En la final de rugby contrataron a barras de Atlético y San Martín para que toquen música

En la final de rugby contrataron a barras de Atlético y San Martín para que toquen música

Que esta paz contagie al fútbol.

Qué lindo es el rugby, su gente, el ambiente, lo que genera a su alrededor. Visto con ojos ajenos, el fútbol es el far west en comparación a cómo se comportan quienes se pintan la cara y sacan de su propio bolsillo el billete para el cotillón y las voces de aliento. El rugby es paz y amor, me dicen.

Así se lo ve de frente y corriendo en paralelo por la tribuna de la “Catedral” lindante a una de las canchas de fútbol del parque 9 de Julio, esa vecina sin contención lateral de tela olímpica aplastada por años de pisotones y que ha recibido más sangre por infracciones desleales que lluvia su carpeta de tierra en toda su existencia. Es el contraste perfecto, porque en la tribuna de hormigón de Lawn Tennis, repleta de familias completas, de solteros y solteras presumiéndose con miradas indirectas, puede pasar de todo menos algo referido a una gresca.

Hay chicos y grandes cantando; chicas bailando y flameando banderas. Son del “‘verdinegro’ a morir”, afirman Paola Reyes y Fernanda Martínez, copadas ellas, en modo “barra”.

Metros adelante, no más de 10, el pulmón que separa a los de Yerba Buena del mundo Los Tarcos es más familia, más amor, cero cordón policial. El rugby es amor, es perfume francés, es vender cerveza, tartas, bizcochuelos o la ahora famosa achilata de naranja, además de la original color escarlata. La única que vuela tanto o más que las diferentes marcas de “birra” que los ambulantes ofrecen. “Más vale, está helada”, le vende a Julio un par de frescas el amigo de sonrisa amplia y claros en su boca.

Gato encerrado

Sorprende lo escondidos que están los músicos de ambos equipos. Se los ve casi en las sombras, pese a que se los escucha alto y claro. Su batalla por el control del sonido ambiente es constante. Es hora de conocerlos. “No tengo idea quiénes son”, “mmm, te debo che, no estoy al tanto”, pueden sonar algo descortés las respuestas que iba recibiendo camino a un gran sorpresa, al punto neurálgico donde entre las sombras se jugaba un clásico de la número 5, el de Atlético y San Martín. Insólito.

El rojo y blanco se colaba entre el “verdinegro” con bombos y redoblantes con el sello de “La Banda del Camión”, y el celeste y blanca con la marca de la “Inimitable” hacía lo propio en el corredor del club ubicado en la zona del ex aeropuerto. “Lo hacemos de onda, por pasión”, se ríe uno de los involucrados. No tiene idea qué pasa en la final, pero está. Son parte de la flora y fauna de la víspera y son tan amables como sus archirrivales. “No pasa nada, está todo bien”, dice uno de los de la Inimitable. Uno de sus hijos juega en Los Tarcos.

Los del “Santo” se llamaron a silencio, pero quienes conocen del caso dicen que no es la primera vez que en un partido de rugby haya hinchas de otros deportes. “Han venido a acompañar con su música”, dice uno de los que ha colaborado con dinero para la compra de pirotecnia y banderas a los del “Santo”. ¿Cuánto cuesta el show?

Julián, uno de los que está con los de la “Inimitable”, aporta data. Es su primer año como integrante del plantel superior del “Rojo”. “En total, son nueve los músicos que contratamos. Es la primera vez este año, pero la tercera en los últimos cuatro que los contratamos”, reconoce el rugbista, cuyo hermano dejaba el alma en la campo. Él hacía lo propio pero con uno de los instrumentos que le había prestado la banda. “Hacemos de todo acá”, asegura Julián y remata: “cuestan caro, pero lo valen, eh”. Que haya hinchas del fútbol es cosa de los hinchas del rugby. Nada tienen que ver las instituciones, piden aclarar desde ambos costados. Ok.

El ejemplo

Dale campeón. Llueve. Los Tarcos se ha proclamado y su gente se concentra sobre un costado de un campo de juego bastante curtido, incluso antes de iniciado el show. Hermanos con hermanos, novia con novio, padres con hijo, todos buscando a quien felicitar. Y también a quien animar, porque hubo un campeón y un perdedor. Gran gesto de los ganadores, saludando y fundiéndose en un abrazo con sus derrotados. Eso es Fair Play.

Y lejos del huracán de alegría está el padre de una de las figuras del rey del torneo “Fredy Narese”. Lo mira desde lejos. “Ya está, ya lo saludé, ahora que disfrute él”, le dice a LG Deportiva. ¿Irá al tercer tiempo? “No, me voy a mi casa a festejar con mi familia. No está bien que yo esté ahí y que él esté tomando (alcohol). No sería un ejemplo si lo veo y lo dejo. Prefiero festejar con él en otro momento, con un asado en casa. Un crack el señor. Sus ojos cristalizados y una mirada tapada de orgullo lo dicen todo. Hay que saber separar las aguas.

Entonces le dice adiós a Lawn Tennis y a su hijo campeón. Fin.

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