Versiones oficiales
NECESARIA REFLEXIÓN. Las “versiones oficiales”nos empobrecen y estrechan nuestra visión de las cosas. NECESARIA REFLEXIÓN. Las “versiones oficiales”nos empobrecen y estrechan nuestra visión de las cosas.
02 Octubre 2022

Hubo un tiempo en que los pensadores no estaban subordinados a los políticos y su función, lejos de propagar consignas de gobernantes u opositores, era analizarlas, criticarlas y, sobre todo, ver más allá de ellas y advertirnos de sus dislates. También, por supuesto, generar temas propios para el debate sobre un mundo que es vasto y no se reduce a la política. Hoy, buena parte del espectro intelectual y del periodismo parece resignado a una función subsidiaria y menor: la reproducción obediente de las toscas y oportunistas interpretaciones de los hechos que hacen los dirigentes políticos. Son las “versiones oficiales”, que dominan el debate público y permean los nervios de los ciudadanos.

El atentado contra la vicepresidenta es buen ejemplo de ello. De las múltiples motivaciones que pudieron llevar al delincuente a cometer el acto, el poder de turno selecciona una, que ahonda en la psiquis del sujeto como si fuera cosa sencilla: a este Quijote del mal, un empacho de prensa opositora lo llevó a arremeter contra la figura política más relevante del momento, y a inmolarse, de paso, en una acción criminal de la que no podía salir impune. Es la versión oficial, que invita a operar sobre las causas si se quiere evitar las consecuencias.

Hay, sin embargo, otras muchas interpretaciones posibles, todas tentativas o provisorias, porque la psiquis ajena es siempre un territorio ignoto. Una de ellas es la búsqueda de notoriedad o de fama, que suele motivar a los magnicidas. Fue el caso de Chapman al matar a John Lennon, y es lo que buscan los dementes que acribillan estudiantes en los colegios norteamericanos: abandonar, de la noche a la mañana, la vida anónima del don nadie para hacerse famoso y ocupar portadas en todo el mundo. El precio es caro: la larga cárcel o la muerte, pero para ellos es el único posible y les vale, o quizá no tengan inteligencia para sopesarlo. Otra es la motivación clásica del dinero, que mueve montañas; o cualquier otra recompensa, sin descartar las lúbricas promesas de la Dulcinea de los algodones de azúcar. Habrá, al menos, una docena de interpretaciones posibles, y la más que probable combinación de varias de ellas dentro de la lógica perversa del criminal. ¿Cómo averiguarlo? ¿Cómo aventurar lo que se cuece en el caldero de esa mente?

Imposible hacerlo, y sin embargo la versión oficial nos ofrece una respuesta simple e inmediata, sin matices, y al instante una inmensa cohorte de replicantes hace el “copia y pega” de esta versión y la difunde. Personalidades e instituciones de todo tipo se presentan puntualmente en sociedad con su declaración bajo el brazo repitiendo la soflama, casi con idénticas palabras. “Versiones oficiales” las hay con todos los gobiernos y sobre temas diversos; por algún extraño fenómeno mediático se nos imponen, pero son peligrosas, porque nos empobrecen y estrechan nuestra visión de las cosas.

Debería surgir, tal vez en el ámbito académico, gente dedicada a pensar tranquilamente los temas, con espíritu crítico, personas que generen ideas divergentes o alternativas a estas precipitadas y endebles “versiones oficiales”. Es difícil, porque la contaminación de los intelectuales por la política es tal que en mucho se asemeja a una tiranía: existe el control y la vigilancia mutua y la obligación de enrolarse en bandos. Estamos compelidos a definirnos entre los Montescos y los Capuletos de la política, y una posición equidistante o ambigua genera desconfianza. Se nos lee entre líneas con una sagacidad morbosa, intentando descubrirnos. A veces un matiz, una palabra, una leve insinuación desatan en el inquisidor la fiera acusación de “montesquismo” o “capuletismo” y la denuncia de un soterrado y espurio servicio del escribiente a uno u otro bando. El andarse con cuidado que esto genera es una peligrosa forma de autocensura, un fantasma que recorre el mundo.

Por lo pronto, invito al lector a sumarse, como un buen Quijote, a identificar en los acontecimientos de la política, la economía, la sociedad o la cultura las “versiones oficiales” más pintorescas y a ensayar explicaciones alternativas. Si ya se le está ocurriendo alguna, deje su aporte en los comentarios. Gracias.

© LA GACETA

 Juan Ángel Cabaleiro  - Escritor

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