La risa contagiosa de Francisco

La risa contagiosa de Francisco

Pasaron 100 días desde que el Papa le sonrió por primera vez al mundo, desde la ventana que da a la plaza de San Pedro. Desde entonces nunca más se quitó ese rostro amigable, que lo hace tan distinto al Bergoglio que se conocía en Tucumán, el que no se quedaba callado frente a Cristina y que pasó raudamente por nuestra capital, sin conceder entrevistas a los medios. Se le alisó el ceño fruncido con el que aparecía en las fotos de los diarios. Ahora se lo ve feliz y su buen humor contagia al mundo. Porque la risa es contagiosa. Nadie puede permanecer enojado cuando todos sonríen. Nadie puede sonreír cuando todos están tristes. Él se sintió cómodo desde el primer momento. A diferencia del tímido Ratzinger, que no se animaba a separarse del libreto, Francisco improvisa todo el tiempo. Se mueve como un pez en el agua. Como si todos estos años hubiera estado esperando el cumplimiento de un designio. Como si aprovechara cada minuto para hacer y decir todo el acopio que hizo en su corazón durante su vida sacerdotal.

Francisco sonríe y quiere contagiarle al mundo su buen humor. "El cristiano es un hombre o una mujer alegre", dijo hace un mes. "¿Qué es esta alegría? ¿Es estar contento? No, no es lo mismo. Estar contento es bueno ¿eh?, pero la alegría es algo más, es otra cosa. Es algo que no viene de motivos coyunturales, del momento: es algo más profundo. Es un don".

Y el primero en hacernos sonreír es él con sus ocurrencias y sus gestos fuera de protocolo. Como cuando se dejó entrevistar (por primera y única vez) por un grupo de niños. Le preguntaron por qué rechazó vivir en el palacio del Vaticano y él respondió "por razones psiquiátricas". Después contestó en serio, claro. O cuando invitó a subir al papamóvil a un joven con Síndrome de Down. Lo hizo sólo por diversión, para demostrar que cualquiera puede subirse al auto del Papa y que no pasa nada. O cuando bromeó con los cardenales el día que lo eligieron: "voy a rezar por ustedes para que Dios los perdone".

Pero el Papa sabe diferenciar. "¿Todo es alegría…? no. La alegría es otra cosa. Nos colma interiormente. Es como una unción del Espíritu Santo. Y esta alegría está en la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre". ¿Podemos "embotellarla un poco" para tenerla siempre con nosotros?: "No, porque si queremos poseer esta alegría sólo para nosotros, al final se estropea, así como nuestro corazón; y al final nuestra cara no transmite esa alegría sino la nostalgia, una melancolía que no es sana", nos enseña el didáctico Francisco.

Pero también nos critica: "a veces estos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinos en vinagre (¡qué diferencia con Ratzinger!) que de personas alegres que tienen una vida bella". ¡Es verdad! ¡Cuánta sonrisa enlatada! ¿Tanto nos cuesta regalar una sonrisa fresquita recién sacada del corazón? A ver... ensayá. ¡Cambiá esa cara de pepinos en vinagre!

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