A la profesión de docente se la considera devaluada.
En contraste con la responsabilidad que le toca al maestro, que es la de educar a niños y jóvenes -ayudándoles a encontrar su camino en la vida-, las condiciones en que desempeña su trabajo resultan desalentadoras.
En muchos casos, el magisterio es una opción que atrae a quienes buscan simplemente una salida laboral o una carrera corta. Sin embargo, entre los estudiantes que cursan la carrera docente en el terciario de la Escuela Normal, hay quienes afirman tener verdadera vocación. Tal es el caso de tres jóvenes que dialogaron con LA GACETA.
Entre otras cosas, los estudiantes aseguraron que ya tenían decidida la elección de esta carrera desde muy temprano. Los tres tienen familiares (tías o tíos) que fueron docentes. Recuerdan también, de la época en que eran alumnos, la figura ejemplar de quienes fueron sus maestros o profesores y les legaron el amor por la enseñanza.
Marcos Loza: Yo, desde que estaba en el secundario, ya sabía que iba a hacer un profesorado en humanidades y ciencias sociales, o relacionado con esas ramas. Siempre me gustó trabajar con chicos. Me encanta el magisterio. No me veo como médico, como abogado o arquitecto. Tengo vocación por la docencia. Es verdad que la carrera está un poco desvalorizada y que el maestro ha perdido prestigio ante los ojos de la sociedad, pero no creo que haya perdido autoridad frente a los alumnos.
Silvana Leonides: Antes el maestro decía una cosa y se lo respetaba. En cambio, ahora, los padres ahora les dan tanta libertad a los chicos que caen en el libertinaje. Al maestro no le dan el apoyo y la autoridad necesarios para que se produzca bien el aprendizaje.
M.L: Antes los padres respetaban muchísimo a los docentes. Ahora conocemos casos, a través de las prácticas que hicimos en escuelas, en los que algunos padres fueron a plantear que no podía ser posible que el docente haya desaprobado a su hijo. Llegan a la institución con actitud desafiante y les hacen problemas a los docentes.
S.L: En las zonas rurales, la gente mantiene todavía una actitud muy respetuosa con el maestro y siempre trata de apoyar a la escuela. En el campo valoran más lo que les cuesta tener. En cambio, a la gente de la ciudad le resulta todo muy fácil. Los pobladores rurales son conscientes de que la escuela les va a dar a sus hijos la posibilidad de llegar a ser algo en la vida.
Verónica Alderete: La participación de los padres en las actividades escolares ha caído muchísimo. Las maestras nos cuentan que cuando se los cita a entrevistas para hablar sobre problemas que están teniendo sus hijos, no asisten.
S.L: Muchos optan por estudiar magisterio porque es una carrera corta, de tres años, y piensan que no les va a llevar tiempo. Pero aquellos que realmente no tienen vocación terminan abandonando.
M.L: Al que tiene vocación no le interesa la duración de la carrera, sino que estudia lo que ama. A mí me gustaría enseñar en escuelas de alta montaña, porque ahí se nota más el valor del docente, que tiene un rol importante para la comunidad. Ser docente en el campo significa poder brindar todo lo que uno sabe a los chicos menos favorecidos. Ahí uno comprueba si de verdad tiene vocación de docente. A mí me gustan los desafíos. Quiero ir a un lugar donde de verdad se necesiten personas capaces de dar a los que menos tienen. Es muy sacrificado, pero si uno ama lo que hace, yo creo que no va a encontrar obstáculos que lo detengan.
V.A: El trabajo del docente siempre ha sido sacrificado, pero más se lo disfruta en las escuelas rurales.
S.L: Entre los docentes que tuve y que más recuerdo, está la profesora de lengua Susana Comba, que tuve en segundo año. Nos fue encaminando a mí y a mis compañeros hacia lo que cada uno de nosotros quería ser en la vida. Nos ayudó a descubrir nuestra vocación. También en cuarto año tuve una profesora de lengua que no se limitaba a enseñar los contenidos de la materia, sino que hablaba con nosotros sobre temas de la vida personal. Eso nos ayudó bastante a todos y nos enseñó muchas cosas.
V.A: En mi caso, tuve bastante comunicación con una docente de la secundaria, en quinto año, de apellido Albornoz Abán. Ella nos fue transmitiendo experiencias que tuvo en la vida.
M.L: Yo tuve en la Escuela Normal, y después en la Facultad, una profesora de apellido Lupiáñez que hizo que me apasionara la historia y eso me llevó a estudiar esa carrera. Hice dos años en la facultad. Ella tiene una forma de enseñar que a uno le hace gustar mucho la materia.