Timoteo Navarro pintaba como cantan los pájaros

Timoteo Navarro pintaba como cantan los pájaros

Una mirada sobre la vida del gran artista tucumano. “La pintura nunca fue un malabarismo técnico”, dijo.

EXPOSICIÓN. Retratos que se pueden ver en el Museo Casa de la Ciudad. EXPOSICIÓN. Retratos que se pueden ver en el Museo Casa de la Ciudad.

Un coral de Juan Sebastián Bach se posa en la punta del pincel. Los ojos se cierran. La paz le va creciendo por el pecho. Busca los brazos. Encalla en las manos. Un corazón estalla en la tela. Las fusas le van dictando el argumento. El cigarrillo le dibuja la música en los sueños. El homenaje está concluido.

Pilico, también el Sapo, despierta a la luz o tal vez en el agua el 18 de diciembre de 1909. Antonio, su padre malagueño, ferroviario y pintor, lleva a su mujer y a sus seis hijos a vivir a Santa Fe. Es el primogénito, de modo que cuando el silencio duradero lo atrapa a Antonio, naturalmente se convierte en el sostén de la casa. Todo vale. Desde acomodador a fotógrafo. Hay que ganar el pan. También correr la liebre. Pintura. Natación. Básquet. Un maestro: Dante Cingolani. El Paraná, algo más que una zamba. Dos amigos: un río donde ventila el cuerpo; las telas donde ejercita el alma.

1937. Regreso al pago. Algunos premios en Salones. Tiene 40 años y una niña. Los amigos son paisaje de su sangre. 1950. Lino Spilimbergo lo convoca para enseñar en el naciente Departamento de Artes Plásticas de la UNT, junto a Pompeyo Audivert, Lajos Szalay, Medardo Pantoja, Lorenzo Domínguez, entre otros.

Frontal, alegre, generoso a manos llenas. El piano, la quena, el acordeón, le arriman sus secretos. La pintura, una pasión, también disciplina. Todos los días, llueve o truene, pinta, boceta. Hombre de caballete afuera. Incansable caminador. Mecánico, armador de radios. Lobo de la Vega, Lusnich, Nieto Palacios; algunos jóvenes: Aparicio, Dumit.

“Siento palpitar mi tierra y me asalta la desesperación de llevarla a la tela. La pintura nunca fue un malabarismo técnico, siempre fue un medio de expresión hasta para burlarse de la muerte. Un artista es aquel capaz de ver bajo el agua sucia. Moriré, pero mi espíritu flotará en una tela”, piensa.

Ahora asienta su trípode en la villa miseria del río Salí. Los changuitos le entregan la bienvenida en la sonrisa. Pinta. Conversa. Cuenta historias, mientras los ranchos, los perros, el barro, los charcos van trepándose a los pinceles.

1965, 14 de marzo. La muerte se viste de masivo infarto y viaja en auto. Su hija Cristina desespera en el asiento. Instintivamente frena. Antes de que la luz lo abandone recuerda: “cuando me retire me sentiré aliviado y podré pintar como cantan los pájaros”.

Luna. Misachicos. Perros. Ranchos. Barro. Río. Basural. Suburbio. Pobrerío. Ocre. Añil. Gris. Caranchos. Barrilete. Pantanos. Nocturnos. Sinfonías. Historias. Charcos. Los pinceles agitan sueños, desvelos, sentimientos, y viven en las telas de Timoteo Eduardo Navarro.

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