La huelga de la satisfacción

La huelga de la satisfacción

"Ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa", exigían las protestas de Chicago de 1886, en cuyo homenaje se celebra mañana el Día del Trabajador. Sin embargo, 125 años después, disponer de más tiempo es un reclamo común en el mundo laboral tucumano: los sueldos que no alcanzan obligan a más empleos y a sacrificar descanso.

VIDA AL VOLANTE. Franco Artaza hace años que se desempeña como chofer. LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO VIDA AL VOLANTE. Franco Artaza hace años que se desempeña como chofer. LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO
Una voz interior lo despertó una mañana, muy temprano. Fue a los 16 años. Su vocación era ayudar a los demás. Y entendió que el destino le había puesto un delantal blanco en el camino. Se recibió de médico unos cuantos años después. Pero ahora que el tiempo pasó, Francisco (56 años, jefe de un CAPS) ya no se siente tan enamorado de su profesión. Es que para vivir bien necesita dos trabajos, más una guardia hospitalaria semanal. Al final del día cree que no pudo atender a sus pacientes con la dedicación necesaria, que tuvo que ir de un lado al otro de la ciudad para cumplir con sus obligaciones, y que ni siquiera le alcanzó el tiempo para comer.

Martín Alamo no tiene consultorio formal. Pero todas las tardes y todas las noches, su taxi se torna un confesionario en el que hace las veces de chofer y psicólogo de sus desconocidos pasajeros. Trabaja 12 horas seguidas y vive a contramano porque tiene que dormir de 9 a 13. Sufre. Está cansado. Y dice que gana una miseria: se queda con el 30% de la recaudación diaria, unos $ 60. "Los choferes nos olvidamos de vivir", resume.

La insatisfacción es un sentimiento que hoy atraviesa la mayoría de los oficios y profesiones. Todos los consultados por LA GACETA admitieron ser privilegiada por tener empleo en estos tiempos. Sin embargo, el exceso de horas que están ocupados y el dinero que no alcanza hace que la tarea de todos los días no sea una cuestión fácil de sobrellevar.

Curiosamente, la huelga que estalla en Chicago el 1 de mayo de 1886 (el Día del Trabajador es un homenaje, en el mundo, a los mártires de aquella lucha) tenía como una de sus principales reivindicaciones la reducción de la jornada laboral. Pero 125 años después, el tiempo sigue siendo un gran problema para los trabajadores. Entre la precarización y la necesidad de muchos de tener dos empleos, hoy son pocos los que pueden hacer valer la máxima ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa.

En un edificio céntrico, Mariela Villagra, de 32 años, entra a trabajar por mañana y se despide de su jefe cuando cae el sol. Ella se define como "oficinista". Pasa las horas entre números y números y se lleva unos $ 2.800 a fin de mes. Sólo una pequeña ventana la conecta con el mundo. "Cuando salgo a la calle me duelen los ojos. Me encantaría poder trabajar menos tiempo. Tengo dos hijos chicos y los extraño mucho. Siempre me siento culpable. El tema es que necesito la plata para vivir", cuenta.

Los empleados de comercio perciben algo similar. Trabajan ocho horas diarias, pero el corte al mediodía es un sufrimiento. Salen a las 13, llegan a sus casas a las 14 o más tarde, y dos horas después tienen que volver al ruedo. "Me gusta trabajar, pero odio tener que pasar tanto tiempo sin ver a mis hijos. Lloran y me dicen: ?mamá, quedate conmigo?. Creo que si tuviéramos horario corrido la cosa cambiaría", asegura Verónica Mijalchyk, de 36 años, desde el mostrador del local de lencería en el cual se desempeña hace 10 años.

Alicia Harasín, de 26 años, siempre quiso ser docente. Se siente orgullosa de poder darles a sus alumnos herramientas para que tengan un futuro mejor. Pero también tiene reclamos: el sueldo es insuficiente y las condiciones laborales no son las mejores. "Cada vez nos exigen más cosas. No estoy sólo en el aula: paso cuatro horas diarias en casa trabajando para la escuela", añade Mónica, maestra jardinera.

Adrián Herrera y Carlos Pereyra también se calzaron el uniforme detrás de un sueño: el de ser policías. Cada día salen de su casa y no saben si vuelven. Son ocho horas de tensión, detrás de un escudo y con una cachiporra en mano. El problema, según estos empleados de Infantería, es que "uno es policía las 24 horas. Este es un trabajo muy estresante y te pagan sólo $ 2.000, por lo cual no te queda más opción que buscar un segundo trabajo".

Hasta hace unos años el secreto de muchos era llegar a casa, olvidarse del trabajo y disfrutar de la familia. Hoy se sienten cansados, sobrepasados. A la hora de las cuentas hay demasiadas restas y pocas sumas. Y al final son pocos los que por estos días sueñan con transpirar la camiseta o dejar el corazón en la cancha.

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