Nada menos que un tributo a la amistad

Nada menos que un tributo a la amistad

En calidad de testigos nos filtramos en los reencuentros y rescatamos anécdotas para reflejar el espíritu de cada década.

Los amigos del colegio son los hermanos que la vida no nos dio. Y si nos los dio, no los elegimos. En cambio, a estos sí. Algo especial tiene que existir en esa elección intuitiva, casi a ciegas, que comienza cuando te faltan dientes, continúa durante la etapa del acné (¡tus amigos del colegio nunca van a reconocer que estás en la edad del pavo porque todos están en la misma!) y que quizás no termine nunca.

Pueden pasar cientos de años, pero cada vez que se juntan todo vuelve: de repente nos sentimos jóvenes otra vez. Pero, no. Ya pasaron más de 10 años, en el mejor de los casos, 20, 30 o hasta 50. Sin embargo, se repiten las mismas anécdotas (ni siquiera es necesario contarlas enteras porque se las saben de memoria). Aunque nunca falta el que se acuerda de un detalle revelador que hasta ese momento no había saltado. Cada reunión sirve para completarlas, aumentarlas y corregirlas.

Con los compañeros de la primaria o secundaria hablás eso que no le decís a otro. Compartís un código común: todos fueron testigos del crecimiento del otro. Con ellos sufriste las primeras cargadas, te hiciste fuerte, tuviste a quien acudir cuando necesitabas una oreja. Todos debatieron los primeros enamoramientos, también los desamores. El colegio fue el campo de ensayo del resto de la vida.

Está bien y hay que reconocerlo. No todo el mundo la considera una etapa exitosa. Sabemos que puede resultar cruel e interminable. Una suerte de Caín y Abel, que tampoco elegiste y te toca padecer. Pero la vida da revanchas y quizás, el mismo sentimiento aflore en la universidad, en el barrio o en el trabajo.

Con el programa "Graduados" como excusa, buscamos rescatar las historias de cada década y hacerle un pequeño tributo a la amistad.

Cada grupo, un mundo
Ingresar en la profundidad de un grupo de amigos es meterse en un vericueto de vivencias por las que no es fácil transitar. Nunca vas a llegar al fondo. En el camino saltan carcajadas que impiden terminar una anécdota o se filtran miradas cómplices. Mejor no preguntar.

Hay grupos que pretenden proteger la imagen y se cuidan ("¡no, eso no lo contemos!"). Otros se ponen serios a la hora de hablar de la institución que los contuvo durante tantos años. Hay algo que sobrevuela entre los que fueron a colegios de la UNT: un orgullo y sentido de pertenencia muy fuerte. Se saben fanáticos y lo reconocen abiertamente. Un par todavía porta un llavero o usa un suéter con las iniciales. Alguna vez fueron colegiales que cargaron una mochila o discutieron con los superiores por un par de uñas pintadas. Hoy, son varones y mujeres con responsabilidades, pero siguen conservando algo de lo que fueron.

Contarlo les divierte, les intriga y se entregan sin condiciones. Aceptan a la intrusa, a la de afuera, y hacen un esfuerzo por ser claros. Algunos, después de la entrevista se quedaron maquinando y agregaron más anécdotas por correo o por Facebook.

De cada grupo, uno tomó la posta para convocar a los demás: en el colegio o en un bar. Especialmente para la ocasión. Luego mandaron fotos y colaboraron con los nombres. Todo el tiempo fue un gran trabajo de equipo intergeneracional.

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