Mañana no se celebrarán elecciones

 LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO

Leyendo crónicas electorales de la década del 80 rememoramos el optimismo exacerbado con que se vivían los días previos a cualquier comicio.

“Una fiesta de la democracia”. “El pueblo decide su futuro con madurez y alegría”. “Masiva concurrencia en apoyo a la libertad de elegir”. “La nación celebra en las urnas”.

El verbo “celebrar” abundaba en títulos y notas de la época, costumbre que, en menor medida, aún perdura: “Mañana se celebran elecciones en…” es uno de los ejemplos más corrientes. Y no es inocente. Nunca nada es inocente. No es lo mismo decir mañana se realizan, o mañana se llevan a cabo, que decir mañana se celebran.

Votar era una fiesta en los 80, después de la década y media más violenta de la historia argentina, que arbitrariamente ubicamos entre dos sucesos icónicos: la llamada “Noche de los bastones largos” en la Universidad Nacional de Buenos Aires, tras el golpe cívico militar del 66, y la Guerra de Malvinas, en 1982.

Acudir a las urnas representaba el hecho simbólico que sintetizaba todo el fenómeno democrático, bastante más amplio y complejo que el solo acto de introducir un sobre en una caja.

Democracia era básicamente sinónimo de libertad, de esperanza, de enormes expectativas, de que el país comenzaría por fin a superar la profunda crisis social y económica de los últimos 17 años, y de que con este sistema la gente podía comer, curarse y educarse, como prometía Raúl Alfonsín.

Democracia significaba desde trivialidades como elegir libremente cómo vestirse, hasta dónde llevar el largo del cabello o ver mujeres desnudas en las tapas de las revistas en los quioscos, hasta discutir abiertamente de política, economía o religión en los secundarios, las universidades, los medios de comunicación o incluso en las mesas familiares.

Partamos de la base de que durante la dictadura de Juan Carlos Onganía -que encendió la mecha de la violencia social y política masiva- se prohibieron hasta las minifaldas. Un hecho aparentemente menor, pero que contextualiza la algarabía y justifica la explosión que significó el proceso democrático a partir de 1983.

El primer objetivo, sostenía Alfonsín, era consolidar la democracia y el sistema republicano como forma de gobierno.

Tras varios intentos de golpes militares y económicos, o puebladas orquestadas maquiavélicamente, como los saqueos que se repitieron durante varios años desde los comienzos de este nuevo siglo, el objetivo primordial que trazó Alfonsín se ha cumplido, con 40 años de democracia ininterrumpida que lo confirman.

Sin paracaídas

El resto de los desafíos que se plantearon para esta nueva República que nació en el 83 no se han alcanzado, y en la mayoría de los casos se han agravado.

La inflación galopante que dejó la última dictadura (344% anual en 1983) continúa siendo un sube y baja desde hace cuatro décadas, con picos alarmantes, como en 89-90, 2002-2003, o 2007-2023.

Inflación que sigue arrojando a millones de argentinos a la pobreza y expulsando del sistema a niños, jóvenes y ancianos.

El narcotráfico, la inseguridad y la violencia intravecinal o intrafamiliar son otros índices que no han dejado de escalar en democracia.

Mientras no dejan de caer el salario y el poder adquisitivo, no deja de aumentar la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres.

La falta de oportunidades, de expectativas laborales y el descenso de la calidad de vida en general han provocado que estos 40 años sea el período en que más argentinos abandonaron el país en toda su historia.

Se ha invertido bruscamente el proceso inmigratorio que tanto caracterizó a la prosperidad argentina de los dos siglos anteriores.

La política y la dirigencia empresaria, el tándem que lidera los destinos de toda nación, no ha podido o no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, de las necesidades, de las urgencias y de los proyectos nacionales y provinciales.

Faltan estrategias y a la vez fracasan las tácticas. El incremento del escepticismo, el desencanto y el descontento impactan directamente en el ausentismo electoral y el llamado voto bronca, que alcanzaron sus récords históricos en las elecciones de 2019 y 2021, desde 1983.

La degradación de la clase política, enfrascada en su propio mundo de privilegios y egolatrías; la degeneración de algunos sistemas electorales, como los bochornosos acoples en Tucumán; más la ausencia de republicanismo real y la bajísima calidad institucional, se han sumado para restarle representatividad a los candidatos ungidos por el voto.

La plataforma electoral “que se vayan todos”, si tuviera una boleta, posiblemente ganaría las elecciones en numerosos distritos.

Democracias que no son tanto

Los únicos dos derechos que garantiza una democracia es a elegir y a ser elegido. El resto de los derechos deben conquistarse, negociarse, trabajarse, transpirarse.

El supuesto gendarme de la democracia y del mundo libre, Estados Unidos, convivía hasta hace menos de 50 años con uno de los peores segregasionismos del planeta, con escuelas distintas para blancos y negros, al igual que baños públicos, espacios separados en el transporte público o accesos diferenciados a oficinas públicas y privadas.

En la década del 60 existía menos discriminación en la dictatorial Unión Soviética que en los EEUU, pese a que durante la Guerra Fría los norteamericanos nos vendían el “sueño americano” de la libertad y la igualdad, frente a la opresión soviética.

Un año antes del “Cordobazo”, en plena dictadura argentina, en la libre y justa Norteamérica asesinaban a Martin Luther King, entre otras decenas de militantes por los derechos civiles muertos en esos años, a manos de policías o de grupos racistas.

Y tan solo un mes después de que Arturo Illía asumiera la presidencia, en octubre del 63, alcanzada por el voto popular, en EEUU asesinaban al presidente John Fitzgerald Kennedy.

Aún hoy persisten en la “primera democracia mundial” fuertes estigmas segregacionistas contra las minorías étnicas. Los descendientes latinos son ciudadanos de segunda y hasta un muro construyeron -como los tiranos soviéticos- para que no sigan entrando latinos.

Hace poco más de dos años el democrático ex presidente Donald Trump, descontento con la derrota electoral, ordenó tomar por asalto el Capitolio de los Estados Unidos.

Al margen de que este país orquestó desde Washington decenas de dictaduras por todo el mundo.

Ejemplos sobran de que una democracia real no se alcanza con la acción de sufragar, pero hacemos foco en la primera potencia porque se presenta como el adalid del sistema republicano a nivel mundial.

Ahora vemos como los políticos españoles se pasean por Latinoamérica dando conferencias sobre democracia, cuando los europeos volvieron a votar en 1977, luego de casi 40 años de dictadura de Francisco Franco. Y los españoles no recuperaron la democracia por presión social o política, como ocurrió varias veces en Argentina, sino simplemente porque Franco murió.

Mañana los tucumanos volveremos a las urnas para elegir gobernador, luego de cuatro años, con muy pocas ilusiones y expectativas, salvo para los 18.000 candidatos que hacen su negocio electoral.

Los dos derechos básicos de la democracia están garantizados, elegir y ser elegidos. El resto de los derechos, violados sistemáticamente desde hace décadas en la provincia, se escurrirán por una alcantarilla, o mejor dicho, por la rendija de una urna.

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