Fito, Menem, el 2001... ¿cómo están operando las series en la construcción de sentido?

Fito, Menem, el 2001... ¿cómo están operando las series en la construcción de sentido?

Las plataformas reelaboran el relato de la historia contemporánea a su manera. El algoritmo de la industria de la nostalgia por ahora es imbatible.

IMPRESIONANTE. La caracterización de Leo Sbaraglia como Menem. IMPRESIONANTE. La caracterización de Leo Sbaraglia como Menem.

“Cavallo es un villano convocante”, dice Luis Machín, un peronista de manual puesto, justamente, a interpretar a Domingo Cavallo en “Diciembre 2001”. Más un jinete del apocalipsis que un ministro de Economía, es un Cavallo que cabalga sobre el país que se incendia con imperturbable cara de yo no fui. De ese Cavallo expuesto por la serie de Star+ el streaming salta al Cavallo encarnado por Campi en “Síganme”, viaje que propone Amazon Prime al corazón del menemismo. Así, mientras Machín hace a Cavallo por un lado y Campi hace a Cavallo por el otro, hay un tercer Cavallo -el real, por más difícil que resulte discernir cuál es cuál- entrevistado en vivo y, por supuesto, dispuesto a cantar la justa para sacarnos de la crisis eterna que supimos conseguir. Como si Cavallo fuera, en cierto modo, un destino nacional. A todo esto, ¿qué pensará Cavallo de esos Cavallos que lo miran desde la pantalla mientras a su vez él los mira, tal vez extrañando la centralidad de su villanía?

Sería extraordinario contemplar la reacción de Cavallo, sin ediciones tramposas de por medio, ante las interpretaciones de Machín y de Campi. Quién sabe, tal vez Star+ (que no deja de ser Disney) o Amazon hagan los deberes y Cavallo, tan hábil frente a las cámaras, por más que su oratoria deje tanto que desear, haga de las suyas. Netflix sabe del asunto y por eso sentó a Fabiana Cantilo con Mica Riera -la actriz que la recrea en “El amor después del amor”- para que la veamos sorprenderse, reírse, contar algún detalle sobre la escena en cuestión o, simplemente, hacerse la desentendida con algún pasaje que no le cuadra. Entonces, mientras la serie de Fito Páez va retrocediendo en el ranking de lo más visto en la plataforma, Fabi Cantilo no para de sumar likes y visualizaciones en YouTube y en TikTok. De esta forma las piezas de estos relatos van encastrándose. No es una cuestión de hechos, de rigor histórico, sino de show. ¿Es una certeza para todos?

En otras palabras, ¿cuál es el sentido que va construyendo esta maratón de series? La música de Fito, la crisis de 2001, el menemato -y podemos agregar biopics como las de Maradona y “Ringo” Bonavena- conforman experiencias colectivas frescas, cercanas, imbricadas, nos guste o no, con nuestra identidad. Las plataformas de streaming, a su manera tan plana e industrial, son las que están aportando sus propios significados, su propio lenguaje, a la historia argentina contemporánea. De modo que estas producciones, puro entretenimiento con pretensiones de cultura de masas, no sólo pintan un tiempo y una época, sino que van posicionándose como lo que no son. Por ejemplo, “El amor después del amor” puede ser un gratificante ejercicio emocional, o un eficaz dispositivo para alimentar la industria de la nostalgia. Netflix repite la fórmula en todas las latitudes, al igual que Disney o Amazon, y esa construcción de sentido va imponiéndose a partir de la potencia de las plataformas que la emiten. Es un modelo comunicacional/cultural que va ganando la partida.

NETFLIX DIO EN EL BLANCO. La música de Fito Páez acompaña a América Latina desde hace décadas. La serie supo trabajar sobre esas emociones. NETFLIX DIO EN EL BLANCO. La música de Fito Páez acompaña a América Latina desde hace décadas. La serie supo trabajar sobre esas emociones.

“Argentina, 1985” es una película buenísima, entre otros factores por la determinación -y valentía- que el director Santiago Mitre eligió para contar un episodio fundante de nuestra democracia como fue el juicio a las juntas. Pudo haberlo hecho por medio de metáforas o eufemismos, así quedaba bien con todos. Prefirió ir a los bifes. El filme generó un efecto cascada positivo, por ejemplo abriendo debates en el trayecto educativo. Los chicos fueron a ver “Argentina, 1985” con sus docentes y después debatieron sobre el tema, se les aportó contexto, se despejaron dudas, recibieron información. A quienes vivieron aquellos momentos se les removieron las entrañas, la película se discutió en las sobremesas. Se habló de política con una densidad infinitamente superior a la del meme de turno. Ricardo Darín (Julio César Strassera) y Peter Lanzani (Luis Moreno Ocampo) se insertaron en esa conversación con muchísima altura. Hablando justamente de construcción de sentido, es el ejemplo inverso.

Las plataformas de streaming rescataron a la ficción argentina del naufragio sufrido en la televisión abierta. Allí es una especie en irremediable vía de extinción, aniquilada por depredadores como los talk shows faranduleros y los realitys, que serán de dudosa calidad pero resultan implacables a la hora de cooptar audiencias. La segunda temporada de “Argentina, tierra de amor y venganza” terminó constituida en el último reducto de resistencia, aunque con la soga al cuello por culpa de un rating esquivo. El sticker inmortal de Mariquita Valenzuela gritando “¡aguante la ficción, carajo!” bien podría funcionar en la estrategia de marketing de Netflix. Pero a cambio de absorber recursos humanos valiosísimos como los que forma el audiovisual argentino, el streaming impone sus reglas implacables e inamovibles. Es, a fin de cuentas, una cuestión de negocios y de mercado, por más que Fito Páez, el 2001, Menem o Bonavena representen una argentinidad cuyas reales posibilidades de exportación sólo las conocen quienes analizan datos, algoritmos y etcéteras por el estilo. En este caso, la popularidad de las plataformas es clave. El éxito de “El amor después del amor” también se debe a la masividad de Netflix, que cada día es menos interesante pero aún así mantiene un liderazgo indiscutido. En ese sentido, habrá que ver cómo le irá a “Síganme” en cuanto a repercusión y permeabilidad en las conversaciones, habida cuenta del número de suscriptores que maneja Amazon. Cada cual con su caballito de batalla. A fin de cuentas, nada es infalible. HBO sigue haciendo la mejor televisión, puede que en pugna con la BBC, pero ni aún apelando a una estrella como Guillermo Francella sacó del pozo a “La extorsión”, una de esos thrillers que pierden el rumbo mucho antes de terminar.

Son divertidas las reacciones en YouTube, impacta el milagro de un gran maquillaje (Leo Sbaraglia como Menem), está claro que en la Argentina se salta de la heroicidad a la villanía de un día para el otro. ¿Y entonces? La serie sobre la hecatombe del 2001 está basada en una admirable crónica de Miguel Bonasso (“El palacio y la calle”), de recomendada lectura para sumergirse en aquel drama nacional. En el libro a los personajes les sobran texturas, matices, afloran sus contradicciones. Esa es la complejidad que demanda la historia si de construcción de sentido se trata. Tal vez estemos revisando nuestro pasado reciente con una simpleza impropia de su importancia y, entre tanto recorte, puede que el streaming no sea la causa, sino el efecto. O tal vez suceda que la contribución del audiovisual argentino en ficciones, webseries o documentales capaces de ensayar otras miradas pide a gritos una difusión que desde hace tiempo se le niega.

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