No queda otra que poner rejas

La Policía no está ni en el lugar ni el momento en el que se la necesita. Los placeros no pueden jugarse la vida frente a una patota. Las cámaras sólo aportan un registro testimonial. Esta es la realidad del violento descontrol que domina el espacio público en la capital y en el conurbano tucumano. Lo demás es retórica. No, la Policía no va a corporizarse como fruto de algún conjuro milagroso. Algún día alguien explicará con un mínimo de sentido común cómo funciona la prevención del delito. Por ahora es un misterio. No, no habrá placero capaz de noquear a lo Chuck Norris (¿disuadir? ¿qué es eso?) a media docena de desaforados. Ahora, ya mismo, mientras emprendemos un esfuerzo para educar a los chicos con la ilusión de que en 10 o 15 años las cosas cambien un poco, ¿hay una solución más efectiva que poner rejas en parques y en plazas?

Todo lo que una reja simboliza provoca un profundo desagrado, desde el momento en que se contrapone con principios tan elementales como la libertad. La reja aleja, encierra, desconecta. Constituye una mancha en el paisaje urbano, como un certificado de frustración que nos subraya un fracaso. En este caso, la imposibilidad de cuidar espacios que son de todos. Pero de alguna manera es imprescindible frenar el vandalismo y hasta aquí ninguna receta resultó efectiva.

No sólo se trata del efecto económico, de los millones de pesos que cuesta reponer lo que los vándalos rompen, roban o ensucian. La construcción de la calidad de vida se construye desde varios lugares y uno de ellos es la autoestima ciudadana. Transitar por espacios públicos bellos, armónicos, bien cuidados, aprovechados a fondo, genera un efecto contagio. Si parques y plazas son una foto del deterioro, llenos de basura, con bancos destrozados y luminarias rotas, lo único que se genera es ganas de estar lo más lejos posible de allí. El sentimiento es de pena, mezclado con enojo.

Al parque 9 de Julio se le practicaron todas las mutilaciones imaginables y más todavía. A medida que avanza la investigación sobre el robo de “Meditación” va quedando en claro que ese operativo no hubiera sido posible sin una “pata municipal”. Pero la estatua que se llevaron una noche, como quien levanta un papelito del suelo, es la punta del iceberg. El deterioro y el vaciamiento son generalizados. La superficie del parque es enorme y su composición, bien heterogénea. Entre otras aristas, hay clubes, Facultades de la UNT, locales de gastronomía, un estadio y un autódromo que desde hace rato no sirven para nada, juegos infantiles, menos verde del que bosquejó Carlos Thays y campeonatos de fútbol que representan un negocio fabuloso (¿quién se queda con toda esa plata?). Muchísima gente va y viene, en especial de viernes a domingo. Cuidar tamaña estructura implica un esfuerzo que nadie parece en condiciones de garantizar. ¿Qué más puede hacerse hoy que cerrarlo en determinados horarios?

Ni el vandalismo ni la inseguridad respetan geografías. Las plazas ubicadas dentro de las cuatro avenidas sufren tanto como las de barrio y lo propio sucede en los parques (el Guillermina, el Avellaneda). Para varios -no todos- las rejas asoman como una solución de corto plazo. Desde que el municipio tomó la elogiable iniciativa de embellecer los bulevares y dotarlos de mobiliario también se convirtieron en blanco de los vándalos. Claro que enrejar un bulevar, como el de la Amador Lucero o el de la Adolfo de la Vega, ya sería el colmo. Casi impracticable, además.

Tomar determinadas medidas es de lo más antipático. Rodear de rejas a una plaza resulta común en Buenos Aires. En Inglaterra son contados los parques que permanecen abiertos las 24 horas. Se trata de costumbres ajenas a nuestra cultura, fijan límites que en Tucumán no estamos acostumbrados a encontrar al momento de disponer del espacio público. A la vez, representan una salida ante prácticas que dejaron de ser excepcionales en nuestra vida ciudadana. Romper, robar y ensuciar se naturalizó de tal forma que ya parece formar de la idiosincracia del tucumano. ¿Y a quién se le ocurre que está bien?

Si estamos de acuerdo en que urge enseñar a los chicos sobre estos temas bien podría ponerse en marcha un plan coordinado en todos los niveles educativos, porque está comprobado que en el hogar poco o nada les transmiten. De todos modos, es un proceso que tomará años. Mientras tanto, algo hay que hacer. Por lo menos debatir el tema y dejar de aceptar, mirando al piso, que “somos así”. Y listo.

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