La desconfianza, esa curiosa impertinente

La desconfianza, esa curiosa impertinente

El exceso de recelo conduce a veces a una persona a ver falacias en todas partes. ¿Somos desconfiados los argentinos?

Mirada que condiciona. Incordia. Genera suspicacias. Incertidumbre. Miedo. Insomnio. Que siempre huele algo bajo la manga. Que intuye palos en la rueda de la buena fe. Espía gestos. Palabras. Cartas. Celulares. Anotaciones. Imagina traiciones en cada baldosa. “Desconfío”, le dice al otro detrás de los naipes. Disfruta amargamente cuando confirma la malicia. Mirada que adivina falacias en el trabajo. Entre los parientes, los amigos. O en el aire. Insegura. Se contradice. Le han mentido sistemáticamente, pero aun así sigue creyendo por eso de que hay que tener esperanza, porque es mejor malo conocido que bueno por conocer. Pero la estafa, la desilusión, esperadas, igual son un latigazo a su escepticismo. La desconfianza a veces impide crecer. Mirada que es tal vez lo mismo que sospecha o podría llegar a ser. Cola de paja, le dicen. Esa curiosa impertinente, diría el troesma Cervantes, nos puede conducir al derrotero de la nada. Dicen que cuando la desconfianza entra por la puerta, el afecto sale por la ventana. ¿Será así?

Es la falta de esperanza o de seguridad que se tiene en que una persona va a actuar o que una cosa va a funcionar como se desea. La desconfianza es hermana de la duda y la sospecha. La mentira repetida suele ser una de las semillas que la provocan. A veces la mentira propia o lo que uno mismo hace, lleva a creer que los otros se comportarán igual. Este recelo puede llegar al exceso de descreer de las palabras o acciones por más convincentes que sean. ¿Somos desconfiados los argentinos? ¿Qué nos lleva a sospechar de casi todo? ¿Es positivo dudar constantemente? ¿Cuáles son los pros y los contras? Si todos desconfían de todos, ¿hacia dónde vamos? “El que sospecha invita a traicionarlo”, sostenía Voltaire. Aunque nuestros abuelos aconsejaban: “Mira bien de quién te fías, que hay en el mundo mucha falsía”.

Cristina Kreczman | Docente-Escritora

Soy de confiar, pongo fe en las acciones y personas. Pero veo el rostro y las actitudes de la gente que desconfía. Es triste y desolada su mirada, a veces es penetrante de desamor; sus comentarios suelen acarrear a otros a una “complicidad casi macabra”. La desconfianza nace del alma inquieta, falta de paz y sin brújula, desgasta relaciones y desaprovecha el tiempo. Puede provenir de experiencias repetitivas: “siempre creo y me fallan”, trasladamos al otro nuestra inseguridad, fruto a veces de la levedad de nuestros juicios, no nos detenemos a reflexionar o analizar para no volver a cometer el mismo error. Les pregunté a mis padres: Papá (97 años): “No creer que te quieran para siempre”. El tango Desconfianza (1932), de Donato-Romero, dice: “Desconfío hasta del viento que acaricia tus cabellos, y no duermo ni un momento, porque sé que pa’ siempre te perdí”. Mamá (93): “pensar que no te están diciendo la verdad”. Desconfiale (1937), tango de Pelay-Canaro: “El desconfiar es cosa necesaria para enfrentar los tiempos que corremos y hay que dudar de buena y de contraria y no creer ni aquello que creemos. Parecerá que soy un ofuscado, pero es que estoy un poco escarmentado y “pensar mal, para acertar” es un adagio que hay que enseñar. No desconfiar es cosa de inocentes, hoy que a granel se asoman los piratas y tipos hay forrados y pudientes que fingen ser más pobres que las ratas. Conviene estar hoy día bien despierto y desconfiar, lo mismo que hace el tuerto, y semblantear para lograr las intenciones desentrañar”. La desconfianza tiene el color y el rostro del alma que la siente.

Raúl Gil Romero | Ingeniero

Nos toca estar en el mundo en modo alterado, la sociedad planetaria se proyecta en fuga, incansable e insaciable en busca de un eterno y seguro presente que la salve de un incierto futuro que se acelera por los cambios tecnológicos que provocan crisis en todos los campos. Más que asustados, espantados por un caótico devenir. La sensación es de inseguridad y se respira la desesperanza como clima social. Un manto de sospechas cae sobre las ciudades aislando por el temor a los individuos, diluyendo todo afecto por los demás. ¡Sálvese quien pueda! Y debilitados en la fe interna, gana el temor, que es sufrimiento que lleva a la violencia y a la destrucción. Entonces se buscan certezas afuera y comienzan a ganar las promesas para un orden con riguroso control, lo que creen les llevará a sentirse más seguros. Dos caminos se abren, uno que avanza integrando las diferencias, y el otro de regreso que segrega y discrimina. El aturdimiento aumenta condicionando la respuesta, que lleva hacia el origen del instinto animal, cuando frente al fuego, mientras los otros huían, se acercó, movido más por curiosidad que por temor, y aprendió a manejarlo, y a producirlo, llevándolo al gran salto evolutivo que hasta hoy no ha parado. Fue por su confianza interna que construyó el mundo social, al que hoy, rudimentarios seres llevan a su destrucción sembrando sospechas por doquier. Habrá que tomarse un tiempo para la reflexión, un instante hacer silencio y escucharse en voz interior, tapada hoy por las que llegan desde los medios.

Nilda Chiarello | Cantante-Bioquímica

- ¿Sabes cuál fue tu error, Poseidón?- le espetó Zeus, el que “amontona las nubes” - ¿Cuál? He dado a Polifemo la mayor bravura y fuerza que cíclope alguno pueda tener... - No has enseñado a tu hijo a desconfiar...

Este diálogo entre hermanos (conjetural, por supuesto) nos invita a la reflexión. Pero antes repasemos. Cuenta Homero que Polifemo encerró a Odiseo y sus hombres en una cueva cerrada con una enorme piedra. Estos aprovechando la confianza del cíclope lo embriagaron ofreciéndole vino y una vez dormido atravesaron el único ojo del gigante con una lanza. Así pudieron escapar. La confianza cegó a Polifemo. La desconfianza entonces parecería, en esta instancia, dar la razón a Zeus en nuestro diálogo imaginario. Desconfiamos para prevenirnos, protegernos, estar alertas... Desconfiamos porque dudamos, recelamos, prejuzgamos... ¿Entonces podríamos, en un intento de mesura, desconfiar pero no tanto? ¿Cuál sería la medida justa de la desconfianza, en tanto instinto de protección al dudar de lo por-venir? Inquietante pregunta y ambivalente respuesta, por una sencilla razón: la desconfianza se alimenta del miedo y la sospecha, del engaño y la mentira, nutrientes devoradores (valga el oxímoron) de la seguridad y el bienestar. La confianza en cambio, oficia de impulsora de toda acción humana, opera en el terreno del encuentro con “el otro”, celebra su contacto. Las razones para desconfiar son numerosas, para confiar, infinitas. Devolviéndonos la imagen de nuestras propias acciones posibles, confiar nos remite al origen, a la calma, a la contención materna. Nadie desconfía de una canción de cuna.

Mario Albarracín | Artista plástico

“Nadie cree a un mentiroso, ni siquiera cuando dice la verdad”. La moraleja de la fábula del pastor mentiroso tal vez resume una realidad que hoy vivimos en nuestra sociedad. La desconfianza en todos los ámbitos es la muestra de una sociedad sin fe. Sobre todo la desconfianza en la “Justicia” que es la garantía del respeto a las leyes que nos amparan a todos. Los lobos de la historia se han comido nuestras ovejas desde hace muchos años, lobos que son parte de nuestro propio rebaño. El valor de la sinceridad ya no es importante en un mundo, donde todo se calcula tras bambalinas. Se mide, se controla, se especula. En la era de las “Fake News”, noticias falsas que modifican una línea de pensamiento de forma deliberada, en este bosque de dispositivos digitales que portan todos sus habitantes en una inmediatez de lectura sin análisis que supera cualquier cálculo. Una sociedad que no solo se volvió desconfiada, sino también influenciable. No es bueno andar dudando de todo, porque todo se vuelve sospechoso y hasta las verdades más absolutas se ponen en duda. Si el mismo Jesucristo tuvo que mostrarle sus heridas a Tomás para que le crea. Quizás el camino es volver a mirar a los ojos y no a los celulares, a dar la mano, a valorar la sinceridad como lo que es… lo único valioso que tenemos. Para soñar un mundo mejor para todos debemos invertir “ver para creer” y entender que vamos a tener que “creer para poder ver”.

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