Imágenes de una cabeza en descomposición

La reconstrucción de aquella horrorosa jornada se realizó a partir del relato de un testigo. Luego fueron los artistas los que interpretaron lo sucedido. Así surge esta crónica ilustrada.

El óleo de Modesto González. El óleo de Modesto González.

La imagen tiene que haber sido, por lo menos, espeluznante, conmovedora, asquerosa. En el centro de la plaza se colocó la cabeza desfigurada de un hombre. La historia tiene los condimentos para ser contada como una alegoría política o un cuento negro. Una tragedia corta en la que el hijo ilustrado de una familia apacible reta al poder tiránico que domina el territorio y aplasta toda oposición. El joven moviliza alianzas y pone en marcha un levantamiento en los lindes del régimen. Acosado, amenazado, organiza una fuerza para derrocar al tirano. Hay proclamas, vítores y esperanzas, pero pronto todo comienza a ir cuesta abajo. Las derrotas se suceden y se avizora lo peor. A partir de ahí todo adquiere un morbo insuperable. Derrotado, perseguido y traicionado… Es degollado y desmembrado. Su cabeza expuesta a la vista de todos. Los nombres son conocidos para la historia argentina: Marco Avellaneda, Juan Manuel de Rosas, Manuel Oribe, Juan Lavalle, Gregorio Aráoz de La Madrid.

Imagen 1

Imágenes de una cabeza en descomposición

No hay imágenes del hecho. Quiero decir: no hay registros directos. En 1841 la fotografía estaba en pañales y en estos parajes era inimaginable. Ninguno de los partícipes del degüello, que sepamos, dibujó lo sucedido. Sí hubo quien lo contó. El coronel García, uno de los oficiales del Estado Mayor de Oribe, lo hizo (Carlos Páez de la Torre lo transcribió en LA GACETA del 31 de mayo de 1970). El relato es escalofriante. Luego de la derrota en Famaillá, Avellaneda y algunos aliados intentan huir a Bolivia pero son entregados a una partida federal en territorio salteño. Apenas como una formalidad, se les hace un juicio. Son seis acusados. El tribunal se expide de inmediato. Dice García: “seis soldados con sus cuchillos en mano les cortaron la cabeza estando de pie. Los cuerpos cayeron. El de Avellaneda con la cabeza completamente separada, se afirmó en las manos apenas cayó y, por un largo rato, estuvo como quien anda a gatas”. Cuando se le dio un tajo al cuerpo decapitado “el cadáver se enderezó nuevamente apoyado en las palmas de las manos y hasta donde le es posible a un hombre, lo vi levantarse en esa aptitud, que se mantuvo por más de tres minutos (…) Su cabeza separada y tomada por un soldado de los cabellos hacía las más extrañas gesticulaciones: los ojos se abrían y cerraban girando de izquierda a derecha y echando miradas de frente sin apagarse (…)”

Imágenes de una cabeza en descomposición

Imagen 2

Decíamos que no hay imágenes, pero la narración de García nos hace imaginar todo, como si transcurriera delante de nuestros ojos. El cuerpo de Avellaneda fue despedazado. Se sacaron partes de su piel, se diseminaron sus miembros, se jugó con ellos y se usó la grasa para freír maíz. Luego de horas de atrocidades, la cabeza de Avellaneda fue “acomodada, por Maza y el general Oribe, en un cajón con cal y remitida a Tucumán, con orden al general Garzón de que la exponga en la plaza pública. Clavada en un palo y a la altura de un hombre”. Ahora comenzaba el escarmiento a quienes apoyaron al levantisco en la ignominiosa ciudad de Tucumán. Todos debían ver el final que le esperaba a quien quisiera rebelarse. De esto hay una imagen bastante próxima en el tiempo, aunque muy lejana en el espacio. Fue publicada en Montevideo, el 23 de febrero de 1842, en el diario “Muera Rosas” (el Museo Histórico Nicolás Avellaneda guarda una copia de la ilustración). El dibujo tiene un epígrafe que le da voz a Oribe, señalando su verdadera intención: “Orientales la plaza de Tucumán ha visto cumplirse los deseos del Restaurador ROSAS. Falta ahora que la de Montevideo vea cumplirse los míos”.

Imagen 3

Imágenes de una cabeza en descomposición

Palabras e imágenes evocan lo espantoso y registran lo macabro. Lo transmiten y lo mantienen vivo, claro que la eficacia de esas operaciones depende de las características de cada medio y del talento de quien lo ejerce. A la vista del óleo del pintor Modesto González, o las ilustraciones del salteño Alejandro Saravia, la imagen parece no alcanzar las cotas de la narración. Aunque esta comparación es impertinente si nos acordamos de que el español Francisco de Goya logró impresiones imborrables en su obra. La serie “Los desastres de la guerra” y sus pinturas de la guerra franco española muestran matanzas, fusilamientos y cadáveres desmembrados como uno de los puntos más altos del tema en la historia del arte. Ninguna imagen gráfica ni relato puede compararse a ver una cabeza degollada y mancillada. Algo que sí fue presenciado por Goya y García. Varias tradiciones señalan que la señora Fortunata García, quien vivía frente a la plaza donde se exponía la cabeza, no pudo aguantar ese espanto y se hizo de valor para, junto a un oficial federal, retirar la cabeza para esconderla y darle sepultura. No podía tolerar tamaña crueldad. El testimonio del coronel García lo corrobora, pues se ve que no pudo olvidar casi ningún detalle del horror: “el labio inferior se colocaba muchas veces delante de los dientes con un movimiento tan natural y poco forzado como cuando la ira nos hace contraer de ese modo la boca (…) la cabeza vivió de este modo minutos”. Las imágenes vuelven.

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