Horizonte de felicidad y paz social

Por Pbro. José Demetrio Jiménez Osa, doctor en Filosofía.

24 Enero 2010
Por lo general deseamos ser felices y vivir en paz. Con frecuencia estos deseos se ven obstaculizados y truncados por decisiones, elecciones y acciones personales y grupales inadecuadas, que generan malestar y conflicto.
Por eso necesitamos que nuestras opciones de vida converjan en criterios que posibiliten y favorezcan la felicidad de los hombres y la paz de las sociedades, que orienten las voluntades de tal manera que las libertades individuales confluyan en un proyecto común que procure el bien de todos y de cada uno. A esto llamamos conversión.
Aun suponiendo la mejor buena voluntad, frecuentemente nuestra libertad es seducida por disposiciones y acciones que quebrantan el bien común y atentan contra la integridad del propio ser. La transgresión de lo que uno debe hacer constituye una falta: se priva a alguien de algo que le corresponde y uno se priva a sí mismo de la riqueza que procura obrar bien.
El quebranto de lo que uno debe ser es el pecado: uno ofusca lo más propio de sí queriendo afirmar su identidad (su yo) por vías que en realidad la fraccionan, desarman, trastornan, oscurecen y pueden llegar a aniquilarla. Buscamos la felicidad personal por caminos extraviados, que en poco o en nada contribuyen a la paz social. Uno se echa a perder si rompe con lo más propio de sí y con sus semejantes, en cuyo rostro se halla un criterio de discernimiento de la propia identidad. Para los cristianos significa apartarse del evangelio, del proyecto de salvación de Dios, que nos ha concedido ser lo que somos y en Jesucristo propone el camino para descubrir la verdad del hombre y alcanzar la plenitud de la vida.
¿Qué horizonte se abre para el convertido? La felicidad personal y la paz social. Ambas vienen de la mano con la complacencia amorosa en el bien y la práctica de la justicia. Es el horizonte de la caridad, del amor de Dios que se derrama en la vida de los hombres (Rom 5, 5).
¿Existe algún consejo u ejercicio que ayude en ese proceso? Con frecuencia nos damos cuenta de que no somos lo que deberíamos ser ni obramos como deberíamos hacerlo. Fácilmente percibimos la discontinuidad entre la voluntad y los actos, lo que uno quiere y lo que de hecho realiza (Rom 7, 19). Esta discontinuidad es la que se intenta superar con el llamado a la conversión, orientando o reordenando la vida desde la fidelidad al propio ser (identidad), la justicia respecto de los demás (responsabilidad) y el cuidado del prójimo (solidaridad). Ello comporta un cierto ejercicio de autoconciencia y autocrítica: el otro es mi hermano, yo soy con él; he de valorar lo mejor de él, he de reconocer mis limitaciones e incoherencias.

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