Bajo un algarrobo de canto y tucumanidad

Bajo un algarrobo de canto y tucumanidad

La obra de Juan Falú y Néstor Soria conmovió al público que se dio cita en el teatro Alberdi.

EN ACCIÓN. Un pasaje de la Cantata “Tucumán” que tuvo lugar en el coliseo universitario. foto de Roberto Espinosa EN ACCIÓN. Un pasaje de la Cantata “Tucumán” que tuvo lugar en el coliseo universitario. foto de Roberto Espinosa

Los versos ruedan serenos, ceremoniosos, en la voz. Anuncian que van evocar a este suelo que arrulla sueños y ampara muertos, donde el sol se derrama en savia que revienta en el maíz. Un huayno le abre los brazos a este “Tucumán. Canto de amor y llanto por la tierra de uno” porque su semilla está por caminar en el espinazo de su historia.

Los ecos de arcabuces, oriundos del Puerto de Palos, merodean en coplas de azotes y desesperanzas, y se topan con el hombre originario. Los rumores indios y criollos se machimbran “Soy la Sudamérica, trigueña y ancestral, un sobreviviente del amargo Potosí, traigo del diaguita su mensaje inmemorial y hasta su fiereza ronda en mí”, canta Lucho Hoyos.

Un alpapuyo de cuerdas acaricia el caracú de una vidala. El canto de Liliana Herrero desnuda un llanto, que late ahora en la guitarra de Juan Falú. El Coro Universitario irrumpe en la nostalgia y “cantando coplas, acorta distancias”. La solista, en complicidad con la orquesta, canta: “Patria pequeña destello de un azul, yo me arrodillo los brazos al sol, sangre soy de Tucumán, aura bendita tu luz”.

Falú y Hoyos se unen para cantarle al nacimiento de la caña: “Después por los callejones irás buscando el ingenio, virginidad consagrada a un negro templo de fierro”. La guitarra le enciende el corazón al Himno de amor por Tucumán, que emancipa a un pueblo en la sensibilidad de Herrero, el coro y la orquesta.

Una añurita se dibuja en el recitado de Néstor Soria entre los acordes de una zamba: “Amor mío, María de los Dolores, de tu tersa adolescencia fui cautivo, en mi penumbra te siento y alucino que te desposo en un campo de flores”, sueña Belgrano. Una chacarera doble alborota a Mis mujeres. Hoyos y Falú se impregnan de esas tucumanas, “madres puntal de la vida”, al decir de los alados tambores del maestro Rubén Lobo.

El viento frío trae su vidalita de ojos bien abiertos que anuncia tiempos de espanto y crece en la emoción del canto de Herrero y el coro. En el sentimiento de Hoyos viaja un Triste del pensamiento, que habla de “mesías sangrientos”, de un lamento... “por tus calles pasan hoy aquellos huérfanos que van buscando aquella luz cegada”. Piano, flauta, guitarra, coro y percusión se complotan con Hoyos para alumbrar un bailecito decidor y se enhebra con un Gatito de la esperanza que, entre giros y mudanzas, se ha puesto “alabancioso y un poquito palangana”. La semilla resucita en el huayno inicial y anticipa el final: un malambo los hermanará a todos bajo el algarrobo del canto y la tucumanidad.

Acaba de parir la cantata de Néstor Soria y Juan Falú, que ha latido en el alma de ambos, de Herrero, Hoyos, Rubén Lobo, Marcelo Chiodi, Carolina Cajal, los solistas; del Coro Universitario y de la Orquesta Juvenil de la UNT, bajo la guía de Gustavo Guersman. Un aplauso especial para la pianista Lilian Saba que embelleció con sus arreglos esta obra que nos habla de nosotros mismos, desde el corazón de un tiempo provinciano que sigue germinando al compás de luchas, sangre, alegrías, desencuentros, esperanza y amor.

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