La Guerra del Infinito - Una mirada comiquera

28 Abr 2018
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Media hora antes la función estábamos nerviosos. No era por las expectativas que generaba la película, sino por ver tantas personas que estaban antes en la cola y preguntarnos si íbamos a conseguir un buen asiento y, siendo un poco negativos, si iban a charlar o hacer ruido durante la película. Ese temor se infundió más cuando, al fin en la sala, comenzaron con las selfies y las charlas típicas de quien no conoce a los personajes, ni leyeron los cómics, sin embargo, estaban ahí, esperando con ansias que comience Avengers: Infinity War.

En los noventa, gracias a sagas como La Muerte de Superman o La era de Apocalipsis, las ventas de cómics alcanzaron cifras récord. Aun así, la idea que tenían las grandes editoriales era la de saturar el mercado aprovechando el éxito de ciertos títulos. Así nos dábamos con continuaciones innecesarias, sagas estiradas a más no poder y títulos cuyo único destino fue el ostracismo. Si hoy alguien ve la portada del primer número de X-force de Rob Liefeld, le costaría creer que el trazo y narrativas torpes del autor alcanzaron los cinco millones de copias vendidas. Es así como surgieron éxitos de ventas de muy dudosa calidad. En medio de ese caos también surgieron obras maestras que hoy perduran como Hulk de Peter David, y por supuesto, las óperas magnas con las que Jim Starlin trajo de vuelta a Thanos y lo posicionó como villano central: La búsqueda de Thanos y El Guantelete del infinito (en las que se inspira la película). Lamentablemente tuvieron continuaciones que no fueron tan buenas: La guerra del infinito, La cruzada del infinito y la serie La Guardia del infinito.

El haber leído miles de cómics genera cierto ego y a veces nos vuelve insufribles a los fanáticos. La sala se llenó incluso antes de los tráilers con gente mayormente entre 20 – 30 años. Con un poco de malicia me preguntaba cuántos habían leído los cómics, o incluso conocían la obra de Jim Starlin, George Pérez o Ron Lim. Si habían disfrutado la historia inteligente que fue La búsqueda de Thanos o la épica de El Guantelete del infinito. O si alguien habrá comprado La Guerra del Infinito y darse con una historia muy diferente a la del cine y con personajes fundamentales como Adam Warlock o Magus que no tienen su contraparte fílmica. No importaba, estaban allí esperando con mucho entusiasmo el clímax de una saga que comenzó hace 10 años en el cine y que, si bien se alimentaba de los cómics, había conseguido su propia identidad.

En los noventa, es muy probable que a muchos lectores de la época de Editorial Novaro les hayan chocado sagas como La Muerte de Superman o La Caída del murciélago. Fueron momentos fuertes, que supusieron hitos de venta en el que muchos, entre los que me incluyo, nos enamoramos del cómic y pasamos al coleccionismo. El Superman de Dan Jurgens no era el mismo que el de Curt Swan. En Marvel la espectacularidad gráfica ganaba terreno sobre los guiones gracias a Jim Lee, Todd McFarlane y el especialista en pies pequeños y grandes músculos, Rob Liefeld. Fueron cambios que generaron ventas y acercaron a un nuevo público a los cómics. El universo fílmico de Marvel tal vez no lo haya hecho, pero los hizo conocer a los personajes y la reinterpretación de sagas icónicas del comic en el séptimo arte.

No cabe dudas que ir al cine es una actividad mucho más social que la lectura de cómics. La espectacularidad visual que lograron las películas de súper héroes consiguió crear un público nuevo que, incluso sin haber leído jamás un cómic, es fanático de Tony Stark o de Loki. En 10 años de universo fílmico de Marvel tuvieron tiempo para desarrollarse, crecer y hacerse queridos por ese público que también quiere saber de Thanos. Un público que compraría merchandising y figuras de acción de sus personajes. Personas en la sala, que no habrán leído un cómic, pero se preocupaban por esos súper héroes y disfrutaban de la película en silencio.

 El cosplay y los eventos hicieron que aumente considerablemente la cantidad de gente que va a una comiquería, pero la mayoría se centra en esas actividades pop.  La forma de conocer productos de la cultura de masas cambia con el tiempo, con el formato que utilicen, ya sean pulp, series, cómics, películas o nuevos formatos como las webseries. Sea como sea, hay que dejar de lado la mirada apocalíptica y fatalista en la que Umberto Eco hablaba sobre la cultura de masas. Después de todo, la cultura no va a morir si muta o si se masifica. Hay que aceptar que cada medio tiene su identidad, recursos propios y es capaz de generar un impacto único como lo expuso McLuhan. A la narrativa del cómic no se la puede reflejar en las series y mucho menos en las películas, porque son formatos distintos. Tienen puntos en común y pueden retroalimentarse mutuamente, y así crear esa convergencia mediática de la que habló Henry Jenkins. Dejemos de lado a los personajes de Dc o Marvel. El Zorro pasó del pulp al cine en blanco y negro, series, películas a color, cómics y aún sigue generando fascinación, porque lograron trasladar su esencia a distintos soportes. Lo único que nos queda es decidir cuál nos gusta más.

Tras unos instantes de silencio por un final que impacta, el público aplaude con ganas. Nadie sale de la sala, y esperan una de las nuevas prácticas que impuso Marvel: Las escenas de post créditos. Hay un guiño para quienes conocemos de cómics y nos emocionamos, hay respeto tácito entre nosotros mientras el resto mira con curiosidad y se pregunta por qué nos alegramos tanto. No importa, a todos nos unió el poder disfrutar con distintas miradas una misma película y también, aplaudir al cameo de Stan Lee. Son cosas que se solamente se pueden explicar con una palabra que usa ese gran creador de mundos… ¡Excelsior! 

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