
El apodo, la otra identidad
En general, se originan en el ámbito familiar y en la escuela. Están aquellos que duran lo que una ráfaga de viento y los que permanecen toda la vida. "A mi vecina le dicen álgebra", por la cantidad de operaciones (cirugías estéticas) que se hace para mantenerse en línea, joven y linda. La ocurrencia original y humorística también denosta cierta ironía en el supercompetitivo mundo de las mujeres.
DEFECTOS. A los feos suelen decirle “Autogol”: porque lo hicieron por error. ARCHIVO LA GACETA

Hay muchas personas que son conocidas por sus apodos y no por sus nombres reales o de pila. Durante el período de la niñez, hay quienes son rebautizados: miembros de la familia pronuncian mal su nombre o lo hacen en diminutivo y eso deriva en un apodo que, en algunos casos, marca a la persona para toda la vida. También se da que en reuniones de amigos y en las escuelas primaria y secundaria, los niños y adolescentes se mofan unos de otros y eso determina la imposición de un mote. Si alguien pasó indemne estas dos etapas, puede llegar a adquirirlos en los ámbitos laboral o universitario.
Quien pone un sobrenombre se fija en los rasgos físicos, de la personalidad, intelectuales o laborales y en los vicios y costumbres de su “víctima”.
“Yo vivía en un pueblo del sur tucumano y ahí había bastante tiempo para pensar en sobrenombres. Y también había apodos que encubrían nombres bien ‘fieros’”, cuenta Bernardo Gerez (62 años). “Estaba el caso -continúa- de ‘Piyuca’, que prefería que lo llamen por el sobrenombre porque, claro, se llamaba ¡Zenaido Oriolo Correa! O sea, no tenía un nombre horrible sino dos. Y este otro: le decían ‘Tutina’, pero se llamaba Restituto Lazarte”. Y don Bernardo sigue desgranando anécdotas mientras deja escapar una sonrisa. “A un joven que se hacía el sabelotodo le pusieron ‘Sobaco ilustrao’ porque andaba siempre con un libro bajo el brazo. A otro que caminaba con dificultad le decían ‘Baldosa floja’ y a otro que era flaco y medio encorbado le pusieron ‘Chorro i’ soda’”, agregó. El hombre también contó que “en el pueblo vivía don ‘Chorizo’ Medina. No era nada original este apelativo, sino que la gente comenzó a llamar a sus hijos de la siguiente manera: ‘Chiqui chorizo’, ‘Toto chorizo’ y ‘Cocolín chorizo’. O sea, tenían apodos como nombre y apellido. ¿Qué curioso, no?”
Es bastante frecuente que haya personas que son conocidas toda su vida por motes originados en una deformación de sus nombres. Esto se debe, en la mayoría de los casos, a que los hermanos menores no pueden pronunciar el nombre de su hermano mayor o a que los padres utilizan diminutivos para llamarlos. “Me llamo Mariana, pero en mi casa desde chiquita me dijeron ‘Cuqui’ y nunca pregunté por qué. Lo cierto es que para todos soy Cuqui López”, dice la mujer de 32 años, de Villa Urquiza.
Otro caso es el de Florencia (25), a quien le cortaron el nombre: en su casa le dicen: “‘Encia’... te buscan”. Pablito (28) ya tenía suficiente con el diminutivo, pero por “imposición” de una de sus hermanitas pasó a ser sólo “Ito” Castillo. “No me gusta mi sobrenombre, pero lamentablemente no tengo más que aguantármela. Ya pasó mucho tiempo y son pocos los que me dicen Miguel o Miguel Angel. Casi todos me llaman ‘Miguelo’”, se queja este vecino de 48 años de barrio El Bosque.
Juan Carlos (53) comparte con un grupo de amigos de Aguilares la afición por las carreras de rally y de autocross. Entre todos ayudan a uno de los pilotos y comparten asados durante las competencias. Por tener sus cachetes permanentemente colorados, sus amigos lo apodaron “Manzanita” y sus compañeros de colegio “Pomporoneada de dulce”.
Ante la consulta de este diario, el hombre mandó al frente a varios de sus amigos “fierreros”. Dijo que a Leandro (19) “le pusimos ‘El dengue’ porque es más molesto que el mosquito y Mateo (20) es para nosotros ‘Cuchinini’: petiso, gordito como chancho y jodón. Los dos son bromistas. Cuando vamos a las carreras le esconden las herramientas a los mecánicos cuando están descansando y al llegar el auto para la asistencia se enloquecen buscándolas”.
También contó que Néstor (45) tiene por mote “Mula negra” porque es grandote y morocho, y que a Rubén (53) le dicen “Pato baliao”. “Hay otro apodo gracioso. A Manuel (57) le pusimos ‘Busca nido’: mientras maneja va mirando hacia arriba y sacando la mandíbula, como si estuviera buscando algo en el horizonte”, agrega.
Juan Carlos recuerda la época del secundario como la más fértil en materia de apodos. “Eramos una máquina de ponernos sobrenombres y por supuesto que algunos eran más ‘clientes’ que otros. Alberto lo tenía en la mira a Arturo: cuando fuimos a El Cadillal le puso como 12 apodos y todos tenían una explicación. De esos me acuerdo ‘Carrindanga’ (por la manera de caminar) y ‘Pava del monte’ (por la forma en que mueve la cabeza al hablar)”, evocó con una sonrisa.
Ignacio (15), del primer año del Polimodal, cuenta: “A Macarena le decimos ‘Frentesaurio’ porque tiene la frente bien grande y a Micaela, que es morocha, le pusimos ‘La polaca’”, dice. Según el adolescente, Carlos es “NASA” (nariz argentina sin arreglo) y Manuel es “zócalo” por su baja estatura. “A un chico que tiene un naso grande y curvado le decimos ‘nariz i’ codo’”, agrega. Pero aclara que hay apodos que duran unos días o a lo sumo un mes y después quedan en la nada.







