El color de la nieve
Cada
vez que me doy con libros de historietas de autores argentinos o latinos
contemporáneos que prometen calidad, dejo
de comprar esos cómics comerciales que me encantan y me vuelvo con estas
historietas a casa. La triste realidad es que me he decepcionado muchísimas
veces y tengo cajas de material mediocre que me niego a cambiar o regalar. Por
suerte, eso pasa cada vez menos y últimamente me doy con obras que me encantan
y se ganan un lugar importante en mis bibliotecas, por ejemplo Sudestada de Juan Sáenz Valiente o Cena
con amigos de Rodolfo Santullo y
Marcos Vergara. Así comienza a surgir una lista de autores que
me gusta seguir y comprar sus obras.
Lamentablemente, el guionista Alejandro
Farías no estaba en esta lista, sino en la espera de verlo despegar. Él es
uno de esos guionistas contemporáneos que no me llamaban demasiado la atención.
Sus obras siempre, sobre todo Mi buenos
Aires querido y ¿Qué he ganado con
quererte? fueron muy buenas a nivel técnico, pero le faltaba esa pasión necesaria
para que su vuelo creativo despegue del todo.
Ya en la portada, El color de la nieve
promete una fábula o por lo menos algo onírico y al hojear el cómic, los
dibujos de Tomás Gimberant son una
sorpresa. Da gusto descubrir que esta es su primera novela gráfica y ya haya
destacado tanto. En pocas viñetas logra sumergirnos en un mundo onírico
surrealista, pero con un ritmo pausado en el que las emociones de los
personajes se vuelven aún más importantes que el mismo entorno. El problema
puede radicar en que sus personajes son animales antropomórficos, en este caso va
más allá del recurso estilístico, pero que hace que corra el riesgo de ser
catalogado como como autor furry por los mismos furries. En caso de que no sepan
lo que son, se trata de un grupo de fetichistas de lo antropomórfico, los
peluches y los disfraces basados en sus personajes que son incapaces de
autodefinirse (cosa de la que se vanaglorian y se consideran complejos por eso)
Aquí el recurso estilístico de los animales antropomórficos le permiten generar
climas surreales y darle un toque de fábula onírica a la historia y a su vez,
permitirnos apreciar que Gimberant es un dibujante con una muy buena técnica y
gran sensibilidad, que va a destacarse aún más en el futuro
En cuanto a la historia, las raíces teatrales de Farías le permitieron partir
de una premisa simple, un tortugo viejo quiere llegar hasta
donde empieza la nieve para cumplir una promesa. Ya desde las primeras páginas
juega con un anillo, lo que nos hace entender bastante su melancolía. Lo que
rompe la estética de road movie es lo que va a encontrar en el bosque que debe
cruzar: Guerra, sociedades industrializadas deshumanizantes y grupos de
rebeldes. Cada una de estas se convierte en un capítulo y en ese sentido, la
influencia de Ciudad de Ricardo Barreiro es evidente. Sin embargo aquí la
historia fluye con mucha más elegancia y la transición entre capítulos se da
con una elegancia notable. Como pueden adivinar, es brillante a nivel técnico,
pero su fuerte no está ahí. Está en ese contenido que Farías transmite de
manera honesta y en la forma en la que trabajó a los personajes. Con esto hace
que cada una de las locaciones por las que pasa el tortugo tengan una identidad
propia y transmitan distintos sabores de melancolía. En conjunto, tiene ese
vuelto creativo que le faltaba a Farías y a su vez, es una muy buena historia.
Honesta y melancólica, El color de la nieve no es una obra maestra, ni tampoco
es brillante. Es simplemente uno de esos cómics hechos con pasión en la que los
autores dejan muchísimo en cada página y transporta a esos mundos a los que nos
quieren llevar. Tienen que animarse, porque es uno de los mejores cómics de los
últimos meses.