Lo más importante es creer en el amor

Lo más importante es creer en el amor

Juan Pablo II la llamó "mujer de fe intrépida, mensajera de esperanza y de paz". Chiara Lubich fundó el movimiento de espiritualidad más novedoso de la Iglesia Católica. Sus ideales se basan en la unidad y en el amor fraterno, sin distinción de credo. En Tucumán, mujeres y varones -con distintos grados de compromiso- se suman a esta forma de vivir.

COMO HERMANAS. Solteras y casadas comparten la misma espiritualidad desde el movimiento de paz que comenzó a gestarse durante la guerra. LA GACETA MAGENA VALENTIE COMO HERMANAS. Solteras y casadas comparten la misma espiritualidad desde el movimiento de paz que comenzó a gestarse durante la guerra. LA GACETA MAGENA VALENTIE
El focolare no es otra cosa que una estufa a leña, un hogar alrededor del cual solían reunirse las familias italianas en pleno invierno. Esa misma calidez es la que se siente al llegar a la casa de los focolarinos de hoy. Apenas suena el timbre en una vieja casona de Crisóstomo Alvarez al 900 alguien se apresura a abrir. No es la puerta de un convento, aunque allí se vive en comunidad. No son monjas las que la habitan, sí laicas consagradas, con votos de fidelidad y un compromiso con la espiritualidad de su fundadora, Chiara Lubich, que llevan a todos lados como si fuera un perfume personal, suave pero intenso, inconfundible.

- ¡Hola! ¿cómo estás? ¡Bienvenida!", me saludó Lis, la responsable del grupo, con un abrazo como de amigas. Por un momento dudé si la conocía. Pronto aparecieron las demás con la misma actitud.

El living-comedor es amplio, decorado con buen gusto y sencillez. Una imagen de Chiara sonríe desde una mesita ubicada a la entrada, desde donde domina todo el ambiente. Muchas plantas de interior, objetos antiguos bien conservados y un juego de mullidos sillones invitan a ejercer la especialidad de las focolarinas: el diálogo, la escucha, la compañía.

De inmediato aparecen la salteña Gabriela (que no siempre vive allí) y la tucumana Leonor, que es directora de una fundación y reside en su propia casa. Lis es brasileña pero con acento muy a lo tucumano, con reminiscencias bolivianas (de cuando estuvo en ese país durante 17 años, en otro focolar), y una pizca de chileno, que adquirió en su paso de seis años al otro lado de la cordillera. Paula, que es trabajadora social y viene de Neuquén, hace su aparición en el living con el rostro iluminado por la emoción del nacimiento de su sobrino e inmediatamente lo comparte con todas.

Aclaran que prefieren que no aparezcan sus apellidos. "Sólo queremos dar a conocer nuestro carisma, nuestros nombres no importan", explican.

El Movimiento de los Focolares nació durante la Segunda Guerra Mundial, en Italia. En la pequeña ciudad de Trento, vecina a Viena, vivía Silvia Lubich (así se llamaba al principio), de familia cristiana y antifascista. Cuenta Lis, que Chiara -a quien conoció personalmente- decidió tomar ese nombre cuando se consagró como terciaria franciscana, en honor a la santa de Asís.

"Chiara, que habría tenido unos 22 o 23 años, visitaba los refugios de las familias en pleno bombardeo y les llevaba víveres y el Evangelio, que por ese entonces no circulaba por los hogares. Además se reunía con un grupo de amigas en el sótano de la casa de una de ellas para hablar de Dios e intercambiar experiencias", cuentan ya sentadas a la mesa. Es viernes a la noche y han preparado pizza, acompañada por una cerveza y gaseosas. De postre, helado.

En la casa no hay servicio doméstico. Todo lo hacen ellas, entre sus ocupaciones de mujeres laicas -algunas profesionales y otras empleadas- que trabajan en reparticiones públicas y privadas. El dinero, así como el tiempo, se pone al servicio de todas, aunque cada una conserva su espacio de crecimiento propio.

En Tucumán hay dos focolares, uno de mujeres, donde viven las solteras con el constante apoyo de las casadas que viven con sus familias, y otro de varones con la misma modalidad. Pero ante todo, el Movimiento de los Focolares u Obra de María, como es el nombre oficial con el que está inscripto y aprobado en la Iglesia Católica, es de laicos. Algunos son consagrados, con votos de obediencia, pobreza y castidad, y otros no. Hay voluntarios y amigos de la obra, que no necesariamente son católicos ni cristianos, sino también de otras religiones e, incluso, de ninguna.

Un día focolarino
Paola trabaja todas las mañanas en Tribunales, en la Oficina de Violencia Doméstica. "A la tarde, cambio el chip y me dedico al acompañamiento de jóvenes universitarias. Nos encontramos aquí (señala el hermoso jardín de la casa) u organizamos una mateada un fin de semana en el parque Guillermina. A veces, según las edades, hacemos una pijamada", cuenta divertida. Katia, una de las más tímidas, es panameña y su acento centroamericano la delata. Tenía 21 años cuando dejó la carrera de Inglés de la que sólo le quedaban dos materias para egresar de la Universidad de Panamá. Algo interiormente la inquietaba. "Un día me invitan a un encuentro 'Palabra de Vida' del que yo no tenía ni la menor idea, pero me impresionó su forma de hacer conocer el Evangelio. Me atraían sus canciones (¡me las aprendí a todas!) y su alegría. Entonces decidí iniciar mi propio camino: sabía que Dios no me llamaba a la vida religiosa, ni tampoco al matrimonio, ni al laicado; por eso elegí el cuarto camino, el focolar", dice con sencillez.

"Nuestra espiritualidad nos ayuda mutuamente para alcanzar la santidad, nuestra meta, y se extiende a toda la comunidad; algunas trabajamos en barrios, otras desde sus respectivas profesiones o desde la vida familiar", añade Lis. Carmen, empresaria, capacita a los profesionales en "Economía de Comunión", que es otra forma de vivir la espiritualidad focolar, además de ejercerla en su propia empresa. Marita tiene ocho hijos. "Las puertas de este focolar están abiertas también a la separada o divorciada, porque es una realidad que no podemos soslayar", reconoce.

Como Chiara con sus amigas, las focolarinas y focolarinos de Tucumán viven la confraternidad de un modo universal. Quizás hasta desearon, como Chiara y sus amigas, en medio del bombardeo, que si morían las enterraran en una tumba común con una frase de San Juan Evangelista como epitafio: "Y nosotros hemos creído en el amor".

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