Hay que no hay

A Rubén Rodó, in memoriam.

Estamos en posguerra. A eso se asemeja la situación de la Argentina. Un país donde hay abundancia de faltantes. No es cosa de este Gobierno, claro está. Pero se acentúa con este Gobierno, indudablemente. Porque ya no se trata de que faltan, meramente, aceite de mesa, leche larga vida, yerba mate o cigarrillos. Los gestores del “hay que no hay” lograron que faltasen vacunas contra la covid-19. A pesar de que fueron pioneros en la firma de convenios con laboratorios privados, y de que tuvieron tratamiento de preferencia de firmas de EEUU que habían testeado sus inmunizadores en el país. Pero ideologizaron la pandemia, para mal de los argentinos: en el arranque sólo se compraron vacunas chinas y rusas. Y al poco rato hubo que hubo. Con la sola excepción de funcionarios, parientes, amigos y militantes de La Cámpora. Para ellos, en la posguerra, siempre hay salvoconducto.

Ahora hay que no hay gasoil. No hay para el campo. Tampoco para la ciudad. Como consecuencia, ya lo anticipó LA GACETA, se avizora para el corto plazo que comience a escasear el gas para garrafas. Y en cuanto a la provisión de gas natural, tanto domiciliario como industrial, la importación continua del fluido impacta de manera flamígera en las reservas del Banco Central, porque hay que afrontar alrededor de 1.200 millones de dólares mensuales. El BCRA atesora hoy recursos para afrontar sólo tres meses de importación. Ni un centavo más.

Hay que no hay una política energética para salir de este atolladero. O en todo caso, la política del Gobierno en esta materia es un disparate. Ese diagnóstico, ciertamente, no es de la oposición, sino de un albertista de paladar negro: Matías Kulfas, hasta hace poquito nomás ministro de Desarrollo Productivo de la Nación. Es decir, ex ministro de lo que no hay.

Algo huele mal

Dice Kulfas en su renuncia que en el comienzo de la gestión, el Presidente le planteó el desafío de estimular la producción de gas para dejar de gastar dólares en la importación de barcos con GNL. Lo logró y se ahorraron 6.000 millones de dólares. ¿La consecuencia? Sacaron la Secretaría de Energía de esa cartera y la mandaron al Ministerio de Economía. El gran ministerio donde hay lo que no hay.

“El segundo desafío era salir del desquiciado sistema de subsidios a la energía que rige en nuestro país desde hace dos décadas, el cual tiene un enorme costo fiscal, es socialmente injusto, centralista, anti federal y pro rico. Como peronista me avergüenza cada día que pasa en el que el Estado argentino subsidia la energía de hogares acomodados de la ciudad de Buenos Aires o la zona norte del gran Buenos Aires, hogares que no necesitan, no solicitan ni valoran esos subsidios”, recordó Kulfas. ¿El resultado? “En estos dos años y medio han ocurrido hechos trascendentes en el mundo: hubo una pandemia, se investigó rápidamente la genética del virus, se crearon varias vacunas, se desplegaron decenas de iniciativas para afrontar la pandemia, se aceleró la digitalización, cambiaron los sistemas mundiales de aprovisionamiento, pero en nuestro país, el equipo de la Secretaría de Energía no fue capaz de diseñar un sistema de segmentación de tarifas y cobrarles a los ricos y a los sectores de ingresos medio – altos una boleta de luz y gas sin subsidios”. También escasea la justicia social, se ve.

Pero Kulfas no se va del Gobierno por el fracaso consuetudinario del oficialismo, también, en materia energética. Se va en el marco del escándalo por la denuncia de presunta corrupción estatal en el gasoducto paradigmáticamente bautizado como “Néstor Kirchner”. Salida ministerial que opera, dicho sea de paso, días después de que renunciara el titular de la unidad ejecutora de esa obra, Antonio Pronsato. Ya de por sí era sabido que si el cuarto kirchnerismo fue incapaz de organizar debidamente el funeral de Diego Maradona, mucho menos iba a poder concretar semejante obra de infraestructura. Pero Kulfas confirma eso y mucho más.

“Se produjeron las demoras del caso en el inicio del gasoducto Néstor Kirchner, que ojalá pueda iniciarse rápidamente porque representa una posibilidad concreta de lograr el autoabastecimiento gasífero y luego avanzar en la estrategia exportadora, pero se ha perdido tiempo muy valioso que nos cuesta millones de dólares en importaciones. A propósito de este tema, ratifico lo dicho al finalizar el acto aniversario por los 100 años de YPF en Tecnópolis: si algo cabe reprocharse respecto al contenido nacional de los insumos del gasoducto, eso debe atribuirse pura y exclusivamente a las características de la licitación realizada por la empresa Ieasa, cuyos miembros, al igual que el equipo de la Secretaría de Energía, responden políticamente a la Sra. Vicepresidenta”.

Algo huele mal en la Argentina y no es una pérdida de gas. Es el kirchnerismo haciendo lo indebido. Es decir, haciendo que haya sólo lo que no hay.

Escasez de autoridad

La afectuosa despedida de Kulfas dice que hay que no hay transparencia en la inversión pública. Pero connota otra cosa. Expresa que el Presidente no gobierna en todo el Gobierno. Lo cual, por un lado, coloca al país en un marasmo constitucional: “El Poder Ejecutivo de la Nación será desempeñado por un ciudadano con el título de ‘Presidente de la Nación Argentina’”, reza el artículo 87. Es decir, la Presidencia es unipersonalísima. Pero resulta que hay funcionarios del Poder Ejecutivo que no “responden” a quien desempeña el cargo.

Por otra parte, el ahora ex ministro expone que hay que no hay autoridad en la palabra presidencial.

Las últimas actuaciones en política exterior fueron una sucesión de desautorizaciones presidenciales. El 2 de febrero pasado, el presidente Alberto Fernández llegó Moscú y ofreció a la Argentina como “la puerta de entrada” de Rusia a América Latina. El 11 de mayo pasado, durante su gira por Europa, condenó “la agresión a Ucrania” y declaró que no puede “mirar impávido el permanente ataque de los derechos humanos que soporta el pueblo” ucraniano. Por si alguien dudaba de si se trataba de un acto de lesa coherencia, el 16 de marzo la agencia de propaganda rusa “Sputnik” publicó en un artículo que “el nivel de traición del presidente argentino hacia su par ruso está fuera de duda”.

Ahora las cosas no andan mejor: el Gobierno amenazó con no ir a la cumbre de las Américas en Los Ángeles porque no estaban invitados los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Después, planearon una “contra cumbre” en suelo de los Estados Unidos. Al final, Alberto sí viajó, pero apenas aterrizó se proclamó portavoz de las naciones latinoamericanas. Ayer le anduvo mostrando fotos de su hijo a Joe Biden y señora. Todo un síndrome de antiimperialismo espasmódico.

Internamente, la autoridad de la palabra presidencial salía por la ventana mientras, por la puerta de la Quinta de Olivos entraban los invitados a la fiesta de cumpleaños de la Primera Dama, justo cuando Buenos Aires volvía a quedar bajo una cuarentena dura, se procesaban de a miles a los argentinos que violaban el aislamiento social preventivo y obligatorio por ir a comprar pan, y se prohibía a miles de argentinos la sola posibilidad de acompañar a sus enfermos y de despedir a sus muertos por coronavirus.

Hagan sus apuestas

Como hay que no hay autoridad en la palabra presidencial, todos los cadáveres políticos del Gabinete son de quienes, precisamente, se habían enlistado en las filas del jefe de Estado. Por caso, Alejandro Vanoli “cayó” en la Anses, y fue reemplazado por la camporista Fernanda Raverta. María Eugenia Bielsa cesó como ministra de Hábitat y fue sustituida por Jorge Ferraresi, que era vicepresidente del Instituto Patria. Del Ministerio de Justicia salió Marcela Losardo, socia de Alberto en el estudio jurídico, e ingresó el ultra “K” Martín Soria. Eyectaron a Sabina Frederic de Seguridad e implantaron allí a Aníbal Fernández. Luis Basterra, en Agricultura, fue trocado por Julián Domínguez, ex ministro de Cristina. En nombre de que eran candidatos al Congreso, sacrificaron a Agustín Rossi en Defensa (en su lugar llegó Jorge Taiana, quien secundó a Cristina en la lista de senadores de 2017); y a Daniel Arroyo en Desarrollo Social (por pedido de Máximo Kirchner, el cargo fue para “Juanchi” Zabaleta). Nicolás Trotta, albertista de la primera hora, debió dejarle el despacho al kirchnerista Jaime Perczyk. El propio Santiago Cafiero, mano derecha del Presidente, fue desplazado de la jefatura de Gabinete y enviado a la Cancillería, dejando a Felipe Solá “en el aire” cuando volaba a México por motivos oficiales. El ministerio coordinador quedó en manos de Juan Manzur, por expresa “sugerencia” de Cristina en una de las cartas con las que suele modificar el funcionariado gobernante.

En cambio, sigue en sus cargos la docena de funcionarios de primera línea que le revoleó la renuncia al mandatario en septiembre pasado. Tampoco han sido molestados quienes, en distintos momentos, le faltaron el respeto al jefe de Estado, calificándolo (o descalificándolo) de “mequetrefe”, “cachivache”, “okupa” y hasta “borracho”.

Al parecer, es más negocio ahorrar en pesos que apostar por el Presidente en la interna. Va a estar lindo el 17 de octubre en la Casa Rosada…

Mucho castigo y poco insumo

Afuera del palacio hay que no hay dólares. Pero no sólo escasean los billetes: la moneda de EEUU ni siquiera tiene un precio real en la Argentina. La brecha entre el dólar oficial (ese del cual hay que no hay) y el “blue” supera el 80%. Consecuentemente, muchos productos del mercado no tienen precio. O, directamente, tienen apreciaciones desquiciadas. Un kilo de helado es más caro que un kilo de carne, como si fueran equiparables los costos de producir una y otra cosa. Luego, en el país hay que no hay moneda: la inflación anual ya se proyecta en un 72%.

Entonces, hay que no hay previsibilidad alguna para invertir. En agosto de 2019, Martín Guzmán dio en Nueva York una conferencia como economista de la Universidad de Columbia para la comitiva de la Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur (Zicosur), presidida por Manzur. Uno de sus conceptos centrales consistía en que la política fiscal del país debía alentar la inversión privada de tal manera que pudiera ser considerada como un “insumo” que el Estado elaboraba en favor de empresas e industrias. Ahora impulsa un impuesto a la renta extraordinaria, con una sobretasa del 15% en el Impuesto a las Ganancias de Sociedades de Capital a aquellas firmas que superen una facturación de $ 1.000 millones de pesos (unos 50 millones de dólares reales). Léase, ganar la plata trabajando, aquí, es objeto de castigo por parte del Estado. Para las otras formas no hay carga fiscal. Ni cargo judicial.

Van ganando

Todo esto que no hay es todo lo que hay. Por eso, el de la Argentina es un escenario de posguerra. Ahora bien, ¿de cuál guerra? Enfrentados contra la república y su división de poderes (dicen los que se van del Gobierno que hay áreas del Ejecutivo manejadas por la Presidenta del Senado), contra la primacía de los contrapesos del constitucionalismo como garantía para el funcionamiento pleno de la democracia (acaba de ingresar en el Senado el proyecto de los gobernadores para desmadrar la Corte e hipertrofiarla con 25 miembros), contra la transparencia del gasto público (ni los gasoductos están libres de sospecha), contra la calidad institucional (el oficialismo se opone a la boleta única) y contra la equidad social (desde el Indec hasta Caritas confirman que la pobreza multidimensional alcanza al 40% de los argentinos), queda claro que aquí le han declarado la guerra al progreso. Y la están ganando…

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