Un periodismo incómodo para el poder

Un periodismo incómodo para el poder

26 Abril 2025

Por Carlos Jornet

Presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la SIP

Con creciente frecuencia escuchamos que el periodismo está muriendo. Que los medios tradicionales van a desaparecer. Que la inteligencia artificial y las redes sociales son de manera excluyente el presente y el futuro de la información.

Con creciente frecuencia escuchamos, también, a líderes políticos que atacan y persiguen a periodistas y medios.

Ocurre en dictaduras como las de Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero también en democracias imperfectas, como las de El Salvador, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina.

En sendas misiones que realizamos este año, comprobamos el clima de crispación que se plantea desde estamentos del Estado.

Lo vimos en Perú, un país que vive un proceso de marcado deterioro institucional.

Lo percibimos también en Costa Rica, una nación que era considerada un faro para la democracia en la región.

¿Y qué decir de Estados Unidos, donde la llegada nuevamente al poder de Donald Trump muestra ya señales claras de que este busca intensificar su confrontación con la prensa? Eso está teniendo ya un pernicioso efecto contagio sobre líderes autocráticos del resto del continente, que se sienten avalados para rehusar información, para denostar a sus críticos, para criminalizarlos, para intentar imponer relatos únicos.

Y entonces nos preguntamos: si el periodismo está condenado a la extinción, ¿por qué esos ataques, ese encono, esa violencia verbal? La respuesta es simple: porque el periodismo profesional incomoda al poder. Al poder político, al económico y también al crimen organizado y las mafias que corroen las instituciones.

Las redes comunican, facilitan la interacción. Pero el periodismo es el que investiga, verifica, cuestiona, denuncia irregularidades, da espacio a voces alternativas.

Es cierto que los avances tecnológicos promueven nuevas plataformas informativas. Y las redes son una herramienta poderosa para difundir mensajes y generar interacción. Pero muchas veces son cámaras de eco que extreman creencias y refuerzan sesgos ideológicos.

Son asimismo espacios para propagar desinformación, para viralizar contenidos manipulados con la intención de confundir, de dañar, de interferir procesos electorales.

Con inteligencia artificial, Andrea Colamedici hasta creó a comienzos de este año a un falso filósofo hongkonés, Jianwei Xun, a quien le atribuyó un libro llamado “Hipnocracia”.

El texto primero deslumbró al mundo y luego abrió una inmensa polémica intelectual y también moral. Paradójicamente, allí se plantea que en la era de la posverdad y la inteligencia artificial, el poder ya no opera mediante la represión, sino manipulando la percepción de la realidad.

Tormenta de insultos

Giuliano da Empoli, en su libro “Los ingenieros del caos”, dice muy bien que los gurúes políticos “reinventaron una propaganda adaptada a las redes sociales, y al hacerlo, transformaron la naturaleza misma del juego democrático”.

Dice, además, que los nuevos populismos, de izquierda y de derecha, exponen a los periodistas que los cuestionan a una “tormenta de insultos”, ya que la misión de aquellos es exacerbar pasiones extremas.

Da Empoli cita un estudio del MIT según el cual la información falsa tiene en promedio 70% más probabilidades de ser compartida porque en general es más peculiar, más curiosa, que una verdadera. Con el agravante de que en redes sociales no hay editores responsables para verificar datos y hacerse cargo de potenciales errores.

¿Hace falta recordar que este año, luego del cambio de gobierno en Estados Unidos, Meta desactivó su programa de verificación de contenidos? Justo ahora, cuando el uso indebido de la inteligencia artificial hace que debamos dudar de todo.

¿Hace falta recordar que el principal aliado de Trump es quien controla X? ¿Que una orden ejecutiva del presidente Trump fija un plazo para que la empresa matriz china de Tik Tok venda sus operaciones en Estados Unidos?

Necesidad democrática

En este entorno, el periodismo profesional es cada vez más necesario, incluso en las propias redes sociales. No renegando de los avances tecnológicos sino integrándolos en sus procesos editoriales para reportar e investigar más y mejor.

Hoy, más que nunca, debemos defender las libertades de expresión y de prensa y la existencia de medios periodísticos confiables, sustentables, que cumplan su misión cívica de informar y controlar a los poderes. Porque sin periodismo libre, la democracia se seguirá debilitando y habrá más autoritarismo en el continente.

Ese convencimiento es el que nos lleva a enviar misiones a países en riesgo; a pronunciarnos cuando detectamos amenazas o ataques.

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