Un argentino 
auténtico

Un argentino 
auténtico

Algún día iba a pasar pero no estábamos preparados. Su salud ya nos había dado varios avisos pero en el imaginario popular era algo imposible. ¿Cómo se va a morir Diego si es inmortal? Maradona fue el mejor de todos los argentinos. Pero también fue el peor. Y no hay nada más argentino que eso. Diego representó lo más destacable y lo más repudiable de este país, sintetizado como nunca en el famoso partido contra los ingleses: hizo un gol a todas luces ilegal. Hasta el festejo fue tramposo. Lo peor de los argentinos. Pero después tomó la pelota en su propio campo y construyó la más bella obra de arte que se puede recordar en un mundial. Y ahí se fue, a gritarlo de cara a la tribuna, con ese puño derecho en alto y su estampa de gaucho vencedor.

En un país en el que nos encanta endiosar ídolos con pies de barro, Diego se alzó contra poderosos y luchó batallas contra todos. Y sus pies estaban forjados con el más exquisito mármol de Carrara. Intentó unir a los futbolistas del mundo, que tuvieran mejores condiciones, que dejaran de ser los títeres de las corporaciones. Y puso el pecho en las más difíciles. Y fue la voz de los olvidados, de los humildes, de los que menos tenían, Pero también perdió mil batallas en su vida, las más dolorosas, las personales, con adicciones que lo terminaron consumiendo. Y fue noticia por sus peores acciones, por las más deleznables. Y su vida se tiñó de negro.

Pero antes, dentro de la cancha, Diego fue todo color. Desparramó magia por el mundo entero. De los de arriba de 40, ¿quién no se levantaba a las 5 para ver a ese monstruo jugando para el seleccionado juvenil en Japón? Las escuelas ponían televisores para que los chicos no dejaran de ir. Y en Argentinos Juniors dejó una huella imborrable, tanto que su estadio lleva su nombre. Y qué decir de Boca, con cuyos hinchas forjó un idilio que nunca más se apagó. Boca y Diego fueron para siempre un solo corazón. Y llegó la aventura europea, con un paso gris por Barcelona, y su obra cumbre entre los clubes: Napoli. Fue allí donde fue Dios, aún antes que en Argentina.

Pero con la camiseta celeste y blanca sobre el pecho Maradona fue San Martín. Ese mundial del 79, la expulsión en el 82, la gloria eterna en el 86, las lágrimas del 90, las piernas cortadas del 94… Maradona FUE la Selección. Nunca hubo un jugador tan trascendente como él con el escudo de la AFA en el pecho, y hasta aquí nunca lo habrá ¿O quién no fue Maradona ese día cuando, ya con el buzo de entrenador, se tiró de palomita sobre el césped mojado luego de que Martín Palermo le diera la clasificación mundial a Sudáfrica 2010 contra Perú bajo la lluvia torrencial en el Monumental?

A veces vale pensarlo, sobre todo a la hora de juzgar, algo a lo que somos muy proclives los argentinos. ¿Cuánto hubiéramos aguantado los mortales en la piel de Diego? Ya se vio en el excelente documental The Last Dance con Michael Jordan, cuando el astro aparece encerrado en una pieza sin poder conocer ninguna de las ciudades a las que lo llevaban. ¿Quién podría soportar semejante exposición sin quebrarse?

Tal vez por ahí vaya la respuesta a los interrogantes planteados al principio. Dentro de una cancha, Diego y Dios fueron uno solo. Maradona fue intocable, el mejor de todos, mesiánico, irrepetible. Afuera, polémico, insolente, agresivo, iracundo. ¿Quién puede tirar la piedra?

Son momentos en los que uno agradece los archivos. Diego nunca morirá ya que esas imágenes estarán para siempre. Los más chicos, acostumbrados a ver a Messi o a Cristiano las 24 horas, podrán redescubrirlo. Ver aquel tremendo entrenamiento con la música de Queen, sus golazos en Italia, sus campeonatos, la Copa en sus manos, sus pases milimétricos, sus glorias con cada camiseta. Irrepetible, único, mágico. ¿O cómo se explica que aún hoy haya chicos que juegan a ser Maradona?

No hay medias tintas con él. Se lo ama. Se lo odia. Lo que nadie podrá hacer nunca es ignorarlo. Lo que nadie podrá hacer nunca es olvidarlo...

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