Han dejado de quererte, no de engañarte. Y tú crees que han dejado de engañarte, dice Porchia en sus famosas “Voces”. El complejo tema de la infidelidad se inscribe en las oscuras aguas del deseo, de la ratificación del poder, según el sentimiento de inclusión y exclusión en el que cada uno esté inscripto. La infidelidad, más allá de su interpretación jurídico moral, connota los éxitos y fracasos de la negociación de la sexualidad con la realidad: impulsividad, relación costo-beneficio, revisión proyecto familiar, inestabilidad, agudización del ingenio, pérdida de la inteligencia, aventuras y desventuras de la doble vida y otras pequeñeces sin tiempo y espacio de mención. Los protagonistas, voluntarios o no, tendrán una triple visión según su ubicación en el o los triángulos amorosos en que se encuentren. La promesa de mayor placer a lograr en la infidelidad será inversamente proporcional a la culpa que produzca y la impunidad que la acompañe. Pero también sabemos que a menudo sólo se teme lo que se desea, como en las fobias. Y en ese temor, lo prohibido desafía la insistencia. Y en este punto, la fidelidad se vincula con la renuncia. La excitación prometida recibe como compensación profundizar la pareja actual. Al decir de Shakespeare, algunos prosperan con el crimen y otros son víctimas de la virtud.
La sociedad actual parece dispensar mayores formas y variedades de elección para los que no quieren vivir sus pasiones sin la mochila del compromiso. Se construyen, así, contratos donde el engaño por desconocimiento está sustituido por un cabal conocimiento de cambio probable. Y, según lo que hemos significado para nuestros modelos de amor infantil, seremos últimos o primeros, comprensivos o insaciables, razonables o ególatras. Y toda pareja, tres tratando de ser dos.