Todo y todas las cosas, mi recuerdo de Willy G. Bouillon

24 Nov 2018
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Willy G. Bouillon


Este 24 de noviembre de 2018, este sábado salvaje y tremendo, donde una vez más nuestra argentina humanidad demostró carecer de buena parte de humanidad, se cumplió un año de la muerte de un particular amigo epistolar. Se llamaba Willy G. Bouillon. 

Chateábamos de madrugada; Willy en su domicilio de Las Cañitas, en Buenos Aires, yo en Concepción, en el bar de mi amigo Micky Maidana, o en Bigote's, aquí en la capital provinciana.

En esas conversaciones virtuales cambiábamos conceptos sobre la posible trascendencia del alma, o de esa huella del alma que es la palabra escrita, sobre el amor, la amistad, la literatura, la poesía, las mujeres de más de sesenta, Allan Poe, Tom Waits, los borrachos, las mujeres de menos de treinta, los caballos, la conciencia, el boxeo, entre otros temas de este mundo complejo y a veces -las menos pero las más importantes- hermoso. 

Willy, amablemente me llamaba 'César' y yo le respondía con el apodo de su preferencia: 'Gringo Viejo'.

En unas de esas últimas charlas en que tocamos el impostergable tema de la muerte, le pasé un poema de Raymond Carver, que Willy desconocía y que le pareció hermoso.

Días después, Willy, el periodista y poeta que no conocí personalmente sino por el Messenger de Facebook, con el que llegamos a comunicarnos con profundidad y un siempre adecuado y fino humor, se murió a los 75 años.

Dejo dos poemas suyos que resumen la grandeza y la simplicidad de un maestro, y que por un momento, pueden alejarnos del agrio presente de batallas campales por cosas de poca importancia, a la luz de la inmensidad, a la luz de 'todo y de todas las cosas'.

Pueden –diría Willy- darnos ese necesario y sabio olvido que le recomendara el escritor Paul Bowles cuando le regaló un objeto extraño, como un collar con un colmillo de lobo cuando le dijo: "Esto es para que te acuerdes de olvidar. Cada vez que lo mires, recuerda eso y vive el presente, lo único que importa".


Findergan


Una lluvia azul, que cae cada 175.000 años,

es capaz de borrar todos los recuerdos.

Y eso es lo que me ocurrió en el desierto,

O creo que me ocurrió, porque entonces

Sobrevino el olvido. ¿A quién amaba o

había amado? ¿A quién o qué detestaba?

¿Qué había perdido y qué había encontrado?

¿Por qué tenía una cicatriz

en la rodilla izquierda? ¿De quién eran

esas fotografías antiguas, en las que veo

siempre un niño parado frente al mar

, siempre solo? Pero una vez me pareció

que me asaltaba un fugaz rastro del pasado:

alguien se sentó junto a mí, en una

plaza, saludó tocándose el sombrero

y me preguntó cómo estaba Findergan.

No sabía quién podía llamarse así,

aunque -como hago desde no sé cuándo

para recuperar la memoria- escribí ese nombre

en la pared de mi cuarto. Y después de haberlo leído

todo un día y una noche, creí recordar, vagamente,

que era el nombre de un enano que me cuidaba,

en una playa, mientras yo miraba

el horizonte.

(De "La conciencia", Último Reino, 2006)


Todo y todas las cosas


Camino en una noche

Húmeda y salvaje hacia

Un día húmedo y salvaje.

Pero todo está bien

Si alguien canta

su canción

y si alguien come uvas

bajo la lluvia, y ríe.

Hablaremos de esto.

Y años después

Bastará con recordarlo.



Willy G. Bouillon


 * Willy G. Bouillon, asiduo colaborador de La Gaceta Literaria, fue un destacado periodista y escritor. Trabajó durante varias décadas en el diario La Nación y fue colaborador de distintos medios. Dos veces ganador de los premios del Fondo Nacional de las Artes y del de la Secretaría de Cultura de la Nación, fue autor de numerosos libros celebrados por la crítica.

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