“Son hombres que las nuevas generaciones deben conocer”

“Son hombres que las nuevas generaciones deben conocer”

En su novela “Perder la cabeza”, Marcos Rosenzvaig aborda la historia de Avellaneda desde múltiples miradas, varias de ellas muy actuales.

Yo, Marco Avellaneda, que nací en Catamarca, que estudié en Tucumán y que a los veintiún años ya era abogado, pienso que una cabeza muerta sin brazos ni piernas que la sostenga es casi inofensiva...

Así, con ese particular relato en primera persona de un Avellaneda decapitado y expuesto en la plaza principal de Tucumán, comienza “Perder la cabeza”. Pero la novela de Marcos Rosenzvaig dista del tono biográfico; es un viaje en el que los personajes históricos se cruzan con otro momento decisivo de la Argentina como fue la última dictadura. Entonces Marco Avellaneda, Fortunata García, el coronel Mariano Maza y hasta Camila O’Gorman entretejen su destino con el de un joven que huye de los grupos de tareas intentando salvar la vida. Es la ocasión ideal para refrescar junto al escritor el trayecto de su novela.

- ¿Cómo nació “Perder la cabeza”? ¿De qué manera llegaste a Marco Avellaneda?

- Un día pasé por la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, empecé a revisar unos libros y me topé con la historia de Marco Avellaneda. Todo fue de manera casual, producto de esas 10 o 15 páginas que me deslumbraron, y a partir de ahí tuve el comienzo de la historia. Y lo primero que me surgió al revisar la historia de Avellaneda fue una visión teatral. Toda la primera parte y muchas de las escenas de “Perder la cabeza” tienen una teatralidad absoluta.

- ¿Cómo fueron desarrollándose esas imágenes?

- El hecho de colocar a Marco en la plaza, con la cabeza hablando, y a Fortunata García sentada en un banco, es de por sí una situación teatral. La cuestión fue darle verosimilitud a todo eso que sucedía en una plaza llamada en aquel momento Libertad. Qué paradoja, ¿no? Una plaza que se llamaba Libertad y una cabeza degollada. Y además una fiesta en frente de esa plaza, donde los federales asisten a un ágape que Fortunata hace casi por obligación. La situación de Mariano Maza siendo pintado por Juan Manuel Blanes también es una visión teatral.

- Hay dos niveles de relato: el de las guerras civiles del siglo XIX y el de la última dictadura. ¿Cómo surgió ese cruce?

- No trabajé con un plan preconcebido. Es más, no sabía que las historias iban a unirse. Yo empiezo a escribir y en el devenir voy encontrando las formas, yendo y viniendo. Sí tenía mi historia -la propia, la de mi familia, la de mis amigos- en ese personaje que está huyendo de Tucumán con la necesidad de escapar del país. Pero a mitad de camino se me ocurrió que ese personaje estudiaba Historia y se focalizaba en Marco Avellaneda y en Fortunata. Ahí encontré los nexos para llegar al final de la novela. En toda novela siempre hay algo de azar; algunas cosas las sabés y otras aparecen en el camino. Y si no aparecen hay que recomenzar por otro lado. Cuando te equivocás es mucho tiempo de trabajo tirado.

- De uno u otro modo lo que asoma es un sino trágico asociado con Tucumán. ¿Lo ves así?

- Tucumán es tal vez una de las provincias más destrozadas del país después de la dictadura, una de las que más perdió una generación. Puede que en otros lados, en ciudades más grandes, no se sienta tanto. Pero en Tucumán se cercenó todo; en los años 70 era una cosa y después de la dictadura nunca fue la misma. Fue otro mundo. No soy un historiador, lo que puedo decirte es muy limitado. La de Bernabé Aráoz es una figura muy interesante; hay otra en el mismo sentido que me hubiera gustado abordar, y si no lo hice es porque no encontré material suficiente; el cura Muñecas. Fue monumental lo que él hizo.

- ¿Dónde ubicás a Marco Avellaneda en el mapa de la historia de Tucumán?

- Son hombres que las nuevas generaciones deben conocer, se hace cada vez más necesario mostrarlos para que los jóvenes sepan acerca de la dignidad, del ejemplo que representan. Por eso me alegra que en algunas escuelas se esté leyendo “Perder la cabeza”. Hay otros escritores que hacen novelas históricas mejor que yo, lo importante es que todos esos libros lleguen a los alumnos. Por ejemplo, “La revolución es un sueño eterno” (de Andrés Rivera) es maravillosa y podría ser leída en el secundario. Creo que todo se ha transformado en una especie de show, una cosa mediática y absurda, y estamos rodeados de eso. Es necesario que la gente pueda tener otras miradas. Sería un aporte importante a lo que es Tucumán.

- Cuando abordaste la lucha de unitarios y federales, ¿también estabas escribiendo sobre una grieta?

- Seguro que sí. Más allá de todos los matices siempre hubo dos frentes: un poder feudal ligado a intereses europeos y un poder criollo que luchaba por una patria justa y soberana. La grieta existió siempre, desde mayo de 1810. Lo que pasa es que ahora la grieta se transformó en un show de malos y buenos, no hay una consistencia ideológica en relación a esto, sino algo muy superficial. Hasta en el peronismo pasó eso, desde el menemismo en adelante. Hoy es lo que queda.

- ¿Qué te simboliza la cabeza de Marco Avellaneda exhibida sobre una pica?

- Es un símbolo de la patria, porque Marco Avellaneda es traicionado. Pienso en una mezcla: el perfume de las naranjas y el aliento de una cabeza que se está pudriendo y despidiendo olor. Mientras, los que pasan tapan los ojos de los niños para que no la vean. Eso me recuerda a quienes tapaban las ventanas para no ver cuando se llevaban a un militante y lo metían dentro de un coche. Es como si las ventanas fueran pestañas que se cierran, y cuando las pestañas se cierran dejan de ver lo que hay detrás. Pero los párpados saben que afuera, del otro lado, hay cosas que pasan y es uno el que tiene miedo de ver. Lo asocio con quienes en Alemania sabían que había gente a la que montaban en trenes para llevar a campos de concentración, pero para ellos siempre fue mejor no saber. Mejor no saber es mejor no comprometerse. Cuando estás lejos intentás una inocencia, pero en el fondo se sabe que esa inocencia no existe.

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