Que a los chicos les faltan límites. Que no hagan la tarea por sus hijos. Que no los dejen tantas horas solos. Que no desautoricen al docente. Ese puñado de frases constituye algunas de las recomendaciones que los maestros consultados elaboraron para los padres, puesto que muchos se quejan de que son cuestionados por los adultos. Otra expresión aplaudida por los guardapolvos blancos es: “cuando era chico y hacía algo mal, los mayores me retaban. No criticaban al educador como ahora”. Los tiempos cambiaron y la figura del maestro se destiñó. Perdió autoridad.
Durante sus muchos años en un aula, Emma Mendoza de Marchissio era reverenciada. La adoraban en las escuelas de adobe de las montañas. Ahora, instalada en la dirección de un colegio privado de la capital, recuerda: “los padres confiaban en la persona que estaba educando a sus hijos...” Esta mujer que ya entregó casi 40 años de su vida a las tizas y a los borradores sostiene que uno de los aspectos centrales de la educación argentina es que ha sido invadida por las problemáticas sociales. Ello provocó el deterioro de la relación entre la familia y la institución.
Además -apunta la directora- los instructores deben convivir con la tensión entre la proletarización y la profesionalización. “Tratamos de dignificar nuestra tarea a pesar de las bajas condiciones salariales. El mercado docente se identifica cada vez más con el proletariado”, sentencia.
Desde su perspectiva, frente a un niño con desinterés por el aprendizaje, con conductas violentas y con falta de observación de las normas, el profesor ejerce su función de tutor porque se desdibujó el papel que desempeñaba la familia, ya que esta actúa obstaculizando -en general- el aprendizaje. “Al profesor hay que acompañarlo, jerarquizarlo y valorarlo. Hace falta credibilidad, en vez de críticas destructivas”, finaliza Mendoza.
En ese contexto, vale poner el oído a las experiencias de los expertos y a las acciones u omisiones que señalan como perturbadoras de la tarea pedagógica. María Eugenia Lagarrigue, del colegio Santa María, sostiene que el maestro fue perdiendo el valor de lo que con su profesión promueve e instaura. “Es la misma sociedad la que distorsiona el rol, imprimiendo en su persona responsabilidades que no le son propias”, asevera.
A su juicio, educar con amor y respeto es la aspiración de aquel que escoge esta actividad, pero muchas veces se topa con el menosprecio y la desvalorización. “La docencia carece de prestigio social, cuando en realidad debería ser una de las profesiones más valoradas”.
También la directora del nivel inicial y de EGB 1 del Santa María, Viviana Elizabeth Sanna de Martínez, considera que es fundamental que los padres confíen en el profesor y que, a la vez, transmitan ese sentimiento a los niños. “Si un papá no está conforme con el proyecto educativo de una institución, indudablemente transmitirá inseguridades a sus hijos, ya que ellos perciben todo”, advirtió.
Según Sanna de Martínez, los maestros no sólo están para impartir contenidos, sino también para cumplir, muchas veces, el rol de padres. “Nuestros alumnos nos ven como una prolongación de la familia, y en definitiva eso somos porque compartimos muchas horas. Nosotros conocemos sus sentimientos de alegría y de tristeza”, reflexiona.
En conclusión, reacciones agresivas contra las decisiones de las autoridades, peleas con los educadores, desinterés por las reuniones de padres. Así se manifiestan, actualmente, los problemas de conductas entre los adultos y los maestros. Lástima, puesto que -como decía Kant- el hombre sólo puede llegar a ser hombre por la educación.