El fútbol que no alcanza y el que empieza a crecer

El fútbol que no alcanza y el que empieza a crecer

“Volví porque tenía otro proyecto que quería concretar acá en Tucumán. La falta de estructura del fútbol femenino hace que las jugadoras siempre tengan que pelearla o remar un poco contra la corriente”. Lo dice Rocío Díaz, ex jugadora de Banfield, de Racing y de la Selección Nacional, que a los 29 años decidió hacer las valijas y regresar a su provincia. La frase no duele solo porque es cierta, sino porque ya la escuchamos muchas veces. Porque podría haber sido dicha por otras futbolistas que también eligieron volver a sus provincias. O dejar. O sostenerse con tres trabajos paralelos.

El regreso de Rocío no es una derrota, pero sí es un síntoma. Que una jugadora profesional, con trayectoria en el fútbol de Primera y con presencia en la Selección, no pueda sostenerse solamente con el deporte que practica dice más del contexto que de sus decisiones personales. ¿Cuánto puede crecer un campeonato si las protagonistas deben apoyarse en “otros proyectos” para seguir? ¿Qué expectativas pueden construirse cuando el camino del profesionalismo depende de esfuerzos individuales y no de políticas colectivas? Si hoy en la Argentina ser jugadora de fútbol profesional aún no garantiza ni estabilidad económica ni continuidad deportiva, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “fútbol profesional femenino”?

Las respuestas están a la vista, aunque no siempre se las quiere mirar. Porque sí, el fútbol femenino creció. Sí, la AFA está construyendo un predio especialmente para mujeres. Sí, se firmaron acuerdos para mejorar los sueldos y las condiciones laborales. Todo eso importa. Todo eso cambia realidades. Pero también hay que hablar del negocio que no se construye. Porque mientras en el último Mundial Femenino se rompieron récords de audiencia y se multiplicaron las búsquedas en Google, acá los derechos de televisación fueron privatizados y se produjo una reducción de partidos transmitidos en el pack de fútbol, del 9 a 2 partidos por jornada. Esto sumado a que el apoyo financiero de empresas privadas es marginal.

¿Y si el problema ya no es la falta de público sino la falta de interés empresarial? ¿Y si el cambio que falta no es solamente deportivo o institucional, sino económico y cultural? Las estructuras no se consolidan solo con buena voluntad: se necesitan recursos, visibilidad y decisión de sostener a largo plazo un producto que ya demostró que genera atención. ¿Qué pasaría si el fútbol femenino tuviera la mitad del tiempo en pantalla que tiene la Primera Nacional masculina? ¿Cuántas jugadoras podrían quedarse si ese cambio de escala ocurriera?

Y sin embargo, algo se está moviendo. Tal vez no en la cima de la pirámide, pero sí en sus bases. En los clubes de barrio. En las escuelitas de fútbol. En los torneos amateurs. En los espacios que el profesionalismo todavía no habilita. Ahí donde no hay flashes ni cámaras, cada vez hay más chicas jugando. Equipos que se multiplican, técnicas que se perfeccionan, entrenadoras que lideran. En muchos casos, mujeres que también fueron futbolistas y que encontraron en esos lugares una manera de devolver lo aprendido. Y también de construir lo que ellas no tuvieron.

Demasiado esfuerzo y también pasión

Esos espacios no son menos importantes. De hecho, probablemente sean los más importantes. Porque ahí se gesta algo que no depende de sponsors ni de federaciones, sino del deseo. Las nenas quieren jugar. Las mujeres quieren entrenar. Las familias empiezan a acompañar. ¿No es ese el verdadero punto de partida para una transformación más profunda? Lo que hoy no da el profesionalismo lo están ofreciendo otras redes: más lentas, sí, pero también más sólidas.

La historia del fútbol femenino argentino todavía se escribe con esfuerzo, con idas y vueltas, con decisiones difíciles como la de Rocío. Pero también se escribe con pasión, con nuevas generaciones que entran a una cancha con el deseo intacto, y con mujeres que construyen desde abajo, desde lo posible, desde lo colectivo.

Tal vez el fútbol femenino no esté esperando que lo salve un milagro de marketing, sino que lo empuje una corriente distinta: más cercana, más humana, más comprometida. Y si esa corriente sigue creciendo, quizás algún día ninguna jugadora tenga que elegir entre su carrera y su sustento. Quizás, algún día, volver solo signifique volver para jugar en casa.

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