Se dice el pecado, no el pecador", reza un antiguo refrán. Se trata de poner a resguardo el honor de quien comete la falta. En la práctica, la aplicación del adagio se extiende a todo tipo de secretos e intimidades y los asuntos privados de terceros pasan de boca en boca y son un condimento irreemplazable en la conversación cotidiana. En un sondeo de LAGACETA.com sobre los pecados capitales, la lujuria es la que más adeptos tucumanos cosechó. Sin embargo, cinco sacerdotes opinaron que la soberbia ocupa en primer lugar. "En el confesionario, ellos son como las bolsas de papa: basta sacudirlos un poco para que caiga todo lo que llevan adentro. Ellas, en cambio, son como las bolsas de harina: hay que sacudir mucho para vaciarlas enteras", afirma un religioso.