener fortuna alcanza a gozar de este benéfico vehículo a la par del rico”. Asimismo, destacaba que el uso del vehículo obligaba a todos a mantener la compostura y corrección para evitar molestar a sus acompañantes y “si así no fuera, la imponente seriedad del mayoral le haría comprender muy pronto que no se tolera desórdenes de ninguna clase”, informaba el profesional.

Sus últimas palabras eran una recomendación. “Que se acostumbren los tucumanos a hacer un paseo en tramway tarde y mañana, o más bien de mañana y de noche en el verano. Esta pequeña advertencia al pueblo la creemos de utilidad higiénica”. Cabe destacar que sus colegas y académicos de Francia dedicaban sesiones a analizar los informes científicos que enviaba desde nuestro país. Era miembro de la Sociedad de Higiene de París.

Bruland dejó este mundo el 25 de enero de 1895 a los 77 años. En sus últimos años solía caminar con paso lento por las calles y debió dejar sus cabalgatas. Pese recibir una pensión vitalicia de 400 pesos, que agradeció diciendo que “me sea permitido hoy dar mi amor a Tucumán”, su mayor gusto era recibir el reconocimiento de los ciudadanos.

Es bueno recordar algunas de las normas que imponía la reglamentación sobre los tranvías allá por 1880, tiempos novedosos para los tucumanos con la incorporación de este servicio. El reglamento disponía que “desde la oración y durante toda la noche”, llevarán “faroles de colores que sean bien visibles de adelante o de los costados”. Estaba prohibido “a los pasajeros proferir palabras indecorosas”: los conductores quedaban “encargados de amonestar o expeler al pasajero que hubiera faltado al decoro que merece el público”.

El médico francés Bruland recomendaba un recorrido por la mañana y por la noche. Siglo XIX

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