¿Existe un arte nacional?

¿Existe un arte nacional?

"De verdad, ¿alguien se sigue creyendo lo de los pasaportes y los nacionalismos en el territorio del arte? ¿De dónde es uno? ¿De dónde nace? ¿Dónde vive? ¿O de ninguna de las partes y de todas a la vez?" Las preguntas de Estrella de Diego, experta de arte contemporáneo de la Universidad Complutense (Madrid), tienen por destino a la, según ella califica, obsoleta Bienal de Venecia. Pero sin dudas adquieren una dimensión mayor en estos tiempos, cuando todavía se habla de la existencia de un arte nacional. La bienal criticada, se sabe, está organizada principalmente alrededor de las representaciones nacionales; la Argentina, con su propio stand, estará representada en esta oportunidad por la rosarina Nicola Constantino, con una serie de videoinstalaciones sobre Evita Perón.

Como tantos otros, De Diego se interroga: "¿se puede seguir hablando de lo nacional? Y más todavía: ¿qué hace falta para representar a un país? ¿Haber nacido allí? ¿Vivir allí? ¿Sentir simpatía por dicho país? ¿Ser adoptado por el comisario/a?" En otras palabras, uno podría plantearse si existe un arte nacional, y en tal caso, cuáles serían sus características. Que quede claro: no basta presentar imágenes "representativas" del repertorio argentino para otorgarle la identidad nacional a tales obras. Se trataría, a lo sumo, de un listado de temas nacionales. Pero el arte va más allá de los temas; no lo constituyen; estos, no son más que eso. En las pinturas de Molina Campos, por ejemplo, las historias del gaucho han sacado patente de una determinada identidad nacional. Pero esa calificación añeja entra en colisión con la parodia que de ellos hizo Luis Benedit en la década del 90, citando a los propios trabajos de Molina Campos en clave contemporánea.

Regresando a la pregunta: ¿habría un arte argentino? El pop de Marta Minujín, la marcada geometría de Fabián Burgos, el sánguche de milanesa de Sandro Pereira o las fotografías pop latino de Marcos López (por no cansar con los innumerables ejemplos), ¿no pertenecen, acaso, a una producción que bien pueden ser de cualquier lado o de todos a la vez? ¿Cuál es la marca nacional en estas fotografías, pinturas, esculturas y dibujos? No la tienen: se las podría encontrar en Londres o en París, y seguramente en Nueva York en decenas de galerías. Y nadie se preguntaría si es arte argentino, aunque lleve la banderita celeste y blanca.

Estrella de Diego, se pregunta finalmente: "¿no se trata en el mundo actual -o la parte más sensata del mundo actual al menos- de todo lo contrario, acabar con las 'representaciones nacionales' que no tienen nada que ver por cierto con la defensa de lo local frente a lo globalizado, sino que están enraizadas con un ejercicio de poder pasado de moda, incluso de raíces colonialistas?"

La señalización de un arte argentino, latinoamericano, africano o indio lleva implícita, si bien se ve, el gesto colonialista del descubridor; una visión eurocéntrica, principalmente, políticamente correcta, que se permite admitir como tal a expresiones producidas en la periferia. Bien que, igualmente, las nociones de centro y periferia también hoy pueden ser deconstruidas.

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