Confesiones íntimas

Confesiones íntimas

Cada vez son más los pedidos de sesiones para especialistas en salud mental, según las obras sociales. La necesidad de expresarse y la tendencia a evitar el sufrimiento conducen a cientos de personas a los consultorios.

13 Julio 2008
Mariana B. (que pidió conservar el anonimato) empezó la terapia a los 16 años, cuando transitaba la adolescencia y desde entonces, creó con "Luli", su psicoanalista, una relación inseparable. "Durante siete años fui ininterrumpidamente, todas las semanas, a sesión. Hasta que, por no coincidir con los horarios, cortamos. Y estuve dos años sin verla", contó. Pero a los 25, un cambio brusco en su vida la volvió a impulsar a llamarla. "Empecé otra vez y sólo corté temporalmente. La verdad es que cada suceso importante (como mi casamiento, la muerte de un ser querido y algunos problemas matrimoniales) me motivaron a volver", explicó, a tres meses de cumplir los 31 años.
No sólo ella es seguidora de la terapia. También Adriana, de 33 años, ya cumplió una década de asistencia. "Es como una adicción. No siento que sea una dependencia absoluta porque, al final, soy yo la que toma las decisiones pero reconozco que no puedo desprenderme", sostuvo.
Para Viviana Flores, la terapia es "una guía espiritual". Tiene ahora 42 años y hace 20 que recurre al mismo psicoanalista. "No estoy pensando si soy o no una dependiente del terapeuta. Me doy cuenta de que me hace bien y por eso voy. No me importa como se vea eso desde afuera", confesó. Para ella, los miércoles a las 20 son sagrados. No importa qué ocurra o dónde esté, ella igual cumple con su turno. "Cuando viajo la llamo por teléfono. Y sí, hablamos una hora. Es como charlar con una amiga pero que tengo la certeza de que lo que opina, tiene un fundamento sólido".

Un nexo especial
La relación entre profesionales y pacientes es muy particular porque, a diferencia de otros médicos, el psiquiatra y el psicólogo conocen hasta los detalles más íntimos, inclusive los que ni el propio paciente es capaz de descubrir.
Marina González, de 27 años,  jamás consultó a un especialista y se niega a hacerlo porque cree que es incómodo. "No me va eso de ir a confesarme con un desconocido. Además, de sólo pensar que tengo que obligarme a relatarle mi vida ya me da pereza. Resulta que ellos saben todo de vos y vos no tenés ni idea quiénes son. No me gusta", opinó.
"Hice tres años de terapia la última vez porque estaba muy nervioso y decidí dejar porque me di cuenta de que la licenciada se había enamorado de mí", dijo Julio Rufino, de 38 años.

Descubriendo deseos
María Claudia, de 37 años, contó que le tenía miedo al psicólogo y pasó por el consultorio de distintos profesionales, hasta que se quedó con un especialista en psicoanálisis freudiano. "Me acostaba en un diván y no le veía la cara ni ninguna señal o gesto de él respecto de lo que yo hablaba -describió-. Eso da una gran libertad para que uno diga lo que siente realmente. Cuando uno se escucha, queda pensando en esas cuestiones hasta la próxima entrevista y se produce un proceso interior. Es como un viaje hacia nuestra interioridad".
A diferencia de otros terapeutas, que emitían su opinión ya en las primeras sesiones, este último no lo hizo y siempre la motivó a seguir buscando. "Gracias a él descubrí muchas cosas. No hacía comentarios, pero sí me recordaba situaciones similares que yo había contado en distintos momentos, lo cual demostraba que uno tiende a repetir los errores", dijo María Claudia. Reconoce que la terapia la ayudó "sacar la cabeza" de su rutina diaria y de los problemas económicos para ver cuál era su deseo.
"Siempre me gustó el arte. Volví a la Facultad después de casi 20 años. No sé si terminaré la carrera, pero estoy segura de que es uno de mis mayores deseos y me había privado él -afirmó-. Ese fue el gran descubrimiento. Casi siempre uno va en contra de los propios deseos. Uno opta por la posición cómoda de dejarse llevar por la vida".

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