Marmalade Boy - ¿Quién dijo que lo cursi y ñoño no puede ser bueno?
Los reto a mencionar, o pedirle a alguien que sepa del tema, cinco mangas modernos que no tengan fanservice. Por si no conocen este término, se refiere a situaciones con picardía sexual, poses sugerentes, roces que por lo general llevan a situaciones hilarantes y por supuesto, el desnudo ocasional. Hoy parece que este término y manga son una dicotomía inseparable, que se justifica con una legión de adeptos a este fenómeno. Para no tener problemas con ellos, hay que reconocer que esos escorzos y los planos contra picados que utilizan, ya sea para ver ropa interior o alguna región de la anatomía, son complicados y tienen su mérito artístico cuando están logrados. Tampoco hay que discriminar, hay mucho fanservice en el cómic de autor, el norteamericano y también en el europeo. Pero donde está muy marcado y le confiere cierta identidad, es en el manga.
Algunos
cómics japoneses escapan de esto, e incluso se vuelven una suerte de antítesis,
como es el caso de Marmalade Boy de Wataru Yoshizumi. Es una historia de
amor liviana en la que no faltan los triángulos de triángulos amorosos, los
enredos y por supuesto, los malos entendidos. Es decir, tiene muchos de los
elementos típicos de los mangas shōjo,
orientados al público adolescente femenino (y no tanto). De todas maneras, hay
un elemento que rompe esquemas y está tan bien manejado, que hizo que éste se
convierta en un clásico. Los padres de los adolescentes Yuu y Miki, amigos
inseparables en la universidad, se reencuentran y deciden hacer un intercambio
de parejas, con divorcio de por medio. Ellos eran tan unidos, que para
recuperar el tiempo perdido, deciden vivir todos juntos en una misma casa.
Al
principio Yuu y Miki apenas toleran vivir juntos, pero a medida que pasan los
tomos, descubren esos sentimientos que tienen el uno con el otro de una manera
sutilmente cursi e inocente. A pesar de todos los enredos amorosos y esos
triángulos que van apareciendo, Yohizumi en ningún momento deja de lado este
tono ligero en cuanto a lo romántico. Lo suyo apenas llega a un beso o abrazos
muy dulces. Sin embargo, hay algo oscuro de trasfondo relacionado a los padres
de los protagonistas que va a repercutir de manera muy dura en sus vidas y darles
esos golpes necesarios para darle unos toques interesantes de dramatismo. Este
elemento es algo que explica mucho sin ser rebuscado y la autora se luce por la
forma en la que lo trata y resuelve. Al final cierra todo de una forma tan
redonda que sorprende y se agradecen esas cuotas de cursilería que destila la
obra.
Al
tratarse de una obra romántica, los personajes deben tener un peso importante,
tienen que ser interesantes y carismáticos, sino la obra no sirve. El mundo en
el que se mueven parece color de rosas, pero aun así, cada uno de los
personajes, incluso los secundarios, tienen su peso y personalidades
marcadísimas. Son muchos, pero la autora se las arregló para crear una red de
interrelaciones que llevan a triángulos de triángulos amorosos, y hay que
destacar que en ningún momento tiene problemas narrativos. Es un rompecabezas
que se va armando capítulo a capítulo y en el que cada pieza encaja
perfectamente. Fluye de manera tan natural, que esto parece algo simple cuando
dista de serlo. Ayuda mucho que los personajes sean adolescentes con muchas más
mariposas en el estómago que hormonas a flor de piel. Eso no quita que sean un
tanto chiquilines, orgullosos, caprichosos, muy llorones pero, que cuando les
toque enfrentar problemas, se las arreglen para salir adelante y crecer en el
proceso. En la segunda mitad del manga comienzan lo duro. Es allí donde
Yoshizumi pone todo su esmero, mientras el elemento que les conté va surgiendo.
Los personajes tienen sus propios problemas, pero saben que a la larga los
tienen que superar. Aunque no lo crean,
gracias a esto la lectura es muy agradable y cuesta dejarlo de lado.
Wataru Yoshizumi es muy limitada a nivel gráfico. Si bien sigue la estética shōjo,
que no se destaca a nivel visual y donde casi no hay fondos, hay problemas muy
notables en su narrativa gráfica. En su forma de encarar las acciones
cotidianas hay un abuso de los primeros planos y planos medios. Estaría bien si
las expresiones de sus personajes, que parecen chupetines por cabezones y
patilargos, no fuesen tan estandarizados dentro del estilo. Las escenas de
deportes pecan de ser demasiado estáticas, y parecen fotos amateurs de
secundaria. Aun así, hay elementos que sí vale la pena destacar, uno es la
elegancia que logra inferirle a sus personajes, las poses y algo que me llamó
mucho la atención: el diseño de la ropa. Sus personajes se visten muy bien y
destacan más los vestidos, uniformes, remeras, etc. que los mismos personajes. A medida en la que Marmalade Boy avanza,
Yoshizumi logra dominar las expresiones corporales y las emociones que
transmiten los personajes. Gracias a esto, le imprime una sensibilidad femenina
un tanto tosca, porque no olvidemos, es limitada a nivel gráfico. Pero no deja
de ser interesante y se las arregla para transmitir eso que le interesa. La historia atrapa tanto que esas fallas del
dibujo no son tan notables al segundo o tercer tomo.
Hoy parece un pecado que una historia romántica sea inocente o un poco cursi,
pero Marmalade Boy demuestra lo contrario, es de esas lecturas livianas con lo
necesario para enternecer y conmover. Que nos haga añorar los amores de
secundaria. Muchas veces al hacer reseñas, a los críticos nos gusta buscar
adjetivos “distintos” para definir una obra. Es una necesidad de autocomplacencia
intelectual que varios padecemos, pero hay obras como esta, que obligan a dejar
todo eso de lado, porque la mejor forma de definirlas es la más simple. Se los
digo sin dar más vueltas: Marmalade boy
es una linda historia de amor, fresca e inocente.