Un romántico a ultranza
09 Abril 2021

María Mercedes Borkosky - Doctora en Letras

Una vanguardia es una manifestación que aparece con cierta regularidad en el marco del arte, cuando creadores insatisfechos reniegan de la estética vigente y, en un acto de subversión, niegan la tradición y generan una ruptura que impacta a críticos y lectores. Baudelaire, como los románticos franceses del momento, encontró en el viaje a Oriente el exotismo que marcó la obra de muchos románticos: el mar, los paisajes soleados, la naturaleza que dibuja formas nuevas, y a los habitantes de esas regiones con sus cuerpos dorados y desnudos que rememora en “La vida anterior”. En su obra poética se entrecruzan un cristianismo interior, que pone en juego “los pecados testarudos y los arrepentimientos cobardes” que asedian a “un alma (que no) es bastante osada”, con la reflexión crítica acerca de la creación artística : “¿Qué es un poeta... sino el traductor, un descifrador de la universal analogía?”: las analogías y correspondencias se erigen como materia de la poesía, que no será instrumento ideológico sino el florecimiento espontáneo de su imaginación y su modo de sentir la realidad. Y, finalmente, el sentimiento descarnado de París, con todo lo que representa de la bohemia, la desigualdad, la perversión, la fealdad, y la belleza espiritual que aporta la creación estética. Lo bello y lo feo, las flores y el mal, la mirada infernal y divina, el vampiro y el cisne, configuran el perfil de un romántico que marcó un punto de inflexión en la creación poética, y no se preocupó por la simbología ni la musicalidad de la palabra: fue crudo y extremadamente sensible a la vida refinada y perversa de su época, que plasmó en una poesía emparentada con la prosa.

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