La nueva marca: Messi-EEUU

La nueva marca: Messi-EEUU

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Es cierto. La decisión de Leo Messi de irse a jugar a un equipo inexpresivo de una liga que está afuera del top del fútbol mundial produce algo de dolor. Porque nos sugiere que su hambre competitiva se ha reducido. Que ya renuncia a volver a ganar la Champions. Más Balones de Oro. Golazos globales, etc etc. Y porque esto sucede a sólo seis meses de haber sido coronado nuevamente como el mejor jugador del mundo, figura y campeón en el último Mundial de Qatar. En esa alegría de Qatar, paradójicamente, podemos explicar esta resignación de hoy. El propio Messi contó que la conquista del Mundial era el único título que le faltaba. Que algo se completó allí. Y que ahora prefiere darle algo más de tiempo a su familia. Y no hay modo de discutir esa decisión tan privada y tan humana. Especialmente después de haber competido casi dos décadas en lo más alto del fútbol mundial. Casi inédito en la historia de la pelota.

¿Significará esto también su retirada paulatina de la Selección? Allí hay otro espacio de debate. Porque si PSG-Qatar fue escenario acaso ideal para preparar el último Mundial (y lo fue), Inter Miami también podría serlo para la Copa América 2024 y, por qué no, para el Mundial 2026, ambos con sede en Estados Unidos. Si en PSG casi no tenía riesgo interno (el equipo parisino es rey inamovible dentro de Francia), en Inter Miami, mirándolo desde el otro extremo de la tabla, tampoco lo tendrá, porque en la MLS no hay descensos. Es decir, Inter, que por ahora está en última posición en la Conferencia Este, no tiene riesgo de irse a la B. Y tampoco lo tendrá aun cuando el arribo de Messi no ayude a mejorar las cosas (difícil pensarlo, pero fútbol es fútbol).

Y difícil pensar además que en Estados Unidos recibirá el mismo tratamiento hostil que le dieron los ultras del PSG. Messi pasó en Francia una temporada dominada por silbidos que hablan mal de la cultura futbolera de una de las principales potencias de la pelota. No porque nadie deba quedar exento del juicio popular de la tribuna. Pero sí porque Messi, aun jugando de modo discreto en varios partidos, de ninguna manera era el responsable central de la pobreza colectiva que volvió a impedirle al PSG cumplir su verdadero objetivo, que era reinar de una vez por todas en Europa. Ganar la Champions. Para eso hace falta un equipo. No una galería de megaestrellas.

Esa presión más liviana que Messi volverá a tener en la competencia doméstica podría entonces darle espacio para planificar su temporada con la Selección como objetivo. A los dueños del PSG, de alguna manera, ese enfoque terminó siéndoles útil. No por el club, claro, pero sí por el Mundial. Si todos sabemos que Qatar se abrazó al fútbol para mejorar su imagen, el Mundial, mucho más que PSG, terminó siendo formidable vehículo de difusión. Y Messi terminó siendo el actor central. El crack que posibilitó la maniobra. El mundo del fútbol terminó abrazado a que su carrera notable tuviera por fin una corona mundial. Premio al crack. A su persistencia. Una postal feliz para Qatar.

¿No podría suceder entonces ahora lo mismo con Estados Unidos? A diferencia de Qatar, Estados Unidos no precisa “mejorar imagen”. No importa si impone penas de muerte, censura libros, prohíbe abortos, castiga inmigrantes, promueve invasiones o guerras por el mundo. Es la superpotencia. Pero sí precisa alimentar siempre su carrera para obtener el mejor negocio. Durante largas décadas Estados Unidos despreció al fútbol. Pero ya no es así. Sus capitales son hoy dueños de varios de los principales equipos del mundo. Y sus cadenas de TV, y sus plataformas, son dueñas también de la trasmisión de varias de las principales ligas. Messi puede ayudar a mejorar ese negocio dentro de casa. Renunció al oro que le ofrecía Arabia Saudi, es cierto. Pero Estados Unidos le abre la puerta al Messi-SA.

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