201 años después, Belgrano aún aguarda imitadores

201 años después, Belgrano aún aguarda imitadores

La verdadera vocación de servicio no persigue el enriquecimiento patrimonial sino poner los intereses colectivos por encima de los personales y de las grietas.

20 Junio 2021

Generosidad. Inteligencia. Valentía. Nobleza. Decencia. Humildad. Amor por esta tierra. Son algunas cualidades de este padre de los argentinos, que terminó sus días en la pobreza en Buenos Aires hace 201 años. Se lo suele recordar los 20 de junio, fecha de su muerte, como creador de la Bandera, pero sin duda, en sus cinco décadas de vida Manuel Belgrano mostró su gran capacidad de hacedor en los albores de nuestra patria.

La que sería nuestra enseña nacional se izó por primera vez en Buenos Aires, en la torre de la iglesia de San Nicolás de Bari, donde está emplazado actualmente el Obelisco, el 23 de agosto de 1812. La Asamblea de 1813 dispuso que su uso se hiciese en secreto porque el gobierno no deseaba insistir en ese momento con símbolos independentistas. Luego de la declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816, en San Miguel de Tucumán, la bandera azul, celeste y blanca fue adoptada como símbolo por el Congreso, el 20 de julio de 1816 y dos años después, el 25 de febrero de 1818, le agregó el sol. Transcurrieron desde entonces 120 años y el 8 de junio de 1938, el entonces presidente Roberto M. Ortiz promulgó la ley 12.361, que establece que el 20 de junio se celebre el Día de la Bandera y lo declara feriado nacional en homenaje al prócer, fallecido en esa fecha, en 1820.

El padre de la patria estuvo ligado a Tucumán desde 1812, cuando se replegaba con el Ejército del Norte hacia Córdoba ante el avance de las fuerzas realistas.

El pueblo tucumano, con Bernabé Aráoz a la cabeza, le pidió que se quedara y ofreciera batalla y, que le daría todo lo necesario para que lo hiciera. El patriota aceptó la propuesta y desobedeció las órdenes del gobierno central. Luego de la victoria de 24 de septiembre, el Triunvirato, que lo nombró capitán general del ejército, cargo que rechazó a través de una carta en la que señalaba que ser capitán general lo obligaba a gastar en “una escolta que nada conduce, pues el que procede bien nada de esto necesita”. Y añadía que era “una representación que me privaría de andar con la llaneza que acostumbro”. Al comenzar la misiva había escrito: “sirvo a la Patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio a que aspiro”.

Luego el prócer se vinculó sentimentalmente con la tucumana Dolores Helguero con quien tuvo una hija. En octubre de 1819 regresó muy enfermo; solicitó una ayuda económica al gobierno provincial y le fue negada. “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento, pero han sido aquí tan ingratos conmigo que he determinado irme a morir a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día más”, le dijo a su amigo José Balbín.  

“Me hierve la sangre, al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la patria... Sirvo a la patria sin otro objeto que el de verla constituida, ese es el premio al que aspiro...”, afirmaba.

Un abogado que se improvisó militar porque lo necesitaba la patria naciente y que no se guardó nada material para sí mismo, debería ser imitado por nuestra clase dirigente que desde hace mucho tiempo, parece preocupada en conservar o ensanchar sus espacios de poder, y permanece incrustada en una grieta, donde el que piensa distinto se convierte en un enemigo. La verdadera vocación de servicio no persigue el enriquecimiento patrimonial. Manuel Belgrano puso los intereses colectivos por encima de los personales, algo que muchos declaman pero pocos practican.

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