Dragon ball y la difusión del manga

20 Ene 2015
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Ilustración de Akira Toriyama

Akira Toriyama, el autor de Dragon Ball, es un artista exagerado. Lo transmite y contagia través de sus mangas y también cuando cuenta pequeñas cosas de vida a través de su alter ego, Tori-bot.  Cuando Dragon Ball apareció en el mercado hispanohablante, el cómic norteamericano estaba en un auge comercial gracias a los X-men ilustrados por Jim Lee y a La Muerte de Superman. Mientras Gokū y los suyos se hacían un lugar en el mundo de las viñetas, los fans, exagerados, formularon una de las preguntas que más ha generado controversia y enemistades en el mundo del noveno arte: “¿Quién gana en una pelea, Superman o Gokū? – Esa pregunta y sus consecuencias mostraba la fuerza con la que el manga iba rompiendo con la hegemonía comercial del cómic norteamericano. Con el paso de los años, aparecieron nuevos hitos como Evangelion, Naruto y One Piece. Los nuevos fans comenzaron a cuestionar si Dragon Ball era capaz de soportar el paso de los años. Les costaba aceptar su importancia en la popularización del manga y que es un clásico.
 
Es curioso que el mismo Toriyama no pensara que Dragon Ball iba a durar demasiado. Con suerte y sin exagerar, duraría un año o hasta que los protagonistas encontraran las esferas del dragón. Los primeros números eran demasiado simples y la búsqueda de las esferas era más bien un hilo conductor para presentar personajes y unir aventuras sueltas con un toque de humor “toriyamesco”. El manga no sobresalía y los fans no recuerdan más que detalles de esta etapa. En la historia de Gokū había algo más que las aventuras a las que nos tenía acostumbrados. A Toriyama le fascinaban las películas de artes marciales y quería introducir buenas peleas en sus obras. El tono bizarro de Doctor Slump no le dejaba mucho margen para esto y en sus historias cortas como Pink, jugaba con lo impredecible. Recién en Dragon Boy, una suerte de prototipo de Dragon Ball, se dio el gusto de mezclar el género de aventuras con el de artes marciales, manteniendo ese humor que lo caracterizaba.

El manga comenzó a hacerse popular desde la saga del primer torneo de las artes marciales, es decir, desde que el Maestro Rōshi comenzó a entrenar a Krilin y a Gokū.  El cambio de aventura a peleas, lo favoreció muchísimo. Los entrenamientos y los combates eran divertidos gracias a muchas situaciones impredecibles y a sus personajes. Rompían estereotipos con mucho humor y a la vez dejaban ver valores como la amistad y la superación, que lo enriquecieron aún más. Gracias a esto se alejaba del estilo serio y casi trágico que tenían obras como El Puño de la Estrella del Norte y Saint Seiya (Los Caballeros del Zodiaco). Las técnicas eran incluso más fáciles de copiar y muchos fans se divertían imitando el kame hame ha hasta quedarse roncos de tanto gritar. Por supuesto, la imaginación desenfrenada del autor y su capacidad para hacer emocionante lo exagerado, también ayudaron mucho. 

Las ediciones españolas de Dragon Ball llegaron a la Argentina en el momento justo. En esa época en el canal Magic Kids pasaban animes que habían sido exitosos en Japón. Había una mezcla entre alegría y bronca, daba gusto verlas todos los días pero también ganas de masticar el televisor cuando en un momento importante, como cuando Aioria de Leo atacaba a Seiya, no daban el capítulo que seguía, sino volvían a darla desde el principio. Hasta los noventa solamente llegaban series japonesas como Mazinger Z,
Robotech (que en realidad son tres series) o  Heidi, y no imaginábamos que la mayoría estaban basadas en mangas. Tuvimos contacto con ediciones bastante libres, en revistas a color que hoy hacen gritar exageradamente a los coleccionistas, como esos números de Mazinger Z y la saga de Poseidón de Saint Seiya que salieron en su momento. Intentaban ir a lo seguro, el mercado no estaba listo para editar tankōbons (formato de tomos recopilatorios japoneses). En Estados Unidos, Viz Media también tuvo que adaptarse, es decir, publicaban manga en formatos a los que estaban acostumbrados, revistas de 24 o 50 páginas y cuando tuvieron un número importante de seguidores recién pudieron apostar por el tomo. Los españoles también hicieron lo mismo y su gran caballo de batalla fue justamente Dragon Ball. Lo publicaron en revistas que salían semanalmente, las llamadas Serie Roja y Blanca, e iban creando el nicho de mercado para el cómic japonés. Las editoriales Norma, y sobre todo, Planeta fueron mutando esas revistas hasta llegar a los tomos japoneses que fueron muy bien recibidos. Los tomos de Dragon Ball sirvieron para abrir puertas que incentivaron a otras editoriales como Glenat a publicar títulos como Kenshin y Sailor Moon.

 Gracias al éxito que tenían las series, sobre todo la que protagonizaba  Gokū, había merchandising como álbumes de figuritas y muñecos importados de algún país oriental que no es Japón. Lo único que faltaba era el manga, pero todo lo que tenía viñetas estaba demonizado por el público masivo como “algo para niños” – además, la cantidad de números de las series Roja y Blanca inhibían a cualquiera que quisiera coleccionarlas y los tomos eran caros para los que no tenían la cultura de coleccionistas. Sin embargo, a muchos no les importó y los compraron porque allí había algo más de la serie. Descubrieron que los chistes no estaban censurados y la narrativa era distinta, más dinámica e iba mucho más al grano. Tampoco había relleno y podían disfrutar de esas historias que aún no habían visto en la televisión.  Y si habían comenzado a seguir una serie, ¿por qué no otra? Más allá del fanatismo que comenzó a darse en las comiquerías, hubo una difusión de boca en boca de aquellos a los que se les abrió un mundo nuevo.

En Argentina muchas de las editoriales que publicaban cómics habían fundido o estaban mal. Era raro pensar en que alguien apostara por las viñetas japonesas, sobre todo cuando se conseguían las ediciones importadas a muy buen precio en las comiquerías. Un buen día del año 1997, en esas épocas en las que había que usar un modem ruidoso para conectarse a internet, apareció la revista Lazer. La información era interesante y apostaban a la difusión del manga y anime. Gokū aparecía en un segundo plano en la portada y en el segundo número fue protagonista. Lazer tuvo un éxito importante, tanto, que le sirvió a Leandro Oberto, fundador de Editorial Ivrea, a comenzar a editar manga en el país desde 1999. No comenzaron con Dragon Ball, sino con series que estaban de moda, entre ellas Ranma ½ y Evangelion. A pesar de los argentinismos que tienen sus traducciones, nació una nueva legión de fanáticos del noveno arte, que crecía junto a la editorial, la panza y el ego de Oberto. Ellos pedían a gritos que editen las aventuras del niño con los pelos parados pero salían otras series, hasta que en el 2008 vimos la edición nacional de Dragon Ball en la que los personajes decían “mina, carajo, etc” – Fue un éxito tan grande, que  lo relanzan después de que publicaran los 42 números.

Han pasado treinta años desde que se publicó por primera vez Dragon Ball. Gokū y sus amigos aún tienen la suficiente energía para seguir protagonizando películas, remakes de la serie y por supuesto, vender merchandising. Hay algunos diseños de personajes que si se resienten al paso de los años, pero la magia aún vive. Dragon Ball es más que una serie que ayudó a difundir el manga, es una obra maestra del noveno arte que merece ser leída, disfrutada y tener un lugar en sus bibliotecas.  
 


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