El lado más oscuro del modelo europeo

El lado más oscuro del modelo europeo

El mejor de los mundos, la peor de las historias

CARACTERIZACIÓN. Con la ayuda de una maquilladora, Wallraff prepara el personaje a partir del cual narra la historia Negro sobre blanco. Un extraño entre alemanes. Con esa apariencia, recorrerá su país durante un año. CARACTERIZACIÓN. Con la ayuda de una maquilladora, Wallraff prepara el personaje a partir del cual narra la historia Negro sobre blanco. Un extraño entre alemanes. Con esa apariencia, recorrerá su país durante un año.
30 Abril 2011
Crónica
Con los perdedores del mejor de los mundos
GÜNTER WALLRAFF
(Anagrama - Buenos Aires)

En un improbable ranking de libros imprescindibles para estudiantes de periodismo, Cabeza de turco debería ocupar un lugar de privilegio. En esa investigación realizada durante 24 meses y publicada en 1985, Günter Wallraff abandonó su identidad para convertirse en Alí, un inmigrante recién llegado a Alemania. El resultado fue un libro revelador sobre la xenofobia y los trabajos más miserables que los inmigrantes tienen que desempeñar para sobrevivir en ese país europeo. Se vendieron más de dos millones de ejemplares y fue uno de los grandes best sellers de la posguerra.
Transcurridos 25 años desde que aquel libro viese la luz, el periodista alemán vuelve a la carga con un nuevo título: Con los perdedores del mejor de los mundos. Y lo hace, nuevamente, con "expediciones" a los rincones más profundos de Alemania y apelando a las caracterizaciones que ya había utilizado en Cabeza de turco.
Esta vez, son una serie de relatos sobre empresas de marketing telefónico; violentas acciones de mobbing empresarial; el abandono que la ciudad hace de sus indigentes durante los inviernos gélidos y las políticas de empleo de una cadena de cafetería, entre otras verdaderas "delicias" europeas.

Cotidianidades

El relato más revelador es Negro sobre blanco. Un extraño entre alemanes. Durante un año, y con la ayuda de una maquilladora para caracterizarse como una persona de raza negra, Wallraff emprendió un viaje por todo el país con preguntas medulares para su reportaje. ¿Cómo se vive en Alemania si uno es negro? ¿Sigue siendo un tópico la idea del carácter incorregiblemente xenófobo del alemán? ¿Qué quedó de la utopía de igualdad que quiso venderse en el Mundial de 2006?
A medio camino entre el periodista de investigación, el antropólogo y el etnógrafo, el alemán comienza a desgranar todas las variantes modernas del racismo, como el consabido "yo no tengo nada contra ellos". Y lo hace con maestría y también minuciosidad.
Desde su otro yo negro, aplica las "pruebas de pertenencia". Es decir, intenta ser uno más en las fiestas, alquilar un departamento, entrar a un boliche o alentar a su equipo favorito de fútbol. Logra un brillante relato sobre el racismo fomentado desde arriba en la vida cotidiana, y consigue desenmascarar -con pequeñas escenas aparentemente insignificantes- los prejuicios abiertos o disimulados.

Disfraz y desnudez

En el resto de los textos, quizás el lector de estas latitudes pierda interés porque aquello que es presentado como escandaloso en Alemania acá puede resultar moneda corriente. Ningún argentino se sorprendería de las condiciones de trabajo en un call center; cualquier ciudadano de este país podría recordar episodios bochornosos sobre la falta de inversión en los trenes por parte del Estado; un estudiante de cocina podría citar casos -como el que cuenta el alemán- de horarios maratónicos en el rubro gastronómico. En esos casos, el trabajo de Wallraff es igualmente riguroso que en la crónica de los inmigrantes negros, pero esos "perdedores" a los que hace referencia son el pan nuestro de cada día.
En las 350 páginas del libro, el estilo del periodista es liso, llano, sin ninguna pretensión más que mostrar de la forma más inequívoca los hechos que está contando. Nada de crónicas preciosistas ni de metáforas rebuscadas. Wallraff se disfraza para contar sus historias, pero sus textos están desnudos, sin máscaras que tapen nada. En el periodismo, ese despojo será -siempre- algo para agradecer.
© LA GACETA

Diego Jemio

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