Entre Maquiavelo y Montesquieu

Punto de vista. Por Gilda Pedicone de Valls - Doctora en Derecho-Constitucionalista.

10 Febrero 2008
Han pasado varios siglos y los escenarios políticos parecen repetirse. Como un dejá vú, Tucumán podría haber sido fuente de inspiración de las conductas propiciadas por Maquiavelo y de las formas de corregirlas que postuló Montesquieu.
Aunque no estamos en la Florencia del siglo XV ni en la Francia de fines del siglo XVII, en nuestra provincia la política es un juego de voluntades individuales, el arte de calcular la técnica que permite conservar el poder e incrementarlo.
Decía Maquiavelo (1469-1527), historiador y pensador italiano, que aunque la fortuna condiciona los acontecimientos, el político puede superarla mediante su sagacidad y resolución. De esta forma, para ser exitoso, el príncipe puede recurrir a todos los medios, y que -cualquiera sean los utilizados- serán juzgados honorables: el fin justifica los medios.
En contraposición a estos postulados, Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (1689-1755), cronista y pensador político francés,  consideraba que la libertad política no se halla más que en los gobiernos moderados, cuando no se abusa de su poder; pero que es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder se ve inclinado a abusar de él. Para evitar estos excesos, articuló la teoría de la separación de poderes, que se da por descontada en la ciencia política moderna y que  ha sido implementada en la mayoría de las constituciones de todo el mundo. Así, postuló que para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder.

Sólo la reelección
En Tucumán, la reforma constitucional de 2006, gestada, nacida y concretada por los beneficiarios de la única verdadera razón de hacerla, que fue la reelección, se presentó en sociedad como una oportunidad para mejorar las instituciones y el control sobre el gobierno.
Algunas propuestas quedaron nada más que en eso, como la revocación de mandatos. Otras, se concretaron sólo en apariencia, como el Consejo de la Magistratura, situación que desnudó el minucioso fallo de la Sala II de la Cámara en lo Contencioso Administrativo del martes.
Contra ese atropello reaccionó una institución que invocó representar la legalidad y el interés de la sociedad, el Colegio de Abogados, lo que le valió ser destinatario de medidas que buscaron disuadirlo de sus intentos.  
Encontró un tribunal estudioso y comprometido con su tarea y con la legalidad, que aplicó el remedio de la declaración de inconstitucionalidad de la propia constitución y -siguiendo a Montesquieu- demostró que una cosa no es justa por el hecho de ser ley, que debe ser ley porque es justa. Que la fórmula del poder (judicial en este caso) controlando al poder (convención constituyente en este caso) funcionó.
La lectura de la sentencia deja en evidencia que en la reforma constitucional sus operadores actuaron como actuaba el mismísimo Maquiavelo, quien en una carta a Francesco Guicciardini, en mayo de 1521, llegó a decir: “desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”.

Espacios de dignidad
Bienvenido, entonces, este fallo, que ha devuelto -hasta donde el reclamo lo permitía- la percepción de que en Tucumán existen ámbitos que están dispuestos a resistir con dignidad los embates del poder, a no resignarse frente a lo que los hombres acostumbran a hacer desatendiendo lo que deben hacer; que prefieren seguir a Montesquieu y no a Maquiavelo.


Comentarios