La vivencia del maestro rural es muy diferente a la del urbano

En el campo el docente tiene un papel mucho más importante que en la escuela de la ciudad, donde hay más medios.

CONTENCION. Los chicos valoran el afecto que les brindan los docentes. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO CONTENCION. Los chicos valoran el afecto que les brindan los docentes. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO
09 Septiembre 2007
A pesar de que debe caminar casi seis kilómetros por caminos polvorientos para llegar a la escuela donde estudian sus cuatro hijos, una habitante de la zona agrícola de Burruyacu se viste con su mejor ropa cuando tiene que ir a hablar con una maestra. Esto prueba, a juicio de las docentes de la escuela 368 (de La Virginia), el respeto que les inspiran los educadores a la gente de la zona rural. En cambio, en las escuelas de la ciudad se nota mucho la mala conducta, como un síntoma de la desvalorización que ha sufrido la figura del maestro.
“Al docente le quitan autoridad ya desde la casa. Muchas veces los padres dicen: ‘¿Quién es la maestra para reclamar esas cosas?’”, afirmó la educadora María Eugenia Pérez, que trabajó en una escuela de la capital antes de llegar a Burruyacu.
La maestra rural se ve obligada a salir más temprano de su casa y a regresar después del mediodía. Se la ve cargada siempre con bolsos, donde lleva las provisiones para cocinar el almuerzo en el comedor escolar. En el camino suele comprar el pan.
“Nos ven subir a las combi o a los colectivos con escobas, lavandina, detergente y muchos otros elementos. Nosotros no nos podemos dar el lujo de olvidarnos la cinta adhesiva ni ninguna otra cosa, porque en el lugar donde está nuestra escuela no tenemos dónde comprar nada -contó la directora, Graciela Llanos-. Si hay que arreglar un tubo fluorescente, por ejemplo, dependemos de la buena voluntad de los padres, que nos ayudan”. Su escuela se encuentra en medio de una zona agrícola desolada, donde las viviendas están desperdigadas en varios kilómetros a la redonda.
Carentes de herramientas para el aprendizaje, como los libros, las computadoras e internet, los chicos de la zona rural tienen mayor dependencia de sus maestros. “No podemos darnos el lujo de decirles que investiguen un tema en internet o en los libros. Traemos material que usaron los hijos nuestros en el colegio -indicó Pérez-. Y los padres muchas veces nos encargan que les compremos en la ciudad las medias azules y las cintas que se necesitan para los actos”. Lo mismo sucede con los materiales que usan en jardín de infantes. La maestra Isabel Merchán llega cargada con todo desde la capital.
En una oportunidad, para poder comprar un freezer, reunieron monedas durante dos años hasta alcanzar la cifra necesaria. “Con los padres hicimos loterías o ferias de platos. Lo mismo para comprar un televisor, el año pasado. Faltaban tres días para el Mundial, así que los docentes aportamos de nuestro bolsillo para completar el monto -recordó Llanos-. En un canasto hemos llevado todas las monedas”.
Para el Día del Niño planeaban alquilar un juego inflable para los chicos, pero no consiguieron que ningún prestador de este servicio accediera a llevar el equipo necesario hasta el lugar.
“Todos los maestros han puesto $ 10, pero los chicos siguen esperando. No pierden la fe en nosotros, ni les importa que haya pasado la fecha -dijo la docente-. También queremos traerles títeres, pero los titiriteros nos quieren cobrar $ 5 por chico. No podemos pedirles ese esfuerzo a los padres, sobre todo si tienen varios hijos que concurren la escuela”.