Emoción a los pies del cerro El Pelado

Emoción a los pies del cerro El Pelado

La versión que presentó el viernes en Tafí del Valle el director Carlos Kanan, no sólo conmovió a los casi 10.000 tucumanos que acudieron en tropel al paraje sagrado conocido como Ojo de Agua, sino que también provocó una gran turbación.

LA FAMILIA. María, Jesús y José, huyen de Egipto por mandato de Dios. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL LA FAMILIA. María, Jesús y José, huyen de Egipto por mandato de Dios. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
La fe no puede explicarse con palabras: sólo se siente. No se piensa ni se declama: se practica; se hace verbo. Tal vez por eso, las representaciónes de la vida y la pasión de Jesús sean tan conmovedoras para los cristianos. Sin embargo, la versión que presentó el viernes en Tafí del Valle el director Carlos Kanan, no sólo conmovió a los casi 10.000 tucumanos que acudieron en tropel al paraje sagrado conocido como Ojo de Agua, sino que también provocó una gran turbación. Si, porque casi al borde del shock emocional, muchos espectadores incluso lloraron en los momentos clave de la historia. "Fue muy emocionante. Terminé con el pañuelo mojado", dijo Analía González, de Santa Fe.

La puesta, que involucró unos 200 artistas, comenzó 15 minutos más tarde, debido a los problemas en el ingreso de vehículos. A esa hora (las 16.15), unas 8.000 personas ya se encontraban ubicadas en la ladera del cerro El Pelado, aunque el ingreso de público fue incesante durante casi toda la obra. El lugar, no podría haber sido más adecuado: en otros tiempos fue un paraje sagrado para los nativos de Tafí. Por eso, horas antes de la puesta, miembros de la comunidad originaria realizaron un ritual para pedirle permiso a la Pachamama.

El alma estrujada
Con una banda de sonido que estuvo atravesada por la maravillosa y tristísima música que John Williams compuso para la película "La lista de Schindler", los principales momentos de la vida de Jesús fueron sucediéndose con escenas que estrujaron el alma. El nacimiento (con la algarabía de los ángeles y el aplauso del público) y la visita de los Reyes Magos abrieron el relato. Luego, casi sin anestesia, llegó el primer golpe al corazón con la matanza de los santos inocentes ordenada por Herodes. En ese momento, con el tema principal de Williams sonando por los altoparlantes, las madres con sus bebes salieron corriendo a campo traviesa perseguidas por los soldados -a pie y a caballo- que dieron muerte a los niños con certeros golpes de espadas. Fue una escena dura que el público no pudo aplaudir porque sólo tuvo fuerzas para enjugarse las lágrimas. "Cuando vi esa escena me quedé muda. No pude evitar en pensar cómo hoy sucede lo mismo con muchos niños desamparados", reconoció Rocío Carmona, de Concepción.

Efectos especiales
Pero aún faltaba mucho por ver y sufrir. Faltaba, por ejemplo, la epopeya de Juan el Bautista, el milagroso cruce del mar (que incluyó un pequeño lago montado especialmente para la obra), el famoso sermón de la montaña y la conmovedora resurrección de Lázaro. Faltaba también la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén, la última cena y la terrible noche en el Huerto de los Olivos.

Pero, la pasión propiamente dicha llegó como esa tragedia anunciada que da fundamento a la fe. Y, casi como una señal divina, coincidió con la puesta del sol. Como si esa sombra detrás de la luz ratificara aquello de que para resucitar es preciso primero pasar por la cruz.

Alrededor de las 18 toda esta mística evangélica ya se había apoderado por completo del público: nadie hablaba ni aplaudía. Todos seguían en silencio el infame juicio que se desarrolló sobre un escenario, al atardecer y a la vista de ese mismo pueblo que había recibido con palmas al Hijo de Dios y que ahora pedía a gritos su crucifixión. Una crucifixión que se produjo más tarde, casi como retratan las escrituras: en un monte elevado, entre rocas y juncos y con los dos ladrones al lado del redentor.

Con la muerte (que fue acompañada por efectos especiales) también llegó el final de la obra y el frío de la tarde. El público, con la garganta aterida y el corazón hecho trizas aplaudió a rabiar mientras el "Aleluya" de Haendel reverberaba en la montaña. "Después de ver esto creo que todo es posible", admitió Lucrecia Díaz, de Córdoba. Y tenía razón. Porque, como decía Juan Pablo II, a la fe, además de conocerla, también hay que vivirla.

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