Ese enigma llamado Messi

Ese enigma llamado Messi

Cuidar y rodear al crack es una de las premisas del entrenador Sabella.

Lionel Messi camina por las entrañas de Cidade do Galo, el complejo que cobija a la Selección en Belo Horizonte. Va a su ritmo. Por lo general lo flanquea Sergio Agüero, su compañero de habitación. La primera foto que tuitearon desde Brasil los muestra juntos. “El Kun” es el mejor amigo de Messi en el plantel, líder de un ranking en el que Javier Mascherano también pisa fuerte. En Barcelona, ese círculo áulico se integra con Dani Alves y el arquero portugués José Manuel Pinto. Además de confidentes, Agüero y Mascherano ofician de mediadores de Messi con el mundo exterior. En ese sistema de anillos que rodean al crack, los integrantes del cuerpo técnico transitan un espacio más bien periférico.

Messi vomita en la cancha y su padre, Jorge, no le da mayor importancia. Puro estrés, enfatiza, como si fuera de lo más normal. Lo concreto es que hay demasiada presión sobre los hombros de Messi, justo al cabo de una temporada anémica en buenos resultados. Meses que se convirtieron en un calvario por varias razones:

1) La lesión que lo obligó a parar la máquina durante varias semanas.

2) El escándalo provocado por las deudas con el fisco español.

3) Los tira y afloja por la renovación del contrato, incluyendo amenazas de Messi de marcharse de Barcelona. Todo como corolario de una relación resquebrajada con la dirigencia del club.

4) Los partidos decisivos perdidos contra Real Madrid y los “colchoneros” de Diego Simeone.

5) El marcado descenso en su rendimiento en la recta final de la temporada 2013/14.

Cuentan que Messi estaba decidido a dar el portazo y a alejarse de Barcelona. Enterado, Tito Vilanova lo convocó a su casa y lo convenció de seguir. Fue una charla a corazón abierto, entre el prodigio surgido de La Masía y el entrenador que lo conoce desde que era un niño. Vilanova murió pocos días después. Ese dolor también puede cargarse en el conteo de adversidades que Messi viene afrontando.

Bajó del avión serio y concentrado. Es su marca de fábrica. Desde hace años se escriben libros y artículos que giran sobre una pregunta: ¿en qué piensa Messi? Tal vez ese intento por encontrar intrincados vericuetos mentales sea un ejercicio de máxima inutilidad. Quienes lo conocen remarcan su simpleza, el pragmatismo con el que afronta sus responsabilidades. No hay demasiadas lecturas ni hipertextos que descifren al mejor jugador del mundo. El escritor Hernán Casciari dio en la tecla cuando escribió su miniensayo “Messi es un perro”. En otras palabras, un hombre feliz con la pelota y con los afectos que lo rodean.

Pero estamos en el Mundial y Messi lo jugará en la plenitud de la edad de un futbolista. Tiene experiencia y juventud. En 2006 le tocó ver la eliminación en cuartos de final desde el banco de suplentes, con los botines en la mano. El gesto era el de un chico enojado porque no lo pusieron. José Pekerman explicó varias veces sus razones. Ya es historia.

En 2010 fue parte del desconcierto de aquel equipo de Diego Maradona, humillado por los alemanes (4-0). Messi no hizo goles en Sudáfrica, por más que probó una y otra vez al arco.

En tierra sudafricana, la presencia de Maradona contribuyó a absorber buena parte de la presión y Messi se benefició. Ahora el panorama es opuesto, porque Alejandro Sabella hace una religión del perfil bajo. Es más, su filosofía al momento de tratar de Messi es “no romperle las bolas”, según le confesó una fuente cercana al cuerpo técnico al periodista español Diego Torres. Lo indiscutido es que en la Selección nunca se estableció una relación con el técnico de turno equivalente a la que disfrutó Messi en Barcelona con Pep Guardiola y con Vilanova. ¿Esto es decisivo? Se establecerá de acuerdo con los resultados.

Los brasileños siguen hablando con respeto y admiración de Maradona. Esperan de Messi milagros futboleros similares y esa es toda una contradicción, porque un Mundial consagratorio de Messi equivaldría a un segundo “Maracanazo”. Más de lo que un país que respira fútbol podría soportar.

Esta tarde habrá 10.000 torcedores con la mirada enfocada en Messi. Más que un entrenamiento con público será un acto de fe. No todos los días se tiene la oportunidad de ver de cerca al mejor jugador del mundo. Es la clase de situación a la que Messi está acostumbrado. Su rendimiento en plena competencia es harina de otro costal y en buena medida dependerá del funcionamiento del equipo, de la comodidad con la que Messi transite por la cancha.

La incógnita que propone el presente de Messi puede diluirse como la arena de Copacabana entre los dedos apenas acierte un par de gambetas. A un tipo familiero y callado la hermética concentración de Belo Horizonte puede hacerle bien. Borrarle la resaca de una temporada en la que Cristiano Ronaldo se alzó con el Balón de Oro y Barcelona vio las vueltas olímpicas desde lejos. Un Mundial implica barajar y dar de nuevo, y con las cartas en la mano las incógnitas les dejan paso a la realidad del paño. O, mejor dicho -y parafraseando a Ángel Labruna-, del verde césped.

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