La llamada que cambió, al menos por ahora, la suerte de Manzur

La llamada que cambió, al menos por ahora, la suerte de Manzur

Como hace poco más de nueve meses, el azar volvió a unir los intereses de Juan Manzur y de Osvaldo Jaldo. Durante largas horas del domingo pasado, el jefe de Gabinete de la Nación y el gobernador interino vieron tambalear sus estrategias políticas y electorales hasta que, nuevamente, la suerte -y Cristina Fernández de Kirchner- jugaron a su favor. Al menos, por ahora.

El desmoronamiento del Gobierno nacional estuvo a un paso de tener su réplica en Tucumán. Cuando estalló la crisis por la renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía en paralelo a los nuevos reproches de la vicepresidenta, Manzur se encontraba en Yerba Buena. Apurado, se subió al avión para sumarse a la mesa de decisiones armada en la Quinta de Olivos. Cuando llegó, durante la siesta del domingo, el dibujo del nuevo gabinete ya estaba listo. Sergio Massa ocupaba su lugar, él podría recalar en el Ministerio del Interior como reemplazo de Eduardo “Wado” De Pedro y hasta su regreso a Tucumán asomaba cada vez más cerca.

Sin embargo, Manzur volvió a demostrar que es un dirigente al que la fortuna siempre le hace un guiño. Sólo el veto de la vicepresidenta a la monopolización del poder en manos de Massa lo salvó de la devaluación. Todos los dirigentes coinciden en que el Presidente estaba convencido de que la reconstrucción de su gobierno debía partir de un empoderamiento del líder del Frente Renovador. Pero como en Argentina no manda él sino Cristina, el tucumano puede respirar aliviado. Aunque sólo por el momento.

Hay una virtud que hace de Manzur el político que es: convence a sus interlocutores de que su presencia es vital para negociar con sus rivales. Es, en resumidas cuentas, un excelente intermediario. No tiene pereza en organizar y mantener reuniones de cualquier índole, en sonreír y en montar escenarios propicios para su ocasional oyente. Lo hace a menudo con el mundo empresarial, con el sindical y con el político. Quizás por eso debe ser uno de los pocos dirigentes que puede jactarse de haber obtenido la amnistía de la propia Cristina, luego de haber sido el primer oficialista en decretar públicamente su final político. Todos los que conocen a la vicepresidenta aseguran que no se caracteriza por ser una política magnánima -Massa hoy puede dar fe de ello-, y sin embargo el único funcionario que recibió un elogio de ella en los últimos discursos fue el tucumano. “Fue un gran ministro”, dijo hace un par de semanas.

Hay otro nombre del que se habló poco pero que terció mucho para que el ex ministro de Salud mantuviera su despacho al lado de la oficina presidencial. El camporista “Wado” De Pedro es uno de los sostenes más firmes con los que cuenta el tucumano, algo que admiten tanto los kirchneristas como los albertistas. “Wado” fue fundamental para que Manzur se mantuviera firme. Ese domingo de angustia, ya aterrizado en Buenos Aires, el tucumano se dirigió al hotel Conte, en Pellegrini al 100. Allí estaban su compañero de gabinete y el gobernador formoseño Gildo Insfrán. Desde el teléfono de De Pedro, a las 14.30, pusieron en línea al jefe de Gabinete con la vicepresidenta. Ahí comenzó a desmoronarse la intervención de Massa, quien ya estaba desde la mañana en Olivos con Fernández.

Un dato complementario que dice mucho de la relación que lo une con “Wado”: en abril de este año, el ministro del Interior encabezó una misión a Israel junto al vicejefe de Gabinete, Jorge Neme, el más estrecho colaborador de Manzur. Fue una gira casi idéntica a la que había realizado Manzur como gobernador en noviembre de 2018.

No es casual, entonces, que un par de días después del cisma en la cúpula del poder nacional Manzur, De Pedro y Daniel Scioli viajaran a Formosa para participar de la reunión de gobernadores del Norte Grande. Más que un gesto de respaldo y con el objetivo de tranquilizar a los inquietos caciques provinciales, la foto fue un dardo al corazón del Frente Renovador. Una imagen de resistencia, de gobernadores y de kirchneristas, ante los intentos de copamiento del massismo.

Por supuesto, nada de esta secuencia permite presagiar que se avecinen tiempos de calma para Manzur. Porque la disputa por el poder en el oficialismo no le dará margen para respirar. En consecuencia, igual de atento debe estar en Tucumán el vicegobernador a cargo del Poder Ejecutivo. Jaldo fue una de las personas más nerviosas ante la posibilidad de que finalizara el sueño nacional de su compañero de fórmula.

Así como sólo el azar pudo disipar la feroz interna en septiembre del año pasado y los obligó a firmar una tregua, otra vez la fortuna quiso que se mantuviera esa convivencia tal cual funciona. De concretarse un regreso prematuro de Manzur, el tranqueño debería haber vuelto a la Legislatura justo un año antes de las elecciones provinciales, con toda la incertidumbre que eso hubiera generado. Manzuristas y jaldistas admiten que el mejor aliado con el que cuenta hoy el gobernador interino para mantener sus apetencias de sucesión es el tiempo. Mientras Manzur se sostenga allá, él crece aquí.

Desde la Cámara, Jaldo se hubiese enfrentado a un dilema: ¿cómo intensificar la campaña electoral para 2023? La única certeza es que ya no tiene margen para volver a hacer de oposición, porque resultaría poco creíble. El año pasado, esa estrategia le sirvió para posicionarse, diferenciarse de Manzur y competir en las Primarias, pero fue tan virulento su discurso que el repentino desembarco en la Casa de Gobierno y el cambio de discurso le significó un costo político. En definitiva, un retorno del gobernador diluiría su presencia y avivaría a sus detractores dentro del oficialismo.

Cuestión de dedos

Esta vez no hubo foto ni video para evitar otro escándalo, pero un encuentro entre referentes de Juntos por el Cambio tuvo momentos de gritos y de tensión. Fue en la noche del miércoles en el primer piso del hotel Howard Johnson en Yerba Buena: después de mucho tiempo, el peronista Germán Alfaro y los radicales Roberto Sánchez, Mariano Campero y Sebastián Salazar se vieron las caras.

El argumento –real- es la preocupación que tienen los intendentes por una merma en el envío de recursos a sus jurisdicciones para obras públicas, en medio de un incierto panorama económico nacional. No obstante, hubo tiempo para el análisis político y para las disidencias. Ocurrió cuando Campero propuso analizar cómo se podrían dirimir las candidaturas del espacio para el próximo año. Alfaro planteó que no era el momento aún de discutir eso, pero el yerbabuenense insistió con su planteo para evitar que, entrado 2023, las definiciones las tomaran desde Buenos Aires mediante el uso del “dedo”. Cuentan que el intendente capitalino se molestó en esa ocasión y reprochó a Campero por sus dichos respecto de que la postulación de Sánchez era “innegociable”. Después de algunos minutos de discusión, la charla original siguió su curso.

El rifirrafe confirma dos cuestiones: por un lado, que Alfaro apuesta a la bendición de Horario Rodríguez Larreta, de Miguel Pichetto y de Patricia Bullrich. Y por el otro, que Sánchez y Campero carecen de varios padrinos nacionales de peso, más allá de que Gerardo Morales apueste por los candidatos radicales y que ayer lo haya ratificado junto al mendocino Alfredo Cornejo. Con esa disparidad de fuerzas, al peronista le conviene dejar pasar el tiempo y a los radicales buscar alternativas de resolución que minimicen la influencia foránea.

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