Volvió del más allá
La morocha tiene vista de águila. Sabe cómo sacarle una sonrisa a ese cuerpo maltrecho de apenas un par de días de rutina dakariana. El viejo viene de malas; la hospitalidad del sol tucumano fue una bomba al pecho; le secó la cabeza. Está desparramado. Su mirada apunta al suelo. Sus brazos se funden en el tablón de madera y su cuerpo, gelatinoso, yace fundido de tanta marcha en el roble tieso de la sala de comidas.

Los dientes blancos de la morocha son un lucero para el pelado. Apenas puede levantar la cabeza. Quiere pedirle auxilio.

Intenta sonreírle a la promotora buscando llamar su atención. Todo le cuesta. Se hace difícil

Lejos de ir en busca del flechazo de Cupido, el personaje en cuestión necesita de los servicios de la niña de cuerpo pulposo.

Ella asiente y camina igual que en una pasarela de Milán. Alta costura pura de esta mujer maravilla. Tiene el don de dar alas, afirma.

Cuenta con una poción mágica, ideal para casos de emergencia, aunque aclara, su elixir no calma la sed, sino despabila al moribundo.

El tipo está en las últimas y se la juega. Habla entrecortado, algo nervioso ante tanta simpatía de la promotora foránea.

Créase o no, le ganaron de mano en el rodeo al viejo y perdió la brújula.

Su vitalidad, que estaba tendida en la lona, se esfumó tan rápido como un espejismo.

"Julieta", dueña de la pócima de la vida, hizo lo suyo. Saludo de cortesía y ciento por ciento de efectividad para abrirle el camino de la felicidad al apachurrado "Romeo".

La lata, a punto caramelo, partió la mesa sedienta con su caricia helada. La imagen a la distancia era una propaganda.

Ella, la vedetye de piel gris y azul, de corazón rojo, tentó al viejo a lo inevitable.

"Romeo" la tomó al vuelo, bebió de ella y se reencontró con su alma.

Era momento de patear la moto y empezar de nuevo.

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