Sexualmente hablado: la mujer, según Hipócrates

Sexualmente hablado: la mujer, según Hipócrates

En la mayor parte de la historia de las ciencias humanas, la sexualidad femenina no estuvo demasiado bien entendida y reflejada. Un claro ejemplo ha sido la medicina de la antigua Grecia, una de sus grandes cunas. Allí es donde se originaron los famosos Tratados Hipocráticos (“Corpus Hippocraticum”): el conjunto de unos 70 escritos médicos que abarcan más de 1.000 páginas, recolectados por el misterioso Hipócrates (se cree que se trataba, más que de un solo hombre, de una escuela o grupo de facultativos del año 400 a.C. que se llamaban a sí mismos Hipócrates). Nombre que, como sabemos, los médicos de todo el mundo mantienen la tradición de honrar al hacer el “juramento hipocrático”, por el cual se comprometen a ejercer su profesión guiados por ciertos valores éticos.

Un “favor médico”

Dada la falta de exigencias de rigor científico y otros tantos condicionamientos a los que estaban expuestos los antiguos hombres de ciencia, es de suponer que arribaran a sus conclusiones en forma bastante intuitiva, a medida que se presentaban los distintos casos. Y por supuesto que, al ser todos varones, tampoco sorprende que hayan diseñado un modelo de sexualidad a la medida de sus conveniencias. Aseveraban, por ejemplo, la necesidad de las mujeres de tener relaciones sexuales periódicas para no enfermarse. Esto permitía que fueran tratadas sin demasiadas contemplaciones… después de todo, les estaban haciendo un “favor médico” al tener sexo con ellas. Por esta razón las mujeres no se animaban a rechazar a sus maridos, aunque no sintieran deseo o atracción. Es más: en la medicina hipocrática se consideraba al activo deseo sexual femenino -incluyendo los síntomas de “excitación, fantasía erótica, lubricación vaginal y comportamiento irracional y melancólico”- como una enfermedad llamada “histeria” (literalmente, aquella “causada por el movimiento del útero”).

Las vírgenes suicidas

El autor de “De Virginibus”, una de las secciones del Cuerpo Hipocrático que versa sobre “las enfermedades de las vírgenes”, afirmó que la tendencia suicida de estas jóvenes se originaba en la falta de sexo (y no en los casamientos arreglados de niñas de 12 años con hombres mayores). La mejor “cura” consistía entonces en casarse cuanto antes. Las mujeres, agregaba, tenían la necesidad psicológica del sexo, aunque no el deseo consciente o el conocimiento de lo que realmente querían a nivel físico. Curiosamente, la satisfacción de su apetito sexual tenía poco que ver con el placer, salvo por “la disminución de la presión sanguínea en el corazón”. Por otro lado, para los hipocráticos, el goce sexual de una mujer no significaba que fuera a quedar embarazada, pero quedar embarazada era símbolo de la satisfacción sexual. Por eso algunas afirmaban que sus maridos querían que alcanzaran el orgasmo para mejorar las posibilidades de inseminación.

En relación al placer femenino, un autor hipocrático escribió: “Una vez que comienza el intercambio, la mujer experimenta el placer constantemente hasta que el hombre eyacula. Si incrementa su deseo en el intercambio, la mujer acaba antes que el hombre y durante el resto del coito no siente ningún tipo de placer. En cambio, si no se excita, el placer termina en forma conjunta con el del hombre”.

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