La revolución de la paciencia: diciembre y el desafío de proteger el cerebro de tus hijos de TikTok y los algoritmos de la dopamina
El último mes del año suele presentar matices agridulces: por un lado aparecen los festejos; por el otro, el agobio. Pasó el huracán Oasis y nos dejó una sublevación desde la cama.
MULTITUDES. Esta imagen de hace algunos años muestra el frenesí previo a las Fiestas en el centro tucumano Archivo
De María Martín Maná sólo sabemos dos cosas: que vive en Valencia, España, y que escribió una carta al director del diario El País, publicada hace un par de semanas. Ese texto de poco más de 10 líneas resume de modo extraordinario algunas de las paradojas del tiempo en el que vivimos.
María se lamenta porque siente que todo llega cada vez más pronto, que subsistimos arrastrados por el tren de la inmediatez, en el vagón del “todo ahora, todo ya”. Mientras esto ocurre, ella cuenta que intenta sembrar en su hija el valor de la paciencia, de la espera, pero sabe que es una lucha desigual, porque enfrente encuentra un “mundo que ya no sabe esperar”.
Estamos arrancando diciembre, el mes que de chicos quizás esperábamos con más ansiedad: el de las reuniones, el de las Fiestas, el de los encuentros con familiares y amigos, para muchos, también, la larga víspera de las vacaciones de verano, tiempos de calor, pileta (o Pelopincho, según el caso), noches tentadoras y balances a los que intentamos darles una tonalidad positiva aunque hayamos tenido un año para el olvido. Hay una especie de consenso no escrito que dictamina que se trata del período en el que todo cierra -lo bueno y lo malo- para volver a comenzar con otras expectativas el 1 de enero.
POSTEO DE EL PAÍS. La carta de María Martín Maná, publicada en la cuenta de Instagram del diario español. Instagram
También es cierto que sobre diciembre se cierne la sombra de tiempos de vértigo: compras, demandas laborales, pago de una pila de impuestos, visitas al mecánico para poner el auto a punto, actos escolares, la necesidad imperiosa de generar ingresos extra para pagar los gastos que este mes trae aparejados, las tensiones familiares que suelen emerger cerca de las Fiestas, actividades para gestionar el tiempo libre de los chicos (¿por qué le tenemos pánico al aburrimiento?), reuniones, despedidas de año, los procesos internos que dejamos dormir durante 11 meses y que se activan justo ahora para sacudirnos emocionalmente…
Todo llega antes
En este punto, la carta de María Martín Maná nos ayuda a echar luz sobre algo que se volvió tan cotidiano que suele pasar inadvertido, pero que de algún modo termina siendo distópico, por calificarlo de algún modo: ella expresa que en esta carrera contra el tiempo todo llega antes (o al menos lo aparenta): Halloween (que ya pasó), el Black Friday (que fue el fin de semana pasado), los turrones, la Navidad… Y aunque ya nada parece sorprendernos, es increíble pensar que la decoración navideña haya copado supermercados, shoppings y comercios dos meses antes de la Noche Buena. En síntesis, hay un bombardeo de estímulos que nos incitan a consumir desmedidamente y apurarnos “porque hay que aprovechar los descuentos del Black Friday”, por ejemplo, como si nos estuviésemos perdiendo la oportunidad de nuestras vidas para comprar un par de zapatillas, un ventilador de techo o un pantalón. O como si no hubiese mañana. El tema es que, a pesar de esas zapatillas, de ese ventilador o de ese pantalón (o de lo que fuere), sí habrá un mañana y todo seguirá igual, incluyendo nuestros miedos y problemas.
Hace algunas semanas Santiago Bilinkis, empresario, comunicador y autor de varios libros, publicó una reflexión sobre el vivir apurados. Lo calificó como un estado generalizado: el 70% de las personas -dijo- se sienten más apremiadas de lo que desearían. Y este es un problema porque nos desconecta del entorno, nos hace perder empatía con los demás (ya no tenemos tiempo para el otro), pone en riesgo nuestra salud y deteriora la creatividad. El punto es que muchos creemos -erróneamente, según Bilinkis- que estar siempre ocupados y estresados es sinónimo de éxito, que estamos haciendo bien las cosas. Una especie de oda a la velocidad.
La patriada de la paciencia
Ahora bien: hay un tema que nos interpela como adultos, que está relacionado con lo anterior, pero que es más grande, más profundo, más oscuro. Y que nos expone a un desafío enorme, casi titánico: ¿Cómo les decimos a nuestros hijos que sean pacientes, que intenten concentrarse en alguna tarea sin dispersarse, que a veces nos hace bien aburrirnos un poco, que para algunas cosas hay que esperar, que no se puede tener todo ya? ¿Con qué argumento sostenemos esto si en cuanto se ponen un poco cargosos les damos el teléfono o les ponemos YouTube en la tele?
Cuando esto ocurre, sus cerebros -que están en pleno desarrollo, especialmente el lóbulo frontal, que es el centro de la fuerza de voluntad- quedan expuestos a algoritmos diseñados para generar descargas de dopamina que anulan la creatividad y causan una gran irritabilidad si el estímulo desaparece. Ese es, en síntesis, el efecto de los videos de TikTok y de los shorts de YouTube: un bombardeo de incentivos sensoriales que transcurren vertiginosamente en pocos segundos para pasar automáticamente a otro y luego a otro y así hasta el infinito o hasta que nos quedamos sin batería. En este contexto, ¿cómo pretendemos que vean una película o lean un libro si sus cerebros están acostumbrados a videos que no duran más de un minuto?
ESTÍMULOS. Los cerebros de los chicos son bombardeados con estímulos desde TikTok y YouTube. Archivo
La revolución de Noel Gallagher
Volviendo a la carta de María Martín Maná, en el frenesí de diciembre corremos un riesgo importante: caer en la trampa de la productividad. Es decir, medir el éxito del año por la cantidad de "ítems completados" (compras, reuniones sociales, proyectos cerrados). Esta mentalidad nos empantana en lo urgente y nos obliga a vivir bajo presión (y a convivir con la frustración, porque no siempre podemos con todo). Así, los últimos días del año terminan siendo una especie de cierre administrativo que puede invisibilizar lo relevante, que es lo que ocurre debajo de esa superficie de frenesí: nuestros hijos y sus mundos, los amigos que de verdad nos quieren, el tiempo con nuestros padres y hermanos -si es que aún los tenemos- nosotros mismos, nuestros hobbies y el silencio que a veces tan bien nos hace.
A tono con el huracán que generó hace un par de semanas la vuelta de Oasis al país, tal vez sea una buena oportunidad para hacerle caso a Noel Gallagher y arrancar una revolución contra lo apremiante. Él dice -o canta- que lo hará desde su cama. Nosotros, desde el lugar que nos quede mejor. Lo importante es que empecemos.





