En algunos casos hablan casi de la “moda” de divorciarse y, la mayoría de las veces, se la atribuyen a los jóvenes. No obstante, nadie puede asegurar que exista una tendencia pero sí un modo de pensar diferente.
María Eugenia (26) y Gonzalo (26) se casaron en 2006 cuando el bichito del amor no los dejaba despegarse. Pero, dicen ahora separados desde febrero, que la convivencia les mostró “lo incompatibles que somos”. Y, al parecer, las diferencias existen: el no quiere separarse, ella piensa que no hay vuelta atrás. “Me di cuenta de que es un hombre sin aspiraciones, que no se fija objetivos altos como profesional”, dice ella.
Divorcio (divortium) etimológicamente proviene de la voz latina “divertere” que significa irse cada uno por su lado. Y es, justamente, lo que ocurre cada vez con más frecuencia con las relaciones que presentan disfunciones. “Los jóvenes se atreven a divorciarse porque no están atrapados en el qué dirán. Es como si existiese una suerte de sinceramiento en ellos…”, comenta el psiquiatra, Raúl Masino.
Baja tolerancia
Dejando al margen la cuestión legal las investigaciones evidencian que los matrimonios duran menos que antes.“Como pasa con todo ahora. Por eso son más los jóvenes que los adultos los que se divorcian. Crecieron en una sociedad diferente a la de sus padres en la que tienden a disolver el problema en vez de resolverlo”, afirma la psiquiatra Miriam Figueroa.
Para ella, las exigencias sociales y los cambios culturales han modificado el modo de pensar, trayendo consigo cambios positivos y negativos. “Este modo de concebir las relaciones atenta contra la durabilidad de los vínculos y la noción de familia como la conocíamos. Pero es positivo que haya más independencia porque, ahora se juega más a nivel de pareja. Ya no se le consulta a la familia si es o no un buen candidato o si puede divorciarse, importa lo que quiere el individuo, sin someterse a las preferencias de los demás”, sostiene Figueroa.
Si no hay armonía todo el tiempo, comienza a surgir la idea de que la relación no funciona. “Socialmente estamos muy exigidos y sentimos que debemos responder al máximo tanto en lo laboral, como en lo personal. Básicamente, este exceso de exigencia provoca una baja tolerancia a la frustración y, cada vez con más fuerza, se instala la idea -incorrecta, aclara- de que cuando algo no sale bien, lo dejo”, explica la psiquiatra.